domingo, 17 de septiembre de 2017

Entre la farsa de Yachay y un grotesco patriotismo



En medio de las interminables y cada vez más escandalosas denuncias de corrupción del gobierno anterior, cuyos altos funcionarios sin duda tuvieron una década ganada,  se destapa un grotesco patriotismo por declaraciones insulsas de unas muchachitas sin ningún criterio cultural, educativo y existencial que como muchos jóvenes trastornados hacen buscando fama fatua en las redes sociales.


Entre estos dos hechos hay un hilo común, que no tienen que ver con una conspiración correísta que inventó las declaraciones insulsas de las dos chicas venezolanas para desviar la atención sobre la corrupción. Si fuese así, el hilo común que une estos dos hechos no sería un  problema inherente a la formación cultural de la sociedad ecuatoriana, sería una más de las prácticas poco éticas que caracterizó al gobierno anterior, vergüenza que quedaría en ese grupo político y nada más.

Lamentablemente, el hilo que une estos dos hechos tiene que ver con una cualidad cultural que históricamente caracteriza a la sociedad ecuatoriana y que en gran parte explica nuestros problemas económicos y  sociales.  Si bien la corrupción tiene una explicación estructural en la lógica de acumulación de capital, existen condiciones extra económicas que ayudan a que ésta se desarrolle a los niveles obscenos en los que se ha dado en estos últimos años, y que muestran su trayectoria histórica exponencial.  Si se toma como ejemplo al proyecto  Yachay y su advertido  fracaso  total, es fácil observar en él, la función que la colonización cultural cumple como palanca de la corrupción que lo atraviesa y que lo condena al fracaso.

La colonización tiene el efecto de producir sujetos alienados, es decir extrañados de su propia cultura y adoradores de la cultura del colonizador. Para que la colonización se efectivice, los primeros colonizados deben ser los miembros de las élites gobernantes de los pueblos  colonizados, pues ellos  son los que tienen que asegurar la colonialidad de toda la sociedad en el tiempo y en el espacio de su existencia. Así, cada gobierno, uno más que otro, el último más que todos, obscenamente orgullosos de su mente colonizada, han ofrecido a la sociedad ecuatoriana los brillos encantadores de la cultura del colonizador. Tras dicha promesa moderna no han escondido su desprecio a las culturas de los pueblos ancestrales y a sus actualizaciones históricas. Se llenan la boca ofreciendo “Carreteras, puentes, aeropuertos y puertos como en el primer mundo, universidades al nivel de los países desarrollados, escuelas del milenio de alta tecnología, aldeas del milenio para modernizar la vida de la Amazonía, carrera espacial”, etc. etc. etc. Para cumplir las promesas modernas y sacarnos del tercer mundo y así dejar en el pasado las culturas subdesarrolladas de los pueblos ancestrales y civilizarnos, si  hay que vender el alma al diablo, si hay que entregar los bienes naturales y sociales a la voracidad de las corporaciones capitalistas, si hay que empeñar el futuro a los usureros globales, si hay que arrodillarse y humillares, está no solo justificado sino felicitado, todo sea en nombre de la civilización y la modernidad. Así justificaron entre otros absurdos extremadamente costosos su “gran proyecto Yacahay”.

El mayor problema no es la miseria mental y cultural de las élites gobernantes, al final ellos siempre sacan beneficios de su cómplice lealtad al colonizador, el problema real es la recepción que este discurso colonizador y su efectivización en políticas de estado y gobierno tiene en la sociedad ecuatoriana. No hay que olvidar que durante la última década la mayoría de la población ecuatoriana apoyó el proyecto de la “revolución ciudadana”, creo con temor a no equivocarme que fue básicamente porque respondía al deseo colonial que caracteriza a la mayoría de los ecuatorianos. 

Durante mucho tiempo a pocos importó los sobre precios en la obra pública, los despilfarros ostentosos del Estado, las megaconstrucciones sin sentido, los gastos suntuarios, los salarios absurdos, el aumento irresponsable e irreal del consumo en las  clases medias, el incremento del costo de la vida, etc. Vivimos la falsa ilusión de la modernidad y solo eso importó, estábamos ansiosos de parecernos al colonizador llenándonos de signos falsos (PhDs. ciudad del conocimiento, escuelas del milenio, plataformas gubernamentales, nanosatélites, Honoris Causa, becas a las mejores universidades del mundo, megas infraestructuras, jaguar latinoamericano, investigaciones nanotecnológicas, producción de carros eléctricos, etc. etc.) Se nos dijo que teníamos el mejor presidente del mundo, el aeropuerto con la pista más grande, que éramos la tercera potencia mundial, y tanta otras insensateces que, sin embargo, tuvieron audiencia y credibilidad durante muchos años. Nos llenaron de baratijas coloniales al peor estilo de la cultura barroca más conservadora,  nos cubrimos con ellos y nos sentimos los mejores del mundo. Mientras tanto, se abría más hondo el vacío identitario que nos deja el arrinconamiento, debilitamiento y abandono de la matriz cultural de los pueblos ancestrales y sus posibilidades reales de actualización como una nueva apuesta civilizatoria.  

Cuando como es obvio, no solo por un elemental sentido de la razón cultural, sino   por una repetición histórica del fracaso de la modernidad capitalista en las periferias, las falsas promesas de la modernidad y sus débiles concreciones, como por ejemplo el proyecto Yachay, se revelan como corrupción,  nos sale un grotesco patriotismo porque nos dijeron indios y nos recordaron que otra vez fracaso la promesa moderna y su proyecto civilizador.

Rebasados y hundidos por la corrupción, que permitimos que suceda a nombre de la civilización  y sus símbolos, ahora solo sacamos la cabeza para reclamar que no somos indios. Al contrario de salir indignados a  exigir que los corruptos sean sancionados y que la riqueza robada sea devuelta, nos ponemos a insultar a una comunidad de hermanos que se encuentra en situación de refugio, mostrando que sobre nosotros pesa más el racismo colonial que la solidaridad humana.
   
Si no somos capaces de abandonar las falsas promesas de la modernidad capitalista y regresar a ver las posibilidades de otra sociedad, reconociendo y valorando  nuestra matriz cultural ancestral e histórica y sus proyecciones futuras, seguiremos sumergidos en la corrupción y en un patético patriotismo trasnochado propio de una sociedad colonizada que se quiere parecerse al colonizador.       


1 comentario:

  1. Natalie, por favor aclarar: "
    hay un hilo común, que no tienen que ver con una conspiración correísta que inventó las declaraciones insulsas de las dos chicas venezolanas para desviar la atención sobre la corrupción." Parece que ese NO está demás, Sí fue una vil jugada cirreísta.

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