miércoles, 25 de enero de 2017

La destrucción de la política amenaza con devastar lo humano


Si se entiende la política como el espacio que los seres humanos abren entre ellos para juntos tratar la vida común, asegurar su presente y proyectar su futuro, no es difícil darse cuenta que la misma se encuentra gravemente deteriorada y en serio peligro de extinción.


La posibilidad de abrir este espacio común exige que los individuos limiten e incluso renuncien a sus intereses particulares en función de los intereses comunes; este acto es el fundamento del acto de justicia que los seres humanos tienen que realizar, no solo por el otro sino por la propia defensa de su yo. No existe la posibilidad de constituir y sostener el yo sin la relación con el otro, la misma que es posible sobre la base del acto consciente de limitar la expansión ego-ista.

Asistimos a la radicalización  del individualismo, por efecto de la ampliación de la lógica competitiva del mercado capitalista, lo cual objetivamente destruye en los seres humanos su capacidad de limitar su egoísmo y en esa medida establecer vínculos entre ellos que permita el nos-otros. Dicho de otra manera,  la universalización de la ideología mercantil como estructuradora de la vida social comprime cada vez más ese espacio donde los seres humanos pueden debatir sus asuntos comunes.

La destrucción del atributo político de los humano se hace más evidente en la decadencia obscena de la política oficial, cuyo modelo de la democracia liberal  está francamente caído.

El ejercicio oficial de la política,  cada vez más restringe el uso público de la razón, es decir la capacidad de pensar, entender y dialogar, única manera de abrir y alimentar el espacio entre nos-otros. La ideologización y control mediático, la censura de la comunicación y la información, la profesionalización de la política, la criminalización de  organización social, la instrumentalización del conocimiento, la burocratización y tecnocratización de la educación, la mercantilización de los procesos electorales, etc. clausuran el encuentro de los seres humanos que afirma su humanidad. 
   
El signo más evidente de la situación descrita es el triunfo de Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos. El ejercicio transparente  de la democracia liberal, que todo el poder de occidental admira y felicita del sistema liberal norteamericano, llevó a la presidencia del país - emblema del modelo Republicano Constitucional- a un individuo que es la encarnación de todas las cualidades antidemocráticas. Esta paradoja no es algo casual, sino que expresa la contradicción que articula la democracia representativa. Trump simplemente es el retorno reprimido que rompe la ilusión ideológica que estructura la democracia burguesa, es su síntoma, es el núcleo antidemocrático que en su retorno destruye la ilusión democrática que ayudó a formar.   

De las características antidemocráticas que encarna Trump, la más decidora de la decadencia del sistema político liberal es la incapacidad de este señor de restringir sus intereses egoístas  (léase racismo, xenofobia, machismo, misoginia, etc.) para abrir el espacio común con los otros diferentes, en definitiva su incapacidad de dialogar. Además, Trump no es un político, es un exitoso y perfecto mercantilista, un sujeto económico dirigiendo la política del país más poderoso del planeta sin intermediación de los profesionales de la política.  Lo dicho muestra la colonización capitalista de la totalidad del mundo social.

Si  Clinton, Obama e incluso los Bush eran profesionales de la política  sirviendo a las grandes corporaciones capitalistas, servidumbre evidenciada con los escándalos de corrupción de  Wall Street desatados en la crisis del 2008, Trump es directamente parte de las corporaciones, ya ni siquiera es necesario mantener la fachada de la independencia de la política respecto a la economía, o directamente del Estado respecto del capital.  

Si no somos capaces de recuperar el espacio entre nos-otros (la política), en el Ecuador puede suceder lo mismo y peor que en la Norteamérica de Trump: que pasemos de los gobiernos serviles al capital y sus intereses (evidenciados en la relación corrupta entre Estado y Empresa –caso Odebrecht-) a un gobierno directamente empresarial. Con el marco jurídico elaborado por el correísmo que criminaliza la política, cualquier empresario “exitoso” va a estar feliz de ser gobierno. No perdamos de vista que para resolver la economía en beneficio de las mayoría y sobre todo de las poblaciones más empobrecidas primero tenemos que recuperar la política para poder tratar las urgencia económicas y asegurar un futuro más digno y humano.     



    
       

      
     


   


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