El caudillismo en la década de la Revolución
Ciudadana
Lamentablemente, y se justifica utilizar este juicio de valor, el
caudillismo es parte indiscutible de la historia política de América latina y específicamente
del Ecuador. Si algo caracteriza la vida política en el subcontinente es el
recurso caudillista de sus gobiernos, el mismo que subsiste a lo largo de la
historia adecuándose a cada época.
La última cara del caudillismo en el continente bien se la podría denominar
caudillismo progresista. Esta reciente versión caudillista, al mismo tiempo que
está preñada de sus fundamentales tipos se adecua a los tiempos actuales y se caracteriza
por lo siguiente:
1.
La instrumentalización
y manipulación ideológica del discurso de la izquierda, que consiguió durante una
década explotar y pervertir el sentimiento
de transformación social de la población y sus símbolos.
2.
El liderazgo
absoluta y violentamente machista del jefe de gobierno, justificado en la
revolución. Muchos correístas han acentuado el carácter “fuerte” del Presidente
como algo necesario para “transformar” el país. Según dicen, su capacidad de mando y decisión, poco o
nada democrática, no es un rasgo del caudillo machista, sino de un “revolucionario”.
El caudillo
progresista se caracteriza por ser el
profeta de la modernización, para lo cual requiere tener fe en el progreso capitalista
(extractivismo, megas infraestructuras, financiarización de la economía, agroindustria, capitalismo cognitivo, etc.), entusiasmo en los nuevos negocios de
las corporaciones globales y cierta dosis de violencia para llevar adelante su
fe y su entusiasmo. En esta empresa modernizadora, el caudillo progresista no
puede tener ninguna duda intelectual, pues requiere la ciega certeza de sus “verdades”
para proclamar sin titubeos las vigorosas y necias afirmaciones que se exige a todo guía de masas
(la revolución avanza, la patria ya es de
todos, el pasado no volverá,
etc.). La sociedad es para el caudillo progresista
una masa acrítica, no una persona, una
organización, un movimiento políticamente autónomo, sino un soldado, una pieza, un ejército en su proyecto modernizador.
Similar a sus pares
europeos, el caudillo progresista echa mano de la retórica del despotismo
ilustrado y acude al lugar común de: “todo para el pueblo”, “al servicio del pueblo”,
pueblo que ha sido por su misma referencia vacía despojado de su historia, de
su política y de su existencia concreta.
Lo anterior sin contar con la política de criminalización de la
resistencia de los pueblos llevada adelante por el líder del pueblo y por su
absoluta exclusión del ejercicio gubernamental. Al parecer, son las enseñanzas del líder franquista José
Antonio Primo de Rivera las que guía la política del caudillo progresista, en aquel
conocimiento que reza:
«Ser jefe, triunfar y decir al día siguiente a la masa:
"Sé tú la que mande; estoy para obedecerte", es evadir de un modo
cobarde la gloriosa pesadumbre del mando. El jefe no debe obedecer al pueblo;
debe servirle, que es cosa distinta; servirle es ordenar el ejercicio del mando
hacia el bien del pueblo, procurando el bien del pueblo regido, aunque el
pueblo mismo desconozca cuál es su deber; es decir, sentirse acorde con el
destino histórico popular, aunque se disienta de lo que la masa apetece”
El caudillo progresista
igual que su tipo ideal recurre al plural mayestático. Así, por ejemplo, el presidente Correa repite sin descanso: “Somos más muchos más”. Se refiere a sí
mismo a través del uso de la primera persona del plural “somos”, en sustitución
de “soy”, de tal modo hace su deseo enajenado el deseo de todos, proyecta su
aspiración personal de progreso
capitalista a toda la sociedad.
Otro rasgo
característico del caudillismo tipo, que se recicla en el caudillo progresista,
es dejar sentado que la jefatura o
liderazgo que éste asume está saturada de misticismo y resignación, en la
medida en que el liderazgo aparece para el líder como una carga que éste tienen que llevarla con humildad y
resignación, ya que es una responsabilidad
que no puede evadirla. Así, por ejemplo, Correa en declaraciones ha dicho: “En caso de ser necesario, ahí estaremos, pero en lo personal lo que menos me
interesa es la reelección”; “Si yo estuviera aquí por ambiciones personales,
mejor me voy a la casa porque es una motivación ilegitima. Aquí estamos para
servir a nuestro pueblo, para dejar a las futuras generaciones un país mejor
que el que recibimos” “Jamás he buscado
ser importante, sí he buscado ser útil sobre todo a mi patria”, etc. Comparemos las declaraciones hechas por
Correa con las hechas por el líder del
franquismo español J. A. Primo de Rivera:
“Por eso hay que entender la jefatura humildemente, como
puesto de servicio; pero por eso, pase lo que pase, no se puede desertar ni por
impaciencia, ni por desaliento, ni por cobardía”.
Resulta ser que el
poder y sus privilegios terminan por ser
la “suprema carga”, que el líder acepta
con resignación y por cuyo sacrificio hay que agradecerle. A su vez, el
reconocimiento y agradecimiento que el caudillo
progresista exige de “su pueblo” está relacionado con su profundo desprecio a
la voluntad real de los pueblos, el mismo que está encubierto por el
paternalismo colonial, oligárquico y racista que considera a los pueblos históricos
y sobre todo a los ancestrales incapaces
de reconocer sus intereses, sus aspiraciones, sus luchas, su historia, su
cultura. Sobre la base de esta ideología
del poder caudillista, los pueblos no tiene más opción que seguir ciegamente al
líder progresista por el camino del progreso moderno capitalista
En definitiva el
caudillismo progresista y particularmente el caudillo Correa no pasa de ser uno
más en la triste lista de caudillos conservadores de América Latina que han
condenado a este continente a los márgenes de la historia moderna, al contrario
de acompañarla en la construcción de su propio destino histórico.
No hay duda de que esta es una década no solamente perdida, sino desperdiciada.
Referencias
Tapia, Alberto, Aproximación a la
teoría del caudillaje en Francisco Javier Conde por Alberto Reig Tapia.
El Ciudadano
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