lunes, 18 de abril de 2016

El dolor de un pueblo



Escribo no para hacer ningún análisis del tipo que sea, sobre la tragedia social ocurrida el sábado 16 de Abril del año 2016, sino porque de no hacerlo no podría seguir con la vida cotidiana, necesaria para darnos apoyo mutuo en este momento de tanto dolor.

Siempre que la naturaleza en su infinita trascendencia respecto de la vida humana se manifiesta, sea en su sosegada belleza que hospeda  y peor aún en su aterradora agitación, no es posible sino sentir  y vivir la absoluta indigencia humana.  Nada se puede hacer ante la conmoción imprevista de la tierra en la que transitoriamente nos hospedamos, solo esperar humildemente el desenlace azaroso de sus movimientos. Ni la arrogancia de la ciencia instrumental, ni la autosuficiencia de la técnica, ni la insolencia de la política estatal,  ni el narcisismo antropocéntrico pueden avisar, prevenir y menos aún evitar la fuerza telúrica del ecosistema que habitamos. No hay poder humano que pueda controlar los flujos naturales, quizá humildemente prepararnos para que nos afecten con menor intensidad.

Cuando ha terminado la agitación telúrica y de alguna manera pasa el momento del terror, empieza el dolor por  sus efectos en nuestra vida social e individual.  Recién allí podemos darnos cuenta de las dimensiones que su agitación ha causado en nuestras vidas, apenas en ese momento tenemos mínima consciencia de nuestra fragilidad  no solo como sociedad, sino como especie.  Ahí nos encontramos muertos, heridos, huérfanos, desbastados, desamparados, indigentes que solo cuentan con su proximidad herida. Es en este momento que con humildad tenemos que estar-juntos, ser-juntos, pues solo esa cercanía nos puede ayudar a salir poco a poco de la  tragedia.

Estar-juntos supone poner-me de manera efectiva e incondicional  junto al otro y otra que más necesitan, reprimir el ego-ismo para poder hacer justica a los más afectados y necesitados de la tragedia natural. Así mismo, es el momento en que estamos obligados éticamente a reconocer la propiedad colectiva de la riqueza social y entender que cualquier apropiación privada de ella, en estos momentos de dolor y devastación social, es mucho más perversa que en tiempos “normales”.

Los pueblos más heridos por el terremoto del 16 de abril, curiosamente en su mayoría son también parte de los pueblos históricamente más empobrecidos, es decir despojados de la riqueza social que por justicia les corresponde.  Esta condición social se hace obscenamente clara  en estas tristes circunstancias: construcciones precarias, infraestructura precaria, servicios públicos deficientes, limitadas posibilidades de recuperación material de las pérdidas,  etc. que ahondan los efectos del sismo. Es un hecho del todo   evidente que las catástrofes naturales siempre afectan más a los pueblos más empobrecidos, pues sus ya  frágiles condiciones de vida terminan demolidas.

En medio de este dolor, la adhesión solidaria del pueblo ecuatoriano en general y la de otros pueblos hermanos ha sido un gran atenuante, pues no nos sentimos tan solos, sabemos que nos tenemos entre nosotros y nosotras. Sentimos que estamos-juntos que somos-juntas.  

Sin embargo, lo que sorprende o  mejor dicho no sorprende  es que las empresas que más han lucrado de la riqueza social de la historia de este país y particularmente de la última década (Corporación Favorita, Nirsa, El Juri, Hidalgo & Hidalgo, Nobis, La Fabril, Banco del Pichincha, Banco de Guayaquil, Nobis, Claro, Movistar, HOLCIM ECUADOR S.A., Cervecería Nacional, LAFARGE Cementos SA.,   Colgate Palmolive del Ecuador Sociedad Anónima Industrial y Comercial, PRONACA,   Acería del Ecuador Ca Adelca, Comercial Kywi,   Ideal Alambrec SA, Herdoiza Crespo Construcciones, Nestlé Ecuador,   FARMACIAS Y COMISARIATOS DE MEDICINAS SA FARCOMED, Corporación el Rosado etc.)  no han contribuído con recursos para atenuar el dolor de los y las afectadas, como su enriquecimiento lo exige. Si son estas empresas y sus accionistas dueños los que más han ganado  en estos años de bonanza económica del país, lo que la razón histórica y la ética humana  demanda es que sea ellos los principales  proveedores para solventar las necesidades de las víctimas. Peor aún, hoy están ganando más de lo que los y las ecuatorianos compran para manadar a los hemanos y hermanas afectadas, tendrían que ser mínimamente éticos.
         
Tampoco sorprende que los funcionarios de este gobierno, con su máximo representante RC, no obliguen a estas empresas a asumir el costo mayor de esta tragedia, ya que ni siquiera fueron capaces de hacer que asuman el costo de la crisis económica que hoy con el terremoto se profundiza. Y aún se dicen ser un gobierno que trabaja en función de las demandas de las mayorías más empobrecidas, es ahora cuando su condición de funcionarios del capital se hace cínicamente clara y despreciable.

Menos sorprende que los más altos funcionarios del gobierno, en un acto de vergonzosa caridad, digan que como gran acto compasivo van a donar el 10% de su sueldo de abril y mayo para las víctimas, cuando debería al menos entregar el 50% de sus gordos salarios. Definitivamente no sorprende su poca humanidad, los unos por su ambición económica y los otros por su ambición política y su miserable interés salarial de nuevos ricos.   

Pese a la inhumanidad e insensibilidad de los grandes empresarios y de sus funcionarios públicos,  los y las ecuatorianas contamos con nosotras y nosotros, pues hasta el más empobrecido seguro que ha dado su contribución, pues sabe lo que cuesta mantener la vida en circunstancias difíciles, por eso no solo que son solidarios, sino partícipes  del mismo destino común.


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