El feminicidio, la más abominable vergüenza social
Con el execrable asesinato de las
dos turistas argentinas en el balneario de Montañita, hecho que se suma a una
lista de asesinatos de mujeres ecuatorianas, que han quedado en la impunidad, es
hora que acabemos con la hipocresía que como sociedad mantenemos sobre esta
violencia y exijamos a las instancias estatales responsabilizarse y poner fin a
la misma.
Es urgente entender que la
violencia contra las mujeres no es un hecho aislado y contingente, sino histórico
y estructural que se explica por el modelo patriarcal y machista que organiza
la relaciones de género, donde lo masculino se impone con violencia a lo
femenino.
Además de ciertamente sancionar a
los responsables directos de los asesinatos y violaciones de mujeres, es
urgente destruir las relaciones sociales de dominación masculina que engendran
a los asesinos y violadores. Esta, de hecho, es una tarea responsabilidad de
toda la sociedad en todos y cada uno de sus estamentos. Es urgente transformar
las instituciones de la sociedad civil y del Estado, formadas en relaciones de
dominación patriarcal que naturalizan y legitiman la violencia contra las mujeres.
En función de este propósito, primero hay
que destapar sin miedo la abominable condición social que hace culpable a las
mujeres por el hecho de ser mujeres y, a partir de allí, nos condena a pagar
una culpa, muy beneficiosa a la
dominación patriarcal, con sometimiento a su violencia masculina. Cuando la
sociedad se descubra en su abyecta dominación fálica, podrá sentir vergüenza de
la violencia machista de las instituciones estatales que permiten la impunidad de
los asesinos y violadores de mujeres; que
consienten y promueven las inequidades de género laborales, educativas,
culturales, políticas, económicas, ideológicas y jurídicas. Sentir vergüenza de
las injusticias cotidianas que nos obligan a vivir sitiadas, escondidas en un mundo que no solo que no nos pertenece,
sino que es hostil para nosotras –no poder caminar libremente por las calles en
el tiempo y en los espacios que si lo hacen los hombres, no poder vestirnos con
libertad como si lo hacen los hombres, no poder pensar, no poder hablar, no
poder opinar, no poder viajar, no poder…no poder. Sentir vergüenza de pensar
que la víctima de la violencia machista es responsable de haber sido ultrajada
por vestirse de determinada manera, por divertirse, por reírse, por confiar,
simplemente por ser. Responsable de ser asesinada por no permitir que la violen,
la usen, la sometan; responsable por ser digna y pelear por su dignidad.
La sociedad tiene que sentir vergüenza
de la violencia machista de sus gobernantes y caudillos, que no solo que
humillan públicamente a las mujeres, sino que hacen cínico alarde de su despreciable
acto. Sentir vergüenza de sus gobernantes
que no son capaces de defender la integridad de las mujeres del país que
gobiernan, frente a la violencia
machista de caudillos extranjeros conocidos por sus crímenes contra las mujeres.
Sentir vergüenza de gobiernos que obligan a sus integrantes mujeres a asumir
públicamente su sumisión a la violencia machista del presidente. Sentir vergüenza de una sociedad cuya perversa
economía nos ha convertido en mercancía publicitaria de las grandes corporaciones
capitalistas y mercancía de las organizaciones criminales de tráfico de mujeres
para la prostitución.
Cuando la sociedad patriarcal sea
capaz de sentir vergüenza de su violencia machista y sobre todo cuando los hombres sientan vergüenza
de su poder y de los privilegios que éste conlleva para ellos y de las
atrocidades que por él padecemos las mujeres, abandonarán sus prerrogativas y
se pondrán junto a nosotras para transformar esta vergonzosa y cobarde sociedad.
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