lunes, 15 de mayo de 2017

Después del correísmo……




Es innegable que en esta década de gobierno dirigido por el casi ex presidente Ec. Rafael Correa, se estableció en el país una doctrina política, no la del llamado Socialismo del Siglo XXI, ni aún la del llamado progresismo, sino la del correísmo. Lo dicho no significa que el gobierno de Alianza País tenga semejanzas, relaciones o acuerdos con los otros gobiernos latinoamericanos de la llamada línea progresista. Significa lo expresado que   en el país, la plataforma política del progresismo latinoamericano, tomó el carácter y la cualidad de lo que podría denominarse la doctrina política del correísmo. Este carácter es lo propio del progresismo en el Ecuador, como el Chavismo en Venezuela o el Kirchnerismo en Argentina.

¿Qué es lo que caracteriza a esta doctrina política denominada el correísmo?  A diferencia de la Argentina donde el kirchnerismo es un movimiento político peronista, en Ecuador no se trata de un movimiento político velasquista o algo que se le parezca. Tampoco creo que el correísmo se inscriba de manera clara en el populismo ni de izquierda ni de derecha, aunque ciertamente tiene muchas de sus características. Sospecho que el correísmo no expresa ninguna doctrina ideológica, menos aún a las que en sus discurso aludía (socialismo, comunismo, etc.). Así, la adhesión que supone el ismo del correísmo no es al movimiento político A.P., menos aún a la propuesta socialista, sino una adhesión clara y directa a la doctrina política de Correa.

Aceptado lo anterior, ¿cuál es la doctrina política de Correa que se manifiesta en aquello del correísmo?  La doctrina política da cuenta de la teoría y práctica de la política más o menos sistemáticas que se expresan en un tipo de sistemas y comportamientos de los sujetos políticos, y que tienen por objeto el poder y sus formas institucionales. En el caso de la doctrina política implícita en el correísmo, se inscribe, más que en un pensamiento, en una práctica política ligada al ejercicio del poder gubernamental.

Durante 10 años hemos sido testigos de lo que podría llamarse la curva política del ejercicio del poder gubernamental, la misma que empezó con el símbolo de la correa en  la campaña electoral del 2006. Recordemos que en campaña, el entonces candidato levantaba su correa y afirmaba que con ella acabaría con la corrupción, con los diputados corruptos y con la partidocracia. En aquella época, después de más de dos décadas de una sucesión de gobiernos sumisos y entregados a las demanda del neoliberalismo - que manejaron el Estado y los recursos de la sociedad en beneficio a los grandes intereses económicos de los grupos capitalistas nacionales e internacionales; y que necesariamente  generó mayor empobrecimiento de los pueblos y deterioro de los bienes públicos que buscaban privatizarse- la idea de la correa y el castigo a esa vieja y corrupta partidocracia no fue mal vista.

Sin embargo, al regresar a ver la  correa de castigo y aquello de “dale Correa dale”, se entiende que ese eslogan de campaña contenía un principio de poder basado en el castigo, y como principio no importa el contenido social del sujeto objeto del castigo, sino el principio como forma de poder.  Tuvimos que vivir 10 años bajo el yugo de la correa de Correa para entender que no se puede admitir que el principio del poder gubernamental sea el castigo, independientemente del sujeto concreto de su aplicación. Cuando se aceptó que Correa use la correa como forma de su poder en contra de la vieja partidocracia corrupta, aceptamos que sea el castigo la práctica política gubernamental del correísmo. Cuando este principio autoritario se instauró, entonces ya no importa quién es el sujeto social de su aplicación, lo que prevalece es el principio en tanto tal, en tanto que forma del poder gubernamental. De la partidocracia corrupta, que pronto se reinventó en el propio movimiento País, la correa de Correa fue usada de manera sistemática  contra todos los sectores sociales, sobre todo aquellos que disentían políticamente con el gobierno por no estar de acuerdo con las políticas de gobierno, la mayoría de ellas en beneficio de grupos económicos nacionales y extranjeros y en detrimento de los intereses de los pueblos. Lo dicho explica la correa de Correa como criminalización de la protesta social y la disidencia política.

Así, el denominado correísmo da cuenta de un tipo de poder gubernamental marcadamente machista, autoritario y castigador. Una práctica que atravesó todo el ejercicio gubernamental y estatal y que lamentablemente permeó a toda la institucionalidad social pública y privada. Durante ésta década la sociedad ecuatoriana tuvo que soportar un despliegue cotidiano de abuso de poder por parte de los funcionarios gubernamentales, empezando por lo de cargos más altos, que además eran publicitados como legítimos.

Con la salida formal del Ec. Correa del gobierno de Alianza País, se aspiraría que el correísmo se debilite y desaparezca, sin embargo no se trata de la persona cuyo nombre  y comportamiento individual se expresa en el correísmo, sino de un modelo de poder político. El mismo presidente electo Moreno, tratando de justificar a su antecesor, ha dicho que en el momento en que Alianza País se hizo  gobierno el país necesitaba un mandatario con la fuerza y el temperamento de Correa. Lo que se intenta decir es que no basta con que el nuevo presidente marque una diferencia de  actitud con Correa, más abierta al diálogo político. De lo que se trata es preguntarse si ¿Moreno podrá desmontar las relaciones verticales y  autoritarias que se construyeron en estos 10 años como nueva estructura del gobierno y del Estado y de estas instancias políticas con la sociedad? En otras palabras, si ¿podrán poner fin a la década del correísmo, independientemente de que Correa ya no ocupe el sillón presidencial?


La sociedad debe esperar y exigir que el nuevo gobierno y cualquier otro que venga en el futuro asuma como principio de su gestión política la democracia real, de la participación activa de la sociedad a través de sus organizaciones autónomas respecto del poder del Estado y más aún del gobierno. El juicio de los pueblos a aquellos que atentan en contra de sus intereses no es la correa de un individuo, ni de un gobierno sino sus legítimas luchas por la defensa de la vida, la dignidad, los derechos humanos y la democracia siempre y cada vez más radical. 

Después del Correísmo: solo se espera a la sociedad recuperando su autonomía y poder sobre cualquier aparato político que quiera ponerse sobre ella .

1 comentario:

  1. Puros balbuceos de autonomía. No va a ser de la noche a la mañana que los espacios autónomos existan. Ni ha sido en su gran mayoría una búsqueda real en Ecuador, quizá solo en los últimos tiempos, de manera muy tardada, y por influjo de manera especial de los zapatistas que han llevado la práctica de la autonomía de manera ejemplar y que ha dado la vuelta al mundo y en alguna de esas vueltas, ni siquiera directamente, llegó a Ecuador el sentido de autonomía como antagonismo al capitalismo.
    La autonomía debe potenciarse rompiendo todas las referencias que conducen al Estado: formas de cultivo de líderes; cúpulas, élites intelectuales que usurpan la materia prima cultural para erigirse en conotados y reconocidos en reciclamientos seudo teóricos, etc. la autonomía será la hora de los pueblos de abajo, no por designio de quienes funjen como sus líderes, ni favores del Estado, ni ongs. Simplemente será más allá, por suerte, de quienes hoy se han enquistado al favor o en contra, como modo de vida, en espacios que usan no para destruir al capitalismo, sino para posicionar sus individualidades. La autonomía como movimiento real que ya bulle en las entrañas de la tierra, muy lejos de donde se imaginan los que cacarean a favor o en contra.

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