jueves, 27 de febrero de 2014

La izquierda en el umbral de su posibilidad

Estáis muertos no habiendo vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo         fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino. El no haber sido sino muertos siempre .El ser hoja seca sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades.
Cesar Vallejo


Las actuales  circunstancias de reproducción del capitalismo en el Ecuador,  caracterizadas por la aplicación de una política económica que reactiva y  profundiza el extractivismo, por un patrón de poder de corte autoritario, y por un sofisticado control  ideológico de la conciencia social exige un urgente replanteamiento de las izquierdas del país. 
El Estado capitalista que Alianza País construye, en función de  asegurar la expansión del marco mercantil en el Ecuador, es, lamentablemente, una institución con la legitimidad y la legalidad suficiente para controlar la resistencia social que de hecho va a surgir frente a la desposesión  capitalista. La legitimidad de este Estado, que la izquierda en su momento apoyo, se la está logrando  por efecto de: a) un gobierno elegido con la mayoría de  votación electoral, y b) por la aplicación de políticas sociales seudo-keynesianas que pagan parte de la deuda social contraída en la época neoliberal. Como sabemos la legalidad se la ha conseguido en base a las reformas hechas  en el marco normativo constitucional y el marco jurídico legal, también, en su momento apoyadas por la izquierda. De esta manera se ha implantado un Estado “legítimo” y legalmente autoritario que interviene y planifica la economía del país, en atención a las demandas del capitalismo mundial en su nueva articulación internacional.       
Además de lo anotado, el “nuevo” Estado  está clausurando  el proyecto socialista, en la medida en que se propone como la realización de la utopía socialista en el siglo XXI, cuando no es otra cosa que la garantía de permanencia del capitalismo. La obscena mezcla de restos putrefactos de los distintos ensayos estatales del capitalismo, en un mismo tiempo y espacio, crea la ficción de su eternidad, que es la eternidad del capital. Así mismo, la mezcla obscena entre formas políticas de la derecha con discursos de  la izquierda falsifica una identificación perversa entre proyectos distintos. El que gobiernos supuestamente de izquierda administren la política depredadora del capital genera la falsa idea de que ya nada es posible hacer, sino resignarnos a vivir el capitalismo por la eternidad. Al final lo que se intenta es clausurar la contradicción social, que en su apertura engendra la esperanza y la posibilidad de otro mundo.
En este escenario, la izquierda, o mejor dichos las izquierdas, en el Ecuador requieren reinventarse, imaginarse, para poder dar respuestas ante esta compleja situación. Así, es una  necesidad impostergable inventar una nueva ilusión, una nueva utopía que motive la voluntad revolucionaria, más allá de las promesas del Capitalismo y aún del llamado Socialismo Real. Como es evidente, la miseria, los abusos, los maltratos, el  despojo, la opresión y la explotación  no solo que no han disminuido, sino que han aumentado y las respuestas que la izquierda da no alcanzan a movilizar el deseo de la gente. El deseo de la revolución necesita de un objeto aprehensible que ya no es el Socialismo, no porque como propuesta no tenga validez, sino porque dejamos de creer en él. La idea de Otro Mundo es Posible parece  decir mucho y al mismo tiempo nada, quizá por eso va perdiendo espacio en la conciencia social.
La ausencia de un objeto del deseo revolucionario sumerge a la mayoría de la población en el cinismo instaurado por el Gobierno a propósito de su “revolución” del consumo real y ficticio. Los ciudadanos de la Revolución Ciudadana no hacen sino  repetir cotidianamente los rituales mercantiles convencidos que hacen la revolución.  Como diría Zizek: públicamente simulamos ser de izquierda mientras que en privado obedecemos las lógicas del poder presentes en la institución. Este abismo entre lo que decimos y lo que hacemos es resultado de haber extraviado el objeto de nuestro deseo revolucionario. Sin esta certeza existencial todo lo que pensamos o decimos desaparece en nuestra vida cotidiana, en nuestros actos diarios.
El gobierno del Alianza País y su Revolución Ciudadana, que ofrece cumplir gran parte de las promesas del Socialismo del XIX esto es: industrialización, crecimiento económico, desarrollo y progreso, ha dejado a la izquierda sin voz, sin utopía, sin promesa, sin porvenir.  Han usurpado la promesa de la izquierda de los sesentas y si nos empeñamos en disputar esa promesa y no somos capaces de fecundar una nueva utopía estaremos condenados al aislamiento o la subordinación al proyecto de Alianza País. Si no somos capaces de reconocer que  el error del Socialismo Real fue creer que la promesa capitalista del progreso social ligado al crecimiento económico es realizable en una sociedad sin explotación del trabajo y de la naturaleza, estamos labrando nuestra propia  desaparición.
El crecimiento económico, base material que garantiza la expansión y profundización de la forma de vida moderna occidental, tiene como modelo de producción la industria a gran escala. La producción industrial supone una tecnología, es decir una racionalidad técnica, inherente a la forma mercancía. En este sentido, la tecnología industrial responde y mueve, a la vez, la valorización del valor, es decir la explotación del trabajo y la explotación de la naturaleza. En otras palabras el crecimiento económico es posible sobre la base de la explotación del trabajo y de la expoliación de la naturaleza, convertidos ambos en recursos de acumulación de capital, es decir de crecimiento económico. Sabiendo esto no es posible que la izquierda o las izquierdas sigan creyendo que la industrialización es el paso necesario para transitar hacia una sociedad justa, hay que tener la sabiduría necesaria de oír las voces que vienen de los pueblos agrarios, esas voces silenciadas no solo por la burguesía,  sino también por la izquierda desarrollista. 
El indicador del progreso social ha sido la sociedad de la abundancia, la sociedad que tiene la posibilidad de producir en abundancia gracias al desarrollo cada vez mayor de la capacidad técnica. Como bien ha enseñado el marxismo la posibilidad del desarrollo técnico se da por efecto de la extracción de plusvalor que incrementar el capital constante frente al variable, es decir hace crecer el trabajo muerto (capital)  a costa del trabajo vivo. En otras palabras, el crecimiento incesante de la capacidad técnica se da en base a la explotación del trabajo humano. Una sociedad de  la abundancia en el marco de la matriz industrial, es necesariamente  una sociedad del consumo mercantil, es decir de mercancías cuyo valor de cambio se transforma en el ámbito del consumo en valor sígnico, expresión de un necesidad humana enajenada que al igual que la acumulación de capital es infinita. Esta enajenación promueve y alimenta la producción   mercantil y se configura el circuito de producción y consumo mercantil como un circuito destructivo. Así las fuerzas productivas devienen en fuerzas destructivas. Solo negando la lógica económica  expuesta podremos abandonar la promesa capitalista que adoptó el ensayo socialista del siglo XX y que se reedita en el XXI por los llamados gobiernos progresistas; así como las formas organizativas, políticas e ideológicas que la acompañan. Solo abandonando el erro del Socialismo Real podremos reinventarnos.
Reinventarnos sin miedos, sin prejuicios, sin pasados acabados, sin viejas estructuras, sin Estado. Aprender a imaginar otros deseos, otras promesas que no pasen por las certezas de la modernidad capitalista. Ser capaces de fecundar nuevos tiempos y espacios para la lucha, ser capaces de querer ser siempre distintos, ser siempre otros. Ser lo otro siempre inadecuado a los poderes, a los modelos, a las fórmulas políticas, a las estructuras, a los aparatos, a los dogmas.  Quizá cuando estemos dispuestos a abandonar las viejas ideas y prácticas que nos han acompañado hasta ahora podremos mirar con más claridad las alianzas y los caminos. Quizás cuando podamos mirar, mirarnos, reconocernos, disentir con el otro siendo otros y nosotros, recuperaremos la libertad de ponernos en común, lo que no significa eliminarnos en tanto que distintos en un código político-ideológico único y homogéneo. Podremos poner nuestras luchas en común cuando estemos dispuestos a hacer el pacto de los comunes, allí donde el espacio del disenso no sea eliminado en una fórmula o modelo abstracto que niega el movimiento de lo concreto. Nos reinventaremos cuando seamos los otros que no buscan ser iguales, que no quieren liquidar su otredad ni al otro que los altera, sino que buscan encontrarse, aliarse y, por lo tanto, disentir para abrir la premisa de nuestro re-encuentro.   
Estamos en el umbral de nuestra posibilidad histórica, o nos atrevemos a atravesarlo y nos reinventamos o nos quedamos congelados en el pasado convertidos en estatuas de sal.
 Existe una cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada generación que vivió antes que nosotros, nos ha sido dada una flaca fuerza mesiánica sobre la que el pasado exige derechos. No se puede despachar esta exigencia a la ligera. Algo sabe de ello el materialismo histórico.
Walter Benjamín   


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