lunes, 5 de junio de 2017

¿Cómo combatir la corrupción estatal?



Los datos  evidentes  de corrupción acaecidos en  América latina y, particularmente, en Ecuador  que  han fugado al ámbito público y que están  generando los escándalos mediáticos a los que asistimos en los últimos años y especialmente en los últimos meses, solo tienen una lectura posible, al menos solo una es de carácter estructural.


Si la economía que articula la vida social no fuese la capitalista, basada en la acumulación acelerada de capital y no en la satisfacción de las necesidades humanas concretas, la corrupción no tendría el radical carácter estructural que tiene. Es necesario partir de  esa premisa histórico-social  para entender la complejidad del fenómeno al que nos enfrentamos y poder dar respuesta al mismo.
El capitalismo es resultado de un acto de corrupción primigenio que expropio la propiedad social de los medios de producción y los hizo de usufructo privado. En esta expropiación originaria los pueblos conquistados fueron despojados de su riqueza natural, social y cultural para alimentar la acumulación primitiva de capital. De ahí en adelante, la explotación de la naturaleza y del trabajo ha sido la manera de continuar ininterrumpidamente el primer acto de corrupción y asegurar, de ese modo, el capitalismo como sistema social domiante.

Sobre la base de ese fundamento corrupto de la economía capitalista, se estableció un marco jurídico para sostenerlo, legalizarlo e incluso legitimarlo.  Es así, el derecho moderno el derecho del propietario privado, que iguala, en otro hecho fraudulento, a los propietarios de los medios de producción con los propietarios de la fuerza de trabajo, como si la propiedad de unos y otros fuera igual. De esta manera queda oculta la estructura de desigualdad, posible en el originario acto de corrupción que trasmutó la propiedad comunitaria, colectiva y social en propiedad privada.

El Estado en término generales, y más allá del discurso liberal, ha sido más a menos, más en América latina,  el aparato que ha garantizado la acumulación de capital nacional e internación mediante la permanente transferencia (privatización, concesión, deuda, contratación, etc.) de la riqueza natural y social, a los capitalistas. El Legislativo ha elaborado leyes al servicio de los negocios del capital y en detrimento de los trabajadores, a quienes en el mejor de los casos se les  dan ciertas mejoras laborales para evitar su insurrección, nunca demasiadas para afectar la estructura de la explotación. Para poner un ejemplo actual en el país, cabe mencionar la última Ley de Agrobiodiversidad, Semillas y Fomento de la Agricultura Sustentable que permite el ingreso del negocio de semillas transgénicas con el eufemismo de ser “con fines investigativos”, detrimento de la economía campesina. El  Ejecutivo se encarga de controlar el conflicto social (criminalización de la protesta social) para que los negocios con los capitales nacionales e internacionales  no se vean afectados por el justo y legítimo reclamo de los pueblos. Es el Ejecutivo, por ejemplo, el encargado de vender los bienes sociales y naturales, hacer las contrataciones públicas, endeudarse, todos estos mecanismos usados para transferencia de riqueza al capital nacional e internacional. Son los funcionarios del Ejecutivo quienes negocian  precios, intereses, condiciones, etc.  siempre en beneficio de la acumulación y no de la satisfacción real de las necesidades sociales. Así, se ha visto en todos los gobiernos, y más en aquellos  donde el precio de las materias primas ha subido, un gasto irracional de recursos, sobre todo capital en divisas, que mayormente beneficia a las empresas licitadoras de servicios. Muchas construcciones innecesarias, disfuncionales, mal hechas, con sobre precios, con fecha de caducidad que nos obliga a volverlas a hacer, o con préstamos atados que  nos obligan a contratar los servicios de las empresas-estados prestamistas. Esto sin lugar a duda ya es corrupción institucionalizada. El poder Judicial independiente y peor aún el dependiente del Ejecutivo, hace justicia en función, como no puede ser de otra manera, del derecho moderno de los propietarios privados.  La justicia a los propietarios privados de su fuerza de trabajo es la justicia de mantenerlos como trabajadores asalariados y para los propietarios de medios de producción para garantizar la acumulación de su capital, lo que supone más explotación del trabajo.  De esta manera, este derecho moderno le ha costado al país las últimas sentencias de los tribunales internacionales que sancionaron a favor de las transnacionales (Casos Chevron, Oxy) y a nivel interno, le ha costado a los pueblos y sus dirigentes ser perseguidos, enjuiciado y encarcelados por reclamar derechos, mientras se indulta a los corruptos (Caso Antonio Buñay).

La voracidad de la acumulación de capital, a pequeña y gran escala, es tan radical que transgrede su propia estructura corrupta legalizada. Esto es lo que estamos viviendo con las últimas denuncias de corrupción en América latina, ligadas a la empresa Odebrecht. La trama de coimas ejecutadas por la corporación brasileña para ser beneficiaria con los contratos estatales -dinero que luego era recuperado en creces no solo por las licitaciones ganadas sino por los sobreprecios de dichos servicios de construcción- muestra la corrupción capitalista al cuadrado, corrupción sobre corrupción. Además hay que tener claro que si esta  corrupción redoblada ha salido a la luz pública, no es porque haya una justicia justa y honesta, lamentablemente es debido a las disputas propias de los negocios corporativos en guerra por mercados.  Recordemos que esta empresa ha sido, en la última década y un poco más, la encargada de hacer muchas de las megas construcciones inherentes al proyecto IIRSA (Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana)  y que en su origen estaba bajo el control de empresas norteamericanas.  

El asunto es quién se lleva el pastel de los recursos estatales y para ello no se les ocurrió nada mejor que sobornar  a los funcionarios públicos de los estados latinoamericanos. Más aún, el soborno era anticipado. Las corporaciones capitalistas han decidido ser los nuevo financistas de los partidos y movimiento políticos que buscan ganar elecciones para administrar el Estado.  Bien se puede hablar de campañas electorales atadas a las corporaciones capitalistas por financiamiento. Muchos de los actuales y anteriores presidentes de los países de América latina están acusados de haber recibido dinero de Odebrecht para financiar su campaña electoral, con el obvio y corrupto compromiso de que si ganan están obligados a contratar los servicios de la empresa.  

La corrupción estructural de la economía capitalista es así sostenida por la corrupción política institucionalizada del Estado, naturalizada a tal nivel que se asume que es normal, tanto por su generalización cuanto por su institucionalización formal.  Debido a esto nadie observa que para atacar la corrupción hay que atacar a la economía capitalista y a su sistema político, caso contrario esta no parará. No se trata únicamente, aunque es lo primero que hay que hacer, de ubicar a los testaferros de los altos funcionarios públicos que han recibido coimas  de las empresas y juzgarlos y sancionarlos, se trata de ir tomando medidas estructurales en contra de la corrupción, es decir atacar las estructuras de acumulación de capital, lo que supone empezar a transitar por otro proyecto societal. Es esto lo que prometieron y no cumplieron los llamados gobiernos progresista y es por esto que la historia y los pueblos les juzgarán.


De regreso al país, el nuevo presidente Moreno además de exigir la lista completa de los funcionarios corruptos, hacerla pública y aplicarles toda la sanción que su execrable acto merece, tendría que atacar estructuralmente la corrupción. Según van las cosas parece que el nuevo gobierno no tiene ninguna intención de hacerlo. Lamentablemente, en lo simbólico: aquello de designar a muchos funcionarios de su gobierno dentro de la Comisión anticorrupción, al contrario de fortalecer la ciudadana que ya existe de manera autónoma, eso del arresto domiciliario para los corruptos, no oir el pedido de exigir la renuncia del Vicepresidente para que la investigación a sus funcionarios y familiares sea más transparente; y en lo estructural:  no priorizar en su programa económico la economía comunitaria, popular y solidaria, no cuestionar menos revertir el libre ingreso de los transgénicos al país, para los primeros 10 días de gobierno no da mucho espacio para dudar de su proyecto.      

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