Actos
canallas que no se puede perdonar
En estos 9 años de gobierno correista hemos sido testigos de la puesta en escena de la prepotencia y el
cinismo del poder gubernamental, que ha mostrado la continuidad, y en muchos casos la radicalización, de la triste y vergonzosa historia de dominación política en el país.
La humillación pública que
desde el más alto funcionario del Estado se ha ejecutado contra la sociedad en
sus distintos sectores –sindicatos, profesores, mujeres, jóvenes estudiantes,
pueblos indígenas y campesinos, ecologistas, periodistas, médicos, sacerdotes,
militares, policías, funcionarios públicos, jubilados, pueblos montubios, etc.-
ha evidenciado la indecencia del actual gobierno. Las sabatinas han sido el
escenario para que el poder de Alianza País despliegue sin mínima vergüenza y
con todo histrionismo su obsceno desprecio por todos y todas las personas que
no se someten a su voluntad de dominio.
El principio básico que
permite la proximidad entre las personas y con ella la sociabilidad, única
garantía de la supervivencia humana, es saber que no puedo violentar de ninguna
manera a los otros, simplemente no puedo lesionar su integridad humana. Este principio
que explica el vínculo humano fundamental y básico tiene que ser principalmente
observado por las personas que eventualmente ocupan puestos de poder, pues de
no ser así la humillación adquiere ribetes aún más perversos. Sin embargo, los “revolucionarios
del Siglo XXI”, al contrario de lo que dice el principio humano elemental, se
han dedicado a lesionar los vínculos sociales que garantizan la convivencia social.
Se estableció como política de gobierno el escarnio público, siniestra práctica
del poder más irracional que el
humanismo combate desde su emergencia en
el Renacimiento y que la lógica más elemental de la supervivencia humana lo sanciona.
A nombre de la
transformación y la justicia social, Alianza
País ha impuesto a la sociedad ecuatoriana la práctica de la humillación diaria
para combatir no solo la disidencia política, sino cualquier demanda social que
cuestione su dominación. El gobierno y principalmente su presidente no han
mostrado la más mínima decencia política en su trato con la sociedad, y sobre
todo con los sectores críticos de la misma; se han dedicado a maltratar,
desvalorizar, deslegitimar la palabra y
las acciones de los sujetos individuales y colectivos que se han atrevido
a cuestionar la política gubernamental. De esta manera, lo que han logrado es
un retroceso en las relaciones de reconocimiento social de los y las ecuatorianas
que lesionan el buen convivir de nuestras comunidades.
Esta despreciable
actitud gubernamental, expuesta protagónicamente por el presidente, ha sido justificada
por sus incondicionales servidores públicos y compañeros de movimiento a nombre
del temperamento del presidente, de sus
errores humanos, de su sensibilidad herida y tantas otros argumentos que
ciertamente no resisten ninguna perspectiva ética. Por su parte, la sociedad paulatinamente
se ha cansado de la ruindad de los nefastos representantes del gobierno, le ha retirado
el apoyo y ha levantado su voz de indignación. Pese a
esta evidente protesta de la sociedad ante este perverso ejercicio de poder, el
gobierno atrapado en las consecuencias de sus malos manejos económicos e incapaces
de asumirlas con responsabilidad, se lanzan en contra de la sociedad
radicalizando la humillación a niveles canallescos.
No puede existir acto
más canalla que referirse con obsceno desprecio a una de las más sensibles
dolencias de la sociedad como son sus enfermos catastróficos. Se necesita dejar
que el poder les arrebate el último
rastro de humanidad para decir que la grave situación económica del SOLCA no es
un asunto de interés para el jefe de gobierno. Cómo no
puede ser un asunto de interés gubernamental la salud de las personas más todavía de las afectadas
por el cáncer. Solo una persona
devastada por la inhumanidad que el ejercicio del poder de dominación, la
prepotencia y el narcicismo patológico provocan puede ser arrogante con el
dolor humano.
Este acto canalla no
puede ser aceptado, no puede ser perdonado, no puede ser olvidado por una
sociedad digna y decente que acoge a todos sus integrantes, más aún a aquellos
que más necesitan de su solidaridad, responsabilidad y compromiso. La pregunta que
no necesita respuesta es: si un canalla puede representar a una sociedad decente? De ninguna manera, pues va contra todo principio ético y humano.
Brillante artículo que recoge con absoluta fidelidad lo que piensa y siente toda persona digna de este país. Muchas gracias.
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