Aclaraciones
necesarias ante la relatividad ética del momento político
En el momento en que los
proyectos progresistas entran en crisis - principalmente debido a sus propias
contradicciones internas y a la lógica de su programa político que fue
paulatinamente virando hacia las demandas del capital- y la vieja derecha
vuelve a ocupar la escena política de la región se hace visible la confusión
ideológica y ética provocada por el progresismo del siglo XXI.
Frente a los últimos escándalos
de corrupción que involucran ya no solo al
gobierno de Venezuela en el periodo de Chávez
y aún más Maduro, al gobierno de los Kirchner en Argentina, a Ortega en Nicaragua,
a Correa en Ecuador, a Evo en Venezuela, a Bachelet en Chile, sino al más legítimo representante del progresismo
latinoamericano Inácio Lula da Silva, la
vieja derecha remozada y la izquierda confundida buscan posicionarse.
La vieja derecha de repente se ha
convertido en la defensora número uno de la honestidad política y denunciante de la corrupción del
progresismo, cosa que sorprende si recordamos su papel cuando fue gobierno,
sobre todo en el periodo neoliberal. En
aquella época no muy lejana fuimos testigos de fraudes fiscales, especulación y tráfico de
influencias, manipulación de información privilegiada, etc. El Estado,
desmantelado, se convirtió en una máquina
de corrupción manejada por empresarios y políticos, que lo utilizaban para
hacer sus negocios en detrimento del funcionamiento democrático de la
institucionalidad estatal. Una trama al mejor estilo de la mafia se tejió en el
neoliberalismo, la misma que incluía políticos, empresarios, banqueros, etc. El
Estado débil para regular la economía y atender las demandas sociales era
eficaz para servir, con su servidumbre tecnocrática y militar, a una poderosa minoría
socioeconómica nacional y transnacional dedicada a los negocios financieros,
extractivos y comerciales.
La vieja derecha, que ahora se
rasgan las vestiduras a nombre de la honestidad, cuando administró el Estado neoliberal
traspasó empresas públicas, sobre todo del área social, al sector privado; cerró
negocios millonarios en beneficio de grupos de poder a los cuales servía. Todo
este entramado de corrupción institucionalizada en el neoliberalismo provocó la profunda crisis del sistema político
estatal y las revueltas populares que defenestraron gobiernos en todo el
subcontinente, en los años 90. Este fue el escenario político que permitió la
llegada del progresismo.
Es difícil por decir lo menos
creer que la vieja derecha en una década se haya transformado de saqueadora de la
riqueza social en justiciera de los desposeídos del continente, más aún cuando
muchos de sus representantes han participado activamente en los gobiernos
progresistas y se han beneficiado de los mismos.
Por su parte, la izquierda que integra
los gobiernos progresistas y algunos grupos de izquierda opositora, en estos
momentos de crisis del progresismo salen
a defenderlo a nombre de parar la avanzada reaccionaria de la vieja derecha, llamada
restauración conservadora. Ciertamente que la vieja derecha tienen el proyecto
continental de recupera el espacio de poder
político perdido en esta década y por lo tanto sacará todo el beneficio de la
crisis de los progresismo, sin embargo no por ello hay que salir a defender y
menos justificar la corrupción de los
gobiernos de la izquierda progresista y su sometimiento al capital. La ética de
la política emancipadora no admite que los pueblos y las izquierdas coherentes
se alineen con la vieja derecha en contra de los progresismos, pero tampoco
admite de ninguna manera justificar la corrupción de la izquierda progresista en
el gobierno.
Tampoco es posible decir que el
progresismo no es izquierda, pues en Brasil, Nicaragua y Bolivia son guerrilleros
(Daniel Ortega y Dilma Rousseff) y dirigentes sindicales (Evo y Lula) los principales representantes del gobierno
que han estado involucrados directamente en los escándalos de corrupción, en la
complicidad con el gran capital y en contra de las organizaciones populares. Es
innegable que en todos los gobiernos progresistas han participado activamente
grupos de izquierda como sindicatos, organizaciones sociales, partidos y
fracciones políticas como el MIR, los
socialistas, los comunistas, organizaciones guerrilleras como AVC en Ecuador,
etc. Es decir, es la izquierda, aunque no toda, parte activa y
responsable de este proceso, esto es, partícipe y cómplice de la corrupción y
la sumisión a las demandas perversas de la acumulación capitalista. Negar esto
a nombre de defender la izquierda es caer en la corrupción ética que toda persona
comprometida con la transformación social debe asumir de forma incondicional.
La izquierda, como dice un gran
amigo mío, no es un continente (una positividad objetivada en personas,
partidos, organizaciones, movimientos o gobiernos con los que haya que tener
lealtad incondicional independientemente de lo que hagan) es una intención
ética que busca la emancipación humana de todo aquello que inhumaniza lo humano.
Así, la lealtad es con esta intención emancipadora, es esta actitud y
compromiso con la humanización creciente la que hay que defender y proteger, en tal motivo ser de izquierda es
exigir justicia, exigir que se sancione a todo individuo o grupo que atenten
contra la humanidad, a todo individuo o grupo que hayan depredado la riqueza común
y provocado más miseria material y
simbólica de la sociedad. Ser de izquierda es exigir que se juzgue y sancione a
los corruptos que despojan a los pueblos de su riqueza social y depredan la naturaleza sean de derecha o de izquierda. Ser de
izquierda es exigir que se juzgue y encarcele a los corruptos neoliberales y a
los corruptos progresistas que han utilizado el Estado y la esperanza de los
pueblos para obtener prebendas y privilegios de clase. Al fin de cuentas no hay diferencia entre el
neoliberalismo (la derecha) y el progresismo (la izquierda) cuando se trata de
lucrar de los bienes comunes y de institucionalizar la corrupción para
beneficiarse y beneficiar al capital.
Si las izquierdas no son capaces
de abandonar los vicios de la burguesía y combatirlos no solo en la burguesía
sino en sus propias organizaciones, no tienen razón de ser. Si las izquierdas
no tenemos la suficiente dignidad de hacernos cargo de nuestros errores
históricos, abandonar las recetas cómodas, los eufemismos beneficiosos, los
dogmas lucrativos y las prácticas
privilegiadas es mejor que dejemos que
los pueblos reinvente su utopía sin las taras ideológicas de una izquierda momificada.
Brillante y necesaria Natalia...como siempre...
ResponderEliminarJusto y necesario.
ResponderEliminarDe acuerdo. Gracias por describir una realidad tan compleja de una forma tan clara!
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