El dolor de un pueblo
Escribo no para hacer ningún análisis del tipo que sea, sobre la
tragedia social ocurrida el sábado 16 de Abril del año 2016, sino porque de no
hacerlo no podría seguir con la vida cotidiana, necesaria para darnos apoyo
mutuo en este momento de tanto dolor.
Siempre que la naturaleza en su infinita trascendencia respecto de la
vida humana se manifiesta, sea en su sosegada belleza que hospeda y peor aún en su aterradora agitación, no es posible
sino sentir y vivir la absoluta indigencia
humana. Nada se puede hacer ante la conmoción
imprevista de la tierra en la que transitoriamente nos hospedamos, solo esperar
humildemente el desenlace azaroso de sus movimientos. Ni la arrogancia de la
ciencia instrumental, ni la autosuficiencia de la técnica, ni la insolencia de
la política estatal, ni el narcisismo
antropocéntrico pueden avisar, prevenir y menos aún evitar la fuerza telúrica del
ecosistema que habitamos. No hay poder humano que pueda controlar los flujos
naturales, quizá humildemente prepararnos para que nos afecten con menor
intensidad.
Cuando ha terminado la agitación telúrica y de alguna manera pasa el
momento del terror, empieza el dolor por sus efectos en nuestra vida social e
individual. Recién allí podemos darnos
cuenta de las dimensiones que su agitación ha causado en nuestras vidas, apenas
en ese momento tenemos mínima consciencia de nuestra fragilidad no solo como sociedad, sino como especie. Ahí nos encontramos muertos, heridos,
huérfanos, desbastados, desamparados, indigentes que solo cuentan con su
proximidad herida. Es en este momento que con humildad tenemos que
estar-juntos, ser-juntos, pues solo esa cercanía nos puede ayudar a salir poco
a poco de la tragedia.
Estar-juntos supone poner-me de manera efectiva e incondicional junto al otro y otra que más necesitan,
reprimir el ego-ismo para poder hacer justica a los más afectados y necesitados
de la tragedia natural. Así mismo, es el momento en que estamos obligados éticamente
a reconocer la propiedad colectiva de la riqueza social y entender que cualquier
apropiación privada de ella, en estos momentos de dolor y devastación social, es mucho más perversa que en tiempos “normales”.
Los pueblos más heridos por el terremoto del 16 de abril, curiosamente en su mayoría son también
parte de los pueblos históricamente más empobrecidos, es decir despojados de la riqueza
social que por justicia les corresponde. Esta condición social se hace obscenamente clara
en estas tristes circunstancias:
construcciones precarias, infraestructura precaria, servicios públicos
deficientes, limitadas posibilidades de recuperación material de las pérdidas, etc. que ahondan los efectos del sismo. Es un hecho
del todo evidente que las catástrofes naturales siempre
afectan más a los pueblos más empobrecidos, pues sus ya frágiles condiciones de vida terminan demolidas.
En medio de este dolor, la adhesión solidaria del pueblo ecuatoriano en
general y la de otros pueblos hermanos ha sido un gran atenuante, pues no nos
sentimos tan solos, sabemos que nos tenemos entre nosotros y nosotras. Sentimos
que estamos-juntos que somos-juntas.
Sin embargo, lo que sorprende o
mejor dicho no sorprende es que las
empresas que más han lucrado de la riqueza social de la historia de este país y
particularmente de la última década (Corporación Favorita, Nirsa, El Juri,
Hidalgo & Hidalgo, Nobis, La Fabril, Banco del Pichincha, Banco de Guayaquil,
Nobis, Claro, Movistar, HOLCIM ECUADOR S.A., Cervecería
Nacional, LAFARGE Cementos SA., Colgate Palmolive del Ecuador Sociedad
Anónima Industrial y Comercial, PRONACA, Acería del Ecuador Ca Adelca,
Comercial Kywi, Ideal Alambrec SA, Herdoiza Crespo Construcciones,
Nestlé Ecuador, FARMACIAS Y COMISARIATOS DE MEDICINAS SA FARCOMED,
Corporación el Rosado etc.) no han contribuído con recursos para atenuar el dolor de los y las
afectadas, como su enriquecimiento lo exige. Si son estas empresas y sus accionistas
dueños los que más han ganado en estos
años de bonanza económica del país, lo que la razón histórica y la ética humana
demanda es que sea ellos los principales
proveedores para solventar las necesidades
de las víctimas. Peor aún, hoy están ganando más de lo que los y las ecuatorianos compran para manadar a los hemanos y hermanas afectadas, tendrían que ser mínimamente éticos.
Tampoco sorprende que los funcionarios de este gobierno, con su máximo
representante RC, no obliguen a estas empresas a asumir el costo mayor de esta
tragedia, ya que ni siquiera fueron capaces de hacer que asuman el costo de la
crisis económica que hoy con el terremoto se profundiza. Y aún se dicen ser un
gobierno que trabaja en función de las demandas de las mayorías más
empobrecidas, es ahora cuando su condición de funcionarios del capital se hace
cínicamente clara y despreciable.
Menos sorprende que los más altos funcionarios del gobierno, en un acto
de vergonzosa caridad, digan que como
gran acto compasivo van a donar el 10%
de su sueldo de abril y mayo para las víctimas, cuando debería al menos entregar el 50% de sus gordos salarios. Definitivamente no sorprende su
poca humanidad, los unos por su ambición económica y los otros por su ambición política
y su miserable interés salarial de nuevos ricos.
Pese a la inhumanidad e insensibilidad de los grandes empresarios y de sus
funcionarios públicos, los y las ecuatorianas
contamos con nosotras y nosotros, pues hasta el más empobrecido seguro que ha
dado su contribución, pues sabe lo que cuesta mantener la vida en
circunstancias difíciles, por eso no solo que son solidarios, sino partícipes del mismo destino común.
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