La transparente banalización de la corrupción
En una conversación con el querido
Mario Unda, éste con toda razón sostenía que el gobierno responde a las
denuncias de malos manejos de fondos públicos que pesan sobre su gestión, con
una estrategia que termina banalizando la corrupción. Esta alusión me recordó
las tesis de Baudrillard en su libro la Transparencia de Mal y la de Hannah Arendt sobre
la “banalidad del mal”.
Baudrillard dice:
Nada (ni siquiera Dios) desaparece ya por su final o por
su muerte, sino por su proliferación, contaminación, saturación y
transparencia, extenuación y exterminación, por una epidemia de simulación,
transferencia a la existencia secundaria de la simulación. Ya nó un modo fatal
de desaparición, sino un modo fractal de dispersión. (Baudrillard:
1991)
Desde que se desató,
en el último año, los escándalos de corrupción del gobierno de Alianza País – Parques
Samanes, Papeles de Panamá, Petroecuador, caso Odebrecht, pases policiales, pago
de frecuencias, etc.- sus funcionarios y principalmente los encargados del
control (Fiscalía, Comisión de Fiscalización de la Asamblea, Contraloría, Poder
Judicial) se han pasado la papa caliente
de unos a otros en una lamentable representación circense expuesta sin pudor
alguno a la sociedad ecuatoriana.
Ninguno de estos órganos de control ni ningún
funcionario encargado de fiscalizar la corrupción realmente han hecho algo para
sancionar a los corruptos. Se dan las vueltas, se demoran, no ven, investigan
siguiendo los tiempos legales que curiosamente dan la oportunidad a los
corruptos de salir sin problema del país, descubre el agua tibia de la
corrupción, se acusan los unos a otros, quieren indagar toda la historia de
corrupción del País, etc. Mientras representan esta mala comedia, las denuncias de corrupción y los comentarios
sobre éstas proliferan y se viralizan hasta el punto de que ya no importan, ya
se volvieron algo cotidiano gracias al hastío que su impúdica exhibición mediática
y la dispersión viral en las redes provoca.
La simulación de
honestidad que todos los implicados o
nombrados en los actos de corrupción realizan
se ha vuelto una epidemia. Nadie sabe
nada, nadie vio nada, nadie conoció al corrupto, todos son inocentes, todos son
víctimas de persecución política unos de la CIA y la oposición y otros del gobierno.
Lo cierto es que mientras más se denuncia y habla de la corrupción, es
decir mientras más se transparenta, ésta
tiende a banalizarse.
La corrupción se
institucionaliza y hace metástasis por efecto de su exposición banalizada, que le conduce a trascender su propia lógica,
no en la pura tautología sino en un incremento de potencia, en una
potencialización fantástica donde interpretan su propia pérdida.(Baudrillard:
1991)
El gobierno y cierta oposición usan la
denuncia de corrupción como publicidad política, sea para atacar al opositor o
para defenderse de la acusación. En cualquiera de los dos casos, de lo que se
trata no es de creer en la culpabilidad o en la inocencia de los implicados sino en hacer- creer a la
sociedad de que es así. Es esta la razón que explica que las Instituciones de
control no cumplan ningún papel de investigación
que lleve a determinar quiénes son los responsables y que sanción deben tener para
acabar con la corrupción de la función pública. Lo que importa es hacer creer a
la sociedad que es lo que dicen que es y
en esa estrategia la corrupción no termina, sino que se dispersa hasta desaparecer
del debate público, lo cual indica que ésta se institucionaliza y se vuelve
parte de la vida de la sociedad. El mal se ha transparentado, se ha positivizado,
hecho que queda explícito en ese lamentable y generalizado comentario del
sentido común “todos han robado al menos éstos han hecho algo”.
La corrupción, en
el grado más alto de su exhibición y transparencia, termina siendo algo
insignificante y trivial que al fin de cuentas no tiene ninguna importancia. Si
la corrupción está en todas las esferas estatales, en las esferas empresariales,
si todos se acusan de corrupción y todos son corruptos, la corrupción deja de
ser un problema social, se ha normalizado, fin del debate.
La sociedad está así
condenada a no poder establecer una frontera clara entre aquello que la
humaniza y aquello que la deshumaniza (entre el bien y el mal), está condena a
su destrucción sino es capaz de
recuperar el horizonte ético que le impulse afirmar su dignidad.
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