La izquierda en el umbral de su
posibilidad
Estáis muertos no
habiendo vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros
sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino. El no haber sido
sino muertos siempre .El ser hoja seca sin haber sido verde jamás. Orfandad de
orfandades.
Cesar Vallejo
Las actuales circunstancias de reproducción del
capitalismo en el Ecuador,
caracterizadas por la aplicación de una política económica que reactiva
y profundiza el extractivismo, por un
patrón de poder de corte autoritario, y por un sofisticado control ideológico de la conciencia social exige un
urgente replanteamiento de las izquierdas del país.
El Estado capitalista que Alianza
País construye, en función de asegurar
la expansión del marco mercantil en el Ecuador, es, lamentablemente, una
institución con la legitimidad y la legalidad suficiente para controlar la
resistencia social que de hecho va a surgir frente a la desposesión capitalista. La legitimidad de este Estado,
que la izquierda en su momento apoyo, se la está logrando por efecto de: a) un gobierno elegido con la
mayoría de votación electoral, y b) por
la aplicación de políticas sociales seudo-keynesianas que pagan parte de la
deuda social contraída en la época neoliberal. Como sabemos la legalidad se la ha
conseguido en base a las reformas hechas en el marco normativo constitucional y el
marco jurídico legal, también, en su momento apoyadas por la izquierda. De esta
manera se ha implantado un Estado “legítimo” y legalmente autoritario que
interviene y planifica la economía del país, en atención a las demandas del
capitalismo mundial en su nueva articulación internacional.
Además de lo anotado, el “nuevo”
Estado está clausurando el proyecto socialista, en la medida en que se
propone como la realización de la utopía socialista en el siglo XXI, cuando no
es otra cosa que la garantía de permanencia del capitalismo. La obscena mezcla
de restos putrefactos de los distintos ensayos estatales del capitalismo, en un
mismo tiempo y espacio, crea la ficción de su eternidad, que es la eternidad
del capital. Así mismo, la mezcla obscena entre formas políticas de la derecha
con discursos de la izquierda falsifica
una identificación perversa entre proyectos distintos. El que gobiernos
supuestamente de izquierda administren la política depredadora del capital
genera la falsa idea de que ya nada es posible hacer, sino resignarnos a vivir
el capitalismo por la eternidad. Al final lo que se intenta es clausurar la
contradicción social, que en su apertura engendra la esperanza y la posibilidad
de otro mundo.
En este escenario, la izquierda,
o mejor dichos las izquierdas, en el Ecuador requieren reinventarse, imaginarse,
para poder dar respuestas ante esta compleja situación. Así, es una necesidad impostergable inventar una nueva
ilusión, una nueva utopía que motive la voluntad revolucionaria, más allá de
las promesas del Capitalismo y aún del llamado Socialismo Real. Como es
evidente, la miseria, los abusos, los maltratos, el despojo, la opresión y la explotación no solo que no han disminuido, sino que han
aumentado y las respuestas que la izquierda da no alcanzan a movilizar el deseo
de la gente. El deseo de la revolución necesita de un objeto aprehensible que
ya no es el Socialismo, no porque como propuesta no tenga validez, sino porque
dejamos de creer en él. La idea de Otro Mundo es Posible parece decir mucho y al mismo tiempo nada, quizá por
eso va perdiendo espacio en la conciencia social.
La ausencia de un objeto del deseo
revolucionario sumerge a la mayoría de la población en el cinismo instaurado
por el Gobierno a propósito de su “revolución” del consumo real y ficticio. Los
ciudadanos de la Revolución Ciudadana no hacen sino repetir cotidianamente los rituales
mercantiles convencidos que hacen la revolución. Como diría Zizek: públicamente simulamos ser
de izquierda mientras que en privado obedecemos las lógicas del poder presentes
en la institución. Este abismo entre lo que decimos y lo que hacemos es
resultado de haber extraviado el objeto de nuestro deseo revolucionario. Sin
esta certeza existencial todo lo que pensamos o decimos desaparece en nuestra
vida cotidiana, en nuestros actos diarios.
El gobierno del Alianza País y su Revolución
Ciudadana, que ofrece cumplir gran parte de las promesas del Socialismo del XIX
esto es: industrialización, crecimiento económico, desarrollo y progreso, ha
dejado a la izquierda sin voz, sin utopía, sin promesa, sin porvenir. Han usurpado la promesa de la izquierda de
los sesentas y si nos empeñamos en disputar esa promesa y no somos capaces de
fecundar una nueva utopía estaremos condenados al aislamiento o la
subordinación al proyecto de Alianza País. Si no somos capaces de reconocer
que el error del Socialismo Real fue
creer que la promesa capitalista del progreso social ligado al
crecimiento económico es realizable en una sociedad sin explotación del trabajo
y de la naturaleza, estamos labrando nuestra propia desaparición.
El crecimiento económico, base
material que garantiza la expansión y profundización de la forma de vida
moderna occidental, tiene como modelo de producción la industria a gran escala.
La producción industrial supone una tecnología, es decir una racionalidad técnica,
inherente a la forma mercancía. En este sentido, la tecnología industrial
responde y mueve, a la vez, la valorización del valor, es decir la explotación
del trabajo y la explotación de la naturaleza. En otras palabras el crecimiento
económico es posible sobre la base de la explotación del trabajo y de la
expoliación de la naturaleza, convertidos ambos en recursos de acumulación de
capital, es decir de crecimiento económico. Sabiendo esto no es posible que la
izquierda o las izquierdas sigan creyendo que la industrialización es el paso
necesario para transitar hacia una sociedad justa, hay que tener la sabiduría
necesaria de oír las voces que vienen de los pueblos agrarios, esas voces
silenciadas no solo por la burguesía,
sino también por la izquierda desarrollista.
El indicador del progreso social
ha sido la sociedad de la abundancia, la sociedad que tiene la posibilidad de
producir en abundancia gracias al desarrollo cada vez mayor de la capacidad
técnica. Como bien ha enseñado el marxismo la posibilidad del desarrollo
técnico se da por efecto de la extracción de plusvalor que incrementar el
capital constante frente al variable, es decir hace crecer el trabajo muerto
(capital) a costa del trabajo vivo. En
otras palabras, el crecimiento incesante de la capacidad técnica se da en base
a la explotación del trabajo humano. Una sociedad de la abundancia en el marco de la matriz
industrial, es necesariamente una
sociedad del consumo mercantil, es decir de mercancías cuyo valor de cambio se
transforma en el ámbito del consumo en valor sígnico, expresión de un necesidad
humana enajenada que al igual que la acumulación de capital es infinita. Esta
enajenación promueve y alimenta la producción
mercantil y se configura el circuito de producción y consumo mercantil
como un circuito destructivo. Así las fuerzas productivas devienen en fuerzas
destructivas. Solo negando la lógica económica
expuesta podremos abandonar la promesa capitalista que adoptó el ensayo
socialista del siglo XX y que se reedita en el XXI por los llamados gobiernos
progresistas; así como las formas organizativas, políticas e ideológicas que la
acompañan. Solo abandonando el erro del Socialismo Real podremos reinventarnos.
Reinventarnos sin miedos, sin
prejuicios, sin pasados acabados, sin viejas estructuras, sin Estado. Aprender
a imaginar otros deseos, otras promesas que no pasen por las certezas de la
modernidad capitalista. Ser capaces de fecundar nuevos tiempos y espacios para
la lucha, ser capaces de querer ser siempre distintos, ser siempre otros. Ser lo otro siempre inadecuado a
los poderes, a los modelos, a las fórmulas políticas, a las estructuras, a los
aparatos, a los dogmas. Quizá cuando estemos
dispuestos a abandonar las viejas ideas y prácticas que nos han acompañado
hasta ahora podremos mirar con más claridad las alianzas y los caminos. Quizás
cuando podamos mirar, mirarnos, reconocernos, disentir con el otro
siendo otros y nosotros, recuperaremos la libertad de ponernos en común, lo que
no significa eliminarnos en tanto que distintos en un código político-ideológico
único y homogéneo. Podremos poner nuestras luchas en común cuando estemos
dispuestos a hacer el pacto de los comunes, allí donde el espacio del disenso no
sea eliminado en una fórmula o modelo abstracto que niega el movimiento de lo
concreto. Nos reinventaremos cuando seamos los otros que no buscan ser iguales,
que no quieren liquidar su otredad ni al otro que los altera, sino que buscan encontrarse,
aliarse y, por lo tanto, disentir para abrir la premisa de nuestro re-encuentro.
Estamos en el umbral de nuestra posibilidad
histórica, o nos atrevemos a atravesarlo y nos reinventamos o nos quedamos
congelados en el pasado convertidos en estatuas de sal.
Existe una cita secreta entre las
generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada generación que vivió antes
que nosotros, nos ha sido dada una flaca fuerza mesiánica sobre la que el
pasado exige derechos. No se puede despachar esta exigencia a la ligera. Algo
sabe de ello el materialismo histórico.
Walter Benjamín
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