Los rostros de la tragedia
A más de una semana del desastre natural que conmovió y conmueve el
corazón de nuestros pueblos, los rostros de la tragedia se muestran en su
dolor, en su tristeza e interpelan por solidaridad y justicia. Familiares y amigos fallecidos,
desaparecidos, heridos; hogares demolidos, comunidades destruidas; niños y
niñas huérfanos; viudas y viudos; ancianos solos y enfermos; mujeres y hombres
sin trabajo; pueblos enteros arruinados; proyectos de vida colectivos e
individuales truncados. Todo un pueblo dolido y entristecido que que desde abajo y juntos seguiremos caminando.
En medio de este inmenso dolor hay algo que alivia el corazón herido de
los pueblos del Ecuador y que es necesario evidenciarlo. Siempre se ha
comentado con pesar a veces con indiferencia otras de la débil identidad que
caracteriza a la nación ecuatoriana, se ha dicho que los y las ecuatorianas no
tenemos fundamento identitario por el profundo racismo que caracteriza nuestra
formación e historia sociocultural y quizá es verdad. Sin embargo creo que los
pueblos del Ecuador en su diversidad cultural y social han mostrado hoy no ser
nacionalistas, no tener una identidad nacional orgullosa y arrogante, sino ser
profundamente humanos. No he visto y posiblemente sea que no he mirado lo
suficiente, pero la reacción de la gente común y simple que habita este país
ante su tragedia común ha sido sencilla y hermosamente comprometida, generosa y
solidaria.
Estos pueblos que habitan este pequeño y bello país, hoy fuertemente lastimado,
han mostrado que saben ser en común, que saben ser humanidad en su gran
diferencia. Mirando a los rostros de la tragedia, los rostros de la solidaridad
se dejan interpelar por los primeros y acuden a su llamado, a su demanda de
auxilio. Ha sido un alivio para nuestro corazón fracturado actos cargados de humanidad y hermosura como el del
habitante de la calle, que en sus ausentes recurso entrega una botella de agua
para las víctimas del terremoto, quién como él sabe lo que es tener hambre y
sed y carecer de recursos para calmarlos. O el conmovedor gesto del señor que
entregó toda su pequeña producción de empanadas, de cuya venta sobrevive día a
día, para mitigar en algo el hambre de las víctimas. Las personas privadas de
libertad que en su difícil situación
hacen lo que pueden y construyen ataúdes y mantas para cubrir y enterrar los
cuerpos de nuestros muertos. Así también, los miles de voluntarios (médicos,
psicólogas, jóvenes, bomberos, trabajadores, mujeres etc.) dispuestos a asistir e intentar, en estos días de desolación, llevar un poco de calma, apoyo y cariño a las
personas afectadas. Junto a ellos,
las organizaciones y personas dispuestas
a prestar su contingencia para el rescate de los animalitos sobrevivientes, que
junto a sus amigos humanos vivieron el desastre. Cuando los más empobrecidos
dan su contribución es realmente solidaria, pues se desprenden de lo poco que
tienen.
El rostro de la solidaridad internacional de los pueblos también nos ha
hecho sentir menos solos. Rescatistas de varios países llegaron a recuperar las
vidas que aún latían bajo los escombros. Ayuda en insumos llegó desde varios
países, la mayoría de los pueblos de nuestro subcontinente que han pasado
circunstancias dan dolorosas, como las que hoy nos toca vivir a nosotros y
nosotras. El acto de infinita solidaridad del pueblo palestino, que pese a su escasez de recursos y a su permanente estado de opresión al que es
sometido -y quizá por eso mismo, porque conoce del sufrimiento que las
catástrofes, para ellos la brutal invasión militar, causan- nos extiende su
mano fraterna. Y así muchos, muchos rostros
de los pueblos sencillos y las personas sencillas que se saben humanidad
común, que saben recibir y hospedar al
otro dolido, que saben acogerlo, que saben compartir lo poco que tienen para
calmar la angustia del doliente. Los pueblos sencillos que saben
ser-nosotros.
Todos estos rostros, tanto los de las víctimas de la tragedia cuanto los
de la solidaridad y responsabilidad común y sus actos de infinita trascendencia
humana quedarán en nuestra memoria, como núcleo fundamental de la vida que
empezaremos a reconstruir.
Lamentablemente, asechando este testimonio de humanidad humanizada se
encuentran las máscaras de la inhumanidad del poder, la dominación y la usura.
Unas son las de las corporaciones capitalistas que, en estos momentos de
dolor humano, aprovechan del mismo para intensificar su lucro. No es difícil
darse cuenta que las irrisibles donaciones que hacen como gran acto caritativo
de apoyo a las víctimas es menos de lo que en estos mismos momentos ganan con
la aceleración del consumo, producto de la si real solidaridad de la ciudadanía,
que ha vaciado los estantes de los negocios de estos empresarios perversos para enviar alimento, agua y cobijo a
nuestros hermanos y hermanas afectadas. Lo que debían haber hecho, si fuesen
mínimamente humanizados, es entregar, en un acto básico de responsabilidad
social, todo lo que las víctimas necesitan en este momento para salir de la
crisis humanitaria, provocada por el terremoto en condiciones de vida
empobrecidas que muchos ya tenían. O al
menos debían haber bajado el precio de los
productos para que las personas solidarias puedan adquirir más para
enviar a las zonas afectadas. Pero no, no lo hicieron ni lo van a hacer, pues
perciben, piensan y actúan movidos por el obsceno interés de la ganancia y la
acumulación. Cómo van a desaprovechar semejante circunstancia para valorizar su
capital, de hecho deben estar pensando que en los próximo años su tasa de
ganancia incrementará, producto de la reconstrucción que el Estado y su
gobierno de turno iniciará y con la cual les transferirá la riqueza social extraída a un pueblo ya empobrecido.
Es ciertamente una máscara vampiresa, quieren extraer hasta la última gota de
sangre de los pueblos, y si esto parece increíble basta leer a Naomi Klein y su
teoría sobre la doctrina del shock. Razón está por lo que es urgente activar la economía
popular.
Las otras máscaras son las del poder de la dominación política que danza
su danza macabra con las de la expropiación económica. A nombre del dolor y la
solidaridad de todo un pueblo, al gobierno de la “Revolución Ciudadana” se le
ocurre la gran política de crear más impuestos para ese mismo pueblo. Es claro
que quién será más afectado con el incremento de los dos puntos del IVA es el pueblo
y dentro de él los hermanos y hermanas de las provincias víctimas del desastre, ya que la subsistencia se encarece. A nombre
del dolor y la solidaridad lo que se le ocurre al gobierno es lanzar un paquete
de privatizaciones de bienes públicos, que no es otra cosa que expropiar más
los pocos recursos que le quedan al
pueblo para salir adelante en esta crisis humanitaria; será que van a hacer
feria las hidroeléctricas, el manejo de las carreteras, la comercialización de
combustible que ya empezó, etc. Por qué no sube considerablemente el impuesto a
la renta a las corporaciones capitalista
que más han ganado en su gobierno, por qué no recorta gasto estatales que solo
buscan hacer propaganda para su autocomplacencia narcisista, por qué no elimina
cargos públicos vergonzosos y hoy aún más obscenos como la secretaria de la
felicidad, la de la política y otras más; por qué no se bajan al menos a la
mitad los sueldos los altos funcionarios del gobierno. Todo lo que no han podido hacer en estos
últimos años para golpear más profundamente a la economía popular de lo que ya lo han hecho, lo hacen ahora a
nombre del dolor y la solidaridad. Porque no cobran más impuestos justamente a
las empresas que más han ganado y ganarán a nombre de la tragedia: farmacéuticas
(hay una "hermanita" que tiene el negocio de los medicamentos en el
país), importadoras, exportadoras, comercializadoras de alimentos, de vitualla;
bancos; corporaciones publicitarias que se han hecho millonarias con tanta
propaganda política del Régimen etc. En definitiva todos los grupos económicos que
han hecho su agosto en esta década y específicamente en estos días de la
solidaridad real del pueblo. Por qué no obligaron a estos grandes negocios que
ganaron en este desastre a bajar los precios de los productos que la gente
solidaria se lanzó a comprar para mandar a los hermanos afectados; no, todo lo
contrario ahora les grava con 2 puntos más de IVA. Por qué no anticipan
controlar las ganancias de las empresas que lucrarán con la reconstrucción de
las zonas afectadas. No, nada de eso, siempre ponen el costo de las crisis y
las tragedias en las espaldas del pueblo, mientras sus grupos económicos se
hacen más poderos.
No contentos con
todo esto y con haber golpeado y debilitado las organizaciones de la sociedad
civil durante su gobierno, sus medidas de crisis amenazan destruir la
incipiente organización social solidaria que se empezó a configurar tras el
terremoto. Organización autónoma de la sociedad que ha mostrado a lo largo de
la historia de este país que es la única posibilidad que tenemos para enfrentar
las dificultades comunes, los desastres sociales, las crisis humanitarias.
Para hacer más
cruel la máscara del poder de dominación política, al presidente de la
República no se le ocurre mejor cosa de hacer gala obscena y obviamente
repulsiva de su prepotencia y arrogancia. En
medio de la tragedia y la desolación de los pueblos manabitas se atreve
a decir: “A ver señor, estamos en
emergencia nacional, aquí nadie me pierde la calma, nadie grita que lo mando
detenido, sea joven, viejo, hombre o mujer. Nadie me empieza a llorar, ni a
quejárseme por cuestiones que falten, a no ser que sean seres queridos que hayan
perdido…” No hay entendimiento
humano que pueda comprender semejante acto canalla, lo único cierto es que los
que ejercen el poder de dominación tienen su humanidad destruida.
A pesar de toda
esta conspiración de las máscaras perversas del poder, los pueblos del Ecuador
vamos a reconstruir nuestro proyecto de vida común, que el mal gobierno y la
catástrofe social derivada de la agitación de la naturaleza, han fracturado. Ni
la codicia del capital ni la perversidad
del poder político van a derribar esta voluntad y hospitalidad que hemos
recuperado, vamos a reconstruirnos en nosotros y nosotras, haciendo minga
comunitaria. Algún día, como dice el
autor desconocido, les contaremos a nuestros nietos que nacimos en
un país que se abrazó tan fuerte, que nunca más volvió a temblar, al menos no por los malos gobierno.
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