La
Revolución Ciudadana: entre el cinismo económico
capitalista y el fetichismo político desarrollista
Ya no es desconocido
que la Revolución Ciudadana expresa un violento proceso de modernización
capitalista, lo que no queda claro es la razón que explica la desmovilización
social ante semejante violencia modernizadora.
Es un hecho ya
reconocido que el objetivo del proyecto de la Revolución Ciudadana no es otro
que modernizar el capitalismo, en función de las actuales exigencias de la acumulación
de capital. En relación a esta constatación se ha investigado y debatido
bastante, sin con esto querer decir que tal debate se haya agotado. Sin embargo,
considero necesario pensar las razones que explican la aceptación que la mayoría de ecuatorianos y ecuatorianas, aún, muestran
frente al proyecto de la RC, a pesar de vivir y padecer la violencia de la
modernización capitalista que el Gobierno lleva adelante.
Sin duda, los procesos
modernizadores-racionalizadores, inherentes a la expansión del capitalismo,
conllevan un alto nivel de violencia que afecta directamente a los seres
humanos, cuyas vidas culturales, simbólica, políticas, económicas e incluso
biológicas son sacrificadas en nombre del desarrollo capitalista. Esta
violencia se explica en cuanto el capitalismo es una economía que se sostiene
en y por la acumulación de capital -posible en la aceleración del proceso
productivo y la ampliación del marco mercantil - lo que supone explotación del
trabajo humano, destrucción de la naturaleza, pérdida de los tejidos
comunitarios, debilitamiento de las alianzas sociales, individualismo
narcisista, opresión cultural, exclusión y expulsión social y simbólica,
etc.
Los procesos de
racionalización capitalista, que posibilitan el desarrollo y progreso moderno,
implican la expansión colonizadora de la razón económica sobre el mundo de la
vida. En otras palabras, la lógica económica, articuladora de la totalidad de
la estructura social moderna, invaden los mundos de la vida despojándoles de su
significado, y oprimiendo su posibilidad humanizante. En sociedades agrarias
como la nuestra, en las cuales el mudo de la vida contiene y envuelve las
relaciones económicas, la intervención
de los procesos de modernización supone la violenta destrucción de la vida,
producto de la invasión de la economía mercantil capitalista. El mudo de vida
agrario es, así, despojado de su significación humanizadora, misma que
posibilita la experiencia total de la vida, no solo humana, sino también la que
la acoge. Lo que la racionalización capitalista destruye son los tejidos
comunitarios y sociales que forma el mundo vital, en el cual las relaciones
económicas, jurídicas, políticas e ideológicas –sistema social- no son ajenas
ni extrañas a la vida cotidiana de los individuos.
Ensayando otra
enunciación, se puede decir que la racionalización capitalista –modernización-
en su proceso de desmistificación destruye la magia que hace del mundo un rincón
donde lo humano se hospeda. De esta manera, el humano moderno, sujeto
racionalizado, se queda huérfano de
mundo, expuesto a la violencia de la razón capitalista –en su dimensión
económica, política, jurídica e ideológica-. Dicho de otro modo, las
estructuras sociales invaden el mundo de la vida y en lugar de alimentarlo y
fortalecerlo amenazan con destruirlo, dejando al ser humano sin hogar.
En América latina los
mundos de la vida en las comunidades agraria, pese a la colonización europea y
posteriormente norteamericana, se han mantenido, han resistieron a la embestida
del sistema colonial. En el Ecuador, la permanencia de los mundos de vida agrario-andinos ha sido lo que
nos ha permitido guarecernos de la embestida capitalista, al mismo tiempo que
poner resistencia a la misma. En las dos década de aplicación del
neoliberalismo (años 80 y 90 del siglo
pasado), las políticas económicas y sociales del Consenso de Washington, que
amenazaron destruir los mundos de la vida, encontraron su límite en la resistencia
social nacida de los tejidos comunitarios. Cuando la población sintió amenazada
su existencia social, e incluso biológica, por la devastación neoliberal (flexibilización laboral, recorte en el gasto
social, privatización de los bienes públicos, saqueo de recursos naturales,
etc.) experimentó este inminente exterminio como un deja vu que actualizaba el eterno
saqueo modernizador y el horror que provoca. Dicho de otra manera, la
aplicación de cada política neoliberal se la percibía como el retorno de la
muerte cultural (síntoma reprimido) que nuestros pueblos han sufrido desde su nacimiento como pueblos colonizados.
A pesar de los argumentos de los gobiernos neoliberales, que buscaban explicar
la devastación como necesaria para la economía nacional, el trauma de ser
pueblos colonizados retornaba en el síntoma. La experiencia de enfrentarnos con
la muerte (conquista y colonización) una y otra vez en su retorno sintomático fue
lo que provoco los estallidos de resistencia y lucha que, en los 90s y en los
primeros años del 2000, defenestraron tres presidentes e impidieron la
aplicación total del neoliberalismo en el país.
Voy a arriesgarme a
decir que la violencia de la modernización capitalista neoliberal, de las dos
últimas década del siglo XX, careció del mecanismo fetichista por el cual la
imposición pragmática del capitalismo (extractivismo, modernización colonial,
corrupción estructural) sobre la
sociedad y su vida política-cultural no contó con un objeto (fetiche) que
encarne la mentira del bienestar moderno, por el cual se puede soportar y
sostener la insoportable verdad: la destrucción violenta de los mundo de la
vida y su consecuente orfandad humana. El cinismo pos-político y pos-ideológico
del neoliberalismo era evidente, lo cual provocó en la población rechazo, el
mismo que se expresó en movilizaciones sociales que mostraban claramente la no
aceptación de la violencia capitalista.
Con esta experiencia,
el Gobierno de la Revolución Ciudadana, al igual que otros en A.L., ha llevado adelante su proyecto modernizador,
igual o más violento que el ejecutado por el neoliberalismo, gracia al
mecanismo de la fetichización.
…el fetiche es la encarnación de
la mentira que nos permite sostener la insoportable verdad. Tomemos el caso de
la muerte de una persona amada: en el caso de un síntoma, “reprimo” esta
muerte, trato de no pensar en ella, pero el trauma retorna en el síntoma, por
el contrario, en el caso del fetiche, acepto completa y “racionalmente” esa
muerte, pero me aferro al fetiche, a cierto elemento que encarna para mí el
repudio de esa muerte. (Zizek; 2011:
304)
Los procesos de
modernización capitalistas, y más aún los conservadores, suponen la muerte
violenta del mundo de la vida, esto es, la muerte de ese rincón del mundo
con-sagrado al recogimiento humano y a su permanente religare colectivo y
comunitario. Lo que va muriendo son los
tejidos comunitarios, las relaciones sociales (políticas, económica, jurídicas)
y las formas culturales inherente al mundo de la vida agrario, sostenido en y
por los pueblos ancestrales. Es este mudo de la vida, que viene muriendo desde
la época de la conquista y que no termina de morir pese a todos los intentos modernizadores que se han ejecutado
a lo largo de esta historia, el que una vez más, a nombre, hoy, de la
Revolución Ciudadana busca ser liquidado poniendo fin a esta larga agonía, por medio del mecanismo fetichista. El gobierno
de la Revolución Ciudadana ha mejorado
la estrategia fetichista, también observable en la modernización garciana, en
base a una estrategia de recolonización ideológica radicalizada por el manejo
mass mediático.
Los golpes mortales que
el Gobierno actual ha dado en contra del mundo de vida – destrucción del mundo
agrario (extractivismo radicalizado, Ley Minera, Ley de Agua, Ley de Tierras), destrucción
de las organizaciones y movimientos sociales (Criminalización de la protesta
social), control autoritario estatal (COIP,
Ley de Comunicación, Decreto 016), destrucción de la economía nacional, (endeudamiento
externo, TLC con la Comunidad Europea, Nuevo Código Laboral, corrupción
institucionalizada, eliminación de subsidios –gas, electricidad-), Control y
destrucción de la comunidad universitaria (Reforma Universitaria con visión
mercantil), etc. – son aceptados completa y “racionalmente” por la mayoría de
la población, gracias a que ésta se aferra al fetiche de la modernización, es
decir a cierto elemento que encarna la muerte que dicho proceso supone. El mejor
ejemplo de este objeto insignificante y
estúpido al cual nos aferramos y a nombre del cual aceptamos la destrucción
de nuestros mundos de la vida son las carreteras, signo del progreso
moderno.
Entre otros fetiches,
han sido las carreteras el primer fetiche construido y posicionado por el mismo
Gobierno. Guardando las distancias necesarias, en el caso de las carreteras
como fetiche se puede decir lo que Marx dice
sobre el fetichismo de la mercancía: “A primera
vista una mercancía parece algo tremendamente obvio y trivial, pero su análisis
pone de manifiesto que es una cosa muy extraña, llena de sutilizas metafísicas
y filigranas teológicas.” (Cit.
Zizek; 2011: 306) Como acertadamente pudo observar una editorialista del país: “El mensaje (fetichista) a la gente es
claro: Mirar a otro lado, para no tener problemas y solo exclamar: ¡Ya tenemos
carreteras!” Mientras la mayoría de los ecuatorianos estemos aferrados a
las carreteras-fetiche aceptaremos que destruyan nuestros mundos de la vida
conociendo la realidad de lo que se está haciendo.
Lo complejo de este
mecanismo de dominación es que:
El fetichismo no actúa en el
nivel de la mistificación y el conocimiento distorsionado: lo que en el fetiche
se encuentra literalmente desfasado, transferido a él, no es el conocimiento,
sino la ilusión misma, la creencia amenazada por el conocimiento. Lejos de
impedir este conocimiento “realista” de
cómo son las cosas, el fetiche es, por el contrario, el medio que permite al
sujeto aceptar ese conocimiento sin pagar por él el elevado precio que exige. (Zizek; 2011: 308)
En
atención a lo citado, el gran problema que afrontamos es el hecho de que la población que apoya al gobierno de
la “Revolución Ciudadana” conoce las implicaciones destructivas que el proyecto
gubernamental tiene sobre su vida individual y sobre la vida social, y peso a ello las acepta sin remordimiento,
sin sufrimiento, sin criticidad, gracias a que se encuentran aferrados a las carretera, donde se
materializa la ilusión del progreso y desarrollo moderno. Lo complejo del
mecanismo fetichista de dominación es que configura una población cínica, en el
sentido extramoral del término, en la medida
en que las carreteras, además de materializar la ilusión, son la encarnación del repudio que tenemos al conocimiento sobre
la destrucción de nuestros mundos vitales, del rechazo a aceptar lo que
subjetivamente se sabe. (Cfr. Zizek; 2011: 306) Lo que se intenta decir es que fetichismo
expresa el mecanismo por el cual evitamos las consecuencias que tiene conocer
que nos están destruyendo la vida, asumiendo una posición cínica frente al
mismo. Acaso no es esta actitud cínica
la respuesta de la mayoría de los ecuatorianos frente a decisiones gubernamentales
como la de explotar del Yasuiní, la de empeñar la mitad de la reserva nacional
a la codicia de un vulgar chulquero norteamericano, de entregar los bienes
naturales a la voracidad de las empresas Chinas, de firmar un TLC con claras
desventajas para la economía nacional, etc. Al pragmatismo cínico de la política de
gobierno la población responde con el cándido cinismo del fetiche.
Es
ciertamente difícil enfrentar este mecanismo de dominación, sin embargo la
lucha por la defensa del Yasuní, la lucha por la defensa del Agua, la lucha por
la defensa de los territorios, la lucha por la defensa del libre pensamiento y
su expresión, la lucha por la autonomía universitaria, la lucha por una
educación liberadora, en definitiva la lucha por la defensa de nuestros mundos
de la vida, de nuestra vida que llevan adelante muchos ecuatorianos me hace
pensar que se puede evadir y combatir el fetiche modernizador aunque esto
suponga enfrentarnos con la muerte y frente a ella defender la vida.
Referencias
Zizek, Slavoj;
2011, En defensa de las causas perdidas, Ed. Akal, España.
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