Entre la farsa de Yachay y un grotesco patriotismo
En medio de las interminables y
cada vez más escandalosas denuncias de corrupción del gobierno anterior, cuyos altos
funcionarios sin duda tuvieron una década ganada, se destapa un grotesco patriotismo por
declaraciones insulsas de unas muchachitas sin ningún criterio cultural,
educativo y existencial que como muchos jóvenes trastornados hacen buscando fama
fatua en las redes sociales.
Entre estos dos hechos hay un hilo común, que no
tienen que ver con una conspiración correísta que inventó las declaraciones
insulsas de las dos chicas venezolanas para desviar la atención sobre la
corrupción. Si fuese así, el hilo común que une estos dos hechos no sería
un problema inherente a la formación cultural
de la sociedad ecuatoriana, sería una más de las prácticas poco éticas que
caracterizó al gobierno anterior, vergüenza que quedaría en ese grupo político
y nada más.
Lamentablemente, el hilo que une
estos dos hechos tiene que ver con una cualidad cultural que históricamente caracteriza
a la sociedad ecuatoriana y que en gran parte explica nuestros problemas
económicos y sociales. Si bien la corrupción tiene una explicación
estructural en la lógica de acumulación de capital, existen condiciones extra
económicas que ayudan a que ésta se desarrolle a los niveles obscenos en los que
se ha dado en estos últimos años, y que muestran su trayectoria histórica
exponencial. Si se toma como ejemplo al
proyecto Yachay y su advertido fracaso total, es fácil observar en él, la función que
la colonización cultural cumple como palanca de la corrupción que lo atraviesa
y que lo condena al fracaso.
La colonización tiene el efecto
de producir sujetos alienados, es decir extrañados de su propia cultura y adoradores
de la cultura del colonizador. Para que la colonización se efectivice, los
primeros colonizados deben ser los miembros de las élites gobernantes de los
pueblos colonizados, pues ellos son los que tienen que asegurar la
colonialidad de toda la sociedad en el tiempo y en el espacio de su existencia.
Así, cada gobierno, uno más que otro, el último más que todos, obscenamente
orgullosos de su mente colonizada, han ofrecido a la sociedad ecuatoriana los
brillos encantadores de la cultura del colonizador. Tras dicha promesa moderna no
han escondido su desprecio a las culturas de los pueblos ancestrales y a sus
actualizaciones históricas. Se llenan la boca ofreciendo “Carreteras, puentes, aeropuertos y puertos como en el primer mundo,
universidades al nivel de los países desarrollados, escuelas del milenio de alta
tecnología, aldeas del milenio para modernizar la vida de la Amazonía, carrera
espacial”, etc. etc. etc. Para cumplir las promesas modernas y sacarnos del
tercer mundo y así dejar en el pasado
las culturas subdesarrolladas de los
pueblos ancestrales y civilizarnos, si hay que vender el alma al diablo, si hay que
entregar los bienes naturales y sociales a la voracidad de las corporaciones capitalistas,
si hay que empeñar el futuro a los usureros globales, si hay que arrodillarse y
humillares, está no solo justificado sino felicitado, todo sea en nombre de la civilización y la modernidad. Así
justificaron entre otros absurdos extremadamente costosos su “gran proyecto Yacahay”.
El mayor problema no es la
miseria mental y cultural de las élites gobernantes, al final ellos siempre
sacan beneficios de su cómplice lealtad al colonizador, el problema real es la
recepción que este discurso colonizador y su efectivización en políticas de
estado y gobierno tiene en la sociedad ecuatoriana. No hay que olvidar que
durante la última década la mayoría de la población ecuatoriana apoyó el
proyecto de la “revolución ciudadana”, creo con temor a no equivocarme que fue básicamente
porque respondía al deseo colonial que caracteriza a la mayoría de los
ecuatorianos.
Durante mucho tiempo a pocos importó los sobre precios en la obra
pública, los despilfarros ostentosos del Estado, las megaconstrucciones sin
sentido, los gastos suntuarios, los salarios absurdos, el aumento irresponsable
e irreal del consumo en las clases
medias, el incremento del costo de la vida, etc. Vivimos la falsa ilusión de la
modernidad y solo eso importó, estábamos ansiosos de parecernos al colonizador llenándonos
de signos falsos (PhDs. ciudad del conocimiento, escuelas del milenio, plataformas
gubernamentales, nanosatélites, Honoris Causa, becas a las mejores universidades
del mundo, megas infraestructuras, jaguar latinoamericano, investigaciones nanotecnológicas,
producción de carros eléctricos, etc. etc.) Se nos dijo que teníamos el mejor
presidente del mundo, el aeropuerto con la pista más grande, que éramos la
tercera potencia mundial, y tanta otras insensateces que, sin embargo, tuvieron
audiencia y credibilidad durante muchos años. Nos llenaron de baratijas
coloniales al peor estilo de la cultura barroca más conservadora, nos cubrimos con ellos y nos sentimos los mejores
del mundo. Mientras tanto, se abría más hondo el vacío identitario que nos deja
el arrinconamiento, debilitamiento y abandono de la matriz cultural de los
pueblos ancestrales y sus posibilidades reales de actualización como una nueva
apuesta civilizatoria.
Cuando como es obvio, no solo por
un elemental sentido de la razón cultural, sino por una
repetición histórica del fracaso de la modernidad capitalista en las periferias,
las falsas promesas de la modernidad y sus débiles concreciones, como por
ejemplo el proyecto Yachay, se revelan como corrupción, nos sale un grotesco patriotismo porque nos
dijeron indios y nos recordaron que otra vez fracaso la promesa moderna y su
proyecto civilizador.
Rebasados y hundidos por la corrupción,
que permitimos que suceda a nombre de la civilización y sus símbolos, ahora solo sacamos la cabeza
para reclamar que no somos indios. Al contrario de salir indignados a exigir que los corruptos sean sancionados y
que la riqueza robada sea devuelta, nos ponemos a insultar a una comunidad de
hermanos que se encuentra en situación de refugio, mostrando que sobre nosotros
pesa más el racismo colonial que la solidaridad humana.
Si no somos capaces de abandonar
las falsas promesas de la modernidad capitalista y regresar a ver las
posibilidades de otra sociedad, reconociendo y valorando nuestra matriz cultural ancestral e histórica
y sus proyecciones futuras, seguiremos sumergidos en la corrupción y en un patético
patriotismo trasnochado propio de una sociedad colonizada que se quiere parecerse
al colonizador.
Natalie, por favor aclarar: "
ResponderEliminarhay un hilo común, que no tienen que ver con una conspiración correísta que inventó las declaraciones insulsas de las dos chicas venezolanas para desviar la atención sobre la corrupción." Parece que ese NO está demás, Sí fue una vil jugada cirreísta.