martes, 19 de junio de 2018


La herencia imperdonable del progresismo latinoamericano



Como es de conocimiento público, Iván Duque candidato de la derecha colombiana por el uribista Partido Centro Democrático ganó las últimas elecciones presidenciales en el vecino país. Más allá de los discursos demagógicos que todo proceso electoral mercantil promueve, la victoria de Duque es sin lugar a dudas la victoria de la visión económica más neoliberal, de la visión política más autoritaria y de la visión ideológica más conservadora de la sociedad colombiana. Para muchos políticos y analistas, Duque representa una tendencia fascista que implementaría un  régimen de terror y destrucción en el vecino país.  

El triunfo de Duque consolida en el subcontinente una clara tendencia de la derecha latinoamericana, en clara articulación a los intereses más abyectos del capitalismo en su época tardía, caracterizado por su criminalidad, mafiosidad y brutalidad en contra de los pueblos, sus territorios y la naturaleza. Esta rearticulación de la hegemonía económica, política y sobre todo ideológica de la derecha latinoamericana abiertamente neoliberal, después de su derrota a fines del siglo pasado gracias a la alta movilización social, es posible por el fraude histórico protagonizado por el progresismo. En otras palabras, fueron los gobiernos progresistas los que prepararon el camino para la vuelta triunfante y legitimada  de la derecha latinoamericana. Fue la traición del progresismo a las  luchas, resistencias y demandas de los pueblos la que consiguió  limpiar la cara de la derecha de sus crímenes económicos, políticos y jurídicos; de todas las  violaciones sistemáticas a los derechos humanos que cometieron durante sus sucesivos gobiernos. Las prácticas autoritarias y corruptas que los  progresismos instauraron como política estatal para garantizar los negocios extractivos del capital, son las que prepararon el camino para el regreso blanqueado de la derecha. Mucha de la jurisprudencia que el progresismo produjo será muy útil para los remozados gobiernos de la derecha, quienes aprovecharan de ella pero no tendrán que asumir su autoría, la misma que será endosada a la izquierda, hoy nuevamente demonizada como el peor mal para la sociedad.

La herencia del progresismo que los pueblos no pueden olvidar ni perdonar, es el lavado de cara ideológico a la derecha capitalista más radical, que la limpia de todos sus crímenes históricos.  Este imperdonable legado es el que hoy, entre otras cosas, se expresa en el triunfo de Duque en Colombia, quien usó al progresismo y su fraude histórico para asegurar su llegada a la presidencia, en base a la consigna ideológica de  «vencer la amenaza de la izquierda, y combatir la miseria que trae el socialismo del siglo XXI a Colombia». Retórica fascista que en el fondo plantea la guerra total en contra de todo intento de transformación social que busque más equidad, paz con justicia, libertad, defensa de los territorios, de los pueblos y de la naturaleza.  Gracias al nefasto legado progresista, hoy la derecha aparece nuevamente  como el ángel de la historia latinoamericana, enviado por la sagrada democracia liberal, a proteger a la sociedad de “los socialistas hijos del  demonio comunista”. La historia se repetir nuevamente, ahora, como comedia. 

El problema de este discurso fascista es  que en la denominación de los socialistas hijos del demonio comunista  entran todos los pueblos, colectivos  y personas que se resistan a la salvaje avanzada de los negocios del capital en la región. De hecho, en todo América Latina y específicamente en Colombia los asesinatos de dirigentes campesinos, indígenas, de defensores de los derechos humanos y de la naturaleza que van en aumento, ahora nuevamente serán justificados a nombre de la democracia y la guerra en contra del comunismo. El progresismo nos regresó en la historia más de medio siglo,  todo lo que los pueblos logramos en el terreno ideológico para legitimar nuestras  luchas por justicia y libertad  nos lo han arrebatado en el juego perverso de los progresismos y la derecha.     

martes, 12 de junio de 2018


Poder, bendito y maldito poder:  el destino de sus encarnaciones individuales

 


Sin lugar a dudas el poder en general y el político en particular se encarna temporalmente en ciertas personas, que hacen uso y muchas veces abuso de él para beneficio propio y de su círculo de amigos, con los cuales comparten las delicias circunstanciales del mismo. Privilegio, este, que lo pagarán muy caro.

El poder es, creo, autocomplaciente, se explica en sí y para sí mismo, tiende a su acumulación,   en razón de lo cual se transforma en poder de dominación. Así,  el poder se posa violentamente sobre la humanidad y la naturaleza, es acción de dominar, domar, reprimir, destruir. En realidad el poder no pertenece a nadie, se pertenece a sí mismo, igual que el capital que, al final, no responde a ningún individuo particular, sino a sí mismo como lógica de acumulación sin fin. Los individuos particulares en los cuales se encarna solo son su posibilidad de mantenerse, reproducirse y acumularse al infinito, extendiendo cada  vez más su dominio.  Se trata de la mayor expresión del extrañamiento humano respecto de sí mismo.

El desconocimiento que los individuos o grupos particulares que temporalmente lo encarnan, es lo que permite que el poder crezca en su dominio por acumulación, por lo cual estos individuos deben creer que ellos tienen el poder y no que es el poder el que los tiene a ellos. Esta extrema enajenación  que sufren los individuos que personifican circunstancialmente el poder es absolutamente necesaria para su reproducción. Esto explica los estados delirantes de estos individuos colonizados por el poder, como por ejemplo los caudillos, los reyes, los gobernantes, los directores, los jefes, etc., que creen que lo son por alguna predestinación metafísica de sus cualidades personales. Es, obviamente, muy funcional a la reproducción del poder el delirio de sus encarnaciones individuales, pues mientras más delirantes más mueven la lógica de dominación que afirma el poder por el poder. Mientras más enajenados más violentos, mas autoritarios, más represivos, más amos  dominadores y por lo mismo más y mejores siervos del poder en su voracidad por acumularse.   

Mientras mayor servidumbre de las personificaciones del poder a su mandato (¡domina!) mayor su destrucción humana, pierden toda voluntad de humanización, en la voluntad de poder, del Poder. Cuando el  delirio de esta servidumbre del poder llega al límite de su posibilidad, ya no son útiles para los planes de reproducción del poder, necesitan ser eliminados, sacrificados en la plaza pública. Esto significa que de un momento al otro, sin proceso que suavice el impacto, son expulsados de los dominios del poder y devueltos a su terrena humanidad, pero totalmente destruidos en esa misma humanidad. Se convierten en la víctima a sacrificar para que el poder se recomponga del desgaste de su propia acción de dominio, la destrucción de la persona que encarnó el poder es el alimento del propio poder para seguir expandiéndose.

Solo para ejemplificar lo dicho, obsérvese el destino trazado anticipadamente para uno de gobernantes más serviciales  del poder, que ha tenido el país. Pasó, en un año, de ser el ungido todo poderoso a un vulgar delincuente y secuestrador.  Será real o simbólicamente sacrificado en la plaza pública, porque su cuerpo físico o simbólico inmolado  es requerido por el poder para empezar su nuevo ciclo de acumulación.   





          
    


martes, 5 de junio de 2018


El falso debate Correa-Moreno




En el año de gobierno de Moreno se ha operado una serie de cambios en lo político, que han conseguido, más que ampliar el ejercicio democrático, echar abajo una serie de disposiciones jurídicas que coaccionaban la participación política autónoma de la sociedad, incluso la oficial dirigida desde las estructuras jurídicas y políticas estatales.