El
legado del progresismo al pensamiento crítico latinoamericano
Después de
aproximadamente una década del experimento político puesto en marcha por los llamados gobiernos progresistas en América Latina, se puede afirmar que éste ha
dejado una gran enseñanza para el
pensamiento crítico del subcontinente: Nunca más repetir lo andado, dar vuelta y caminar para el otro lado, desde otro
lado. En base a esta enseñanza histórica, el pueblo latinoamericana tiene la urgencia de
asumir como verdad política y ética dos cosas:
1.
Abandonar
definitivamente la promesa del desarrollo y el crecimiento económico,
inherentes al paradigma del progreso y a la lógica de la economía capitalista.
Atrapados en el paradigma del Progreso, los
gobiernos progresistas[1] de
la América latina han impulsado, una vez más de las tantas veces a lo largo de
nuestra historia, las viejas promesas del desarrollo y el crecimiento económico
capitalista. La promesa de salir del
subdesarrollo en base a la industrialización se presenta una vez más como la
gran promesa que nos conducirá a los niveles de vida del mundo desarrollado. Y
nuevamente la fórmula mágica del cambio de matriz productiva es profundizar y
extender el extractivismo para salir de la economía primario exportadora,
basada principalmente en el extractivismo. Este aparente absurdo a nivel del
lenguaje expresa la contradicción de la economía capitalista, especialmente
visible en las zonas del llamado tercer mundo debido a la relación asimétrica
entre el centro y la periferia provocada por el intercambio desigual que
articula el mercado mundial. Simplificando el argumento por motivos del espacio
de la exposición, la idea es la siguiente: necesitamos capital para iniciar el
cambio de matriz productiva basada en la sustitución de importaciones o
industrialización. El problema es que el histórico saqueo que han sufrido
nuestros países, tanto por el capitalismo central como de los grupos de poder
económico local articulado al primero,
ha impedido la formación de capital nacional para iniciar el proceso de industrialización.
En estas condiciones la intención de iniciar un proceso de industrialización
implica conseguir el capital explotando y vendiendo materias primas, es decir más
extractivismo. En todas las intentonas desarrollistas, los gobiernos
progresistas de las distintas épocas han vendido los bienes naturales de
nuestros países a nombre de la
industrialización, hoy del llamado cambio de matriz productiva. El costo que ha
significado para nuestros pueblos cada uno de estos intentos modernizadores,
ha sido destrucción social, ambiental y
más pobreza, pura hojarasca diría Márquez. Esta larga historia de destrucción me
hace pensar que hoy no va a ser distinto, que la necedad de los progresistas
nos va a pasar, quizá, la mayor factura de nuestra historia.
A nombre del progreso y la modernización, tanto en
el occidente capitalista como en el capitalismo de Estado del Socialismo Real,
el ser humano se ha autoflagelado. Los peores crímenes contra a humanidad,
genocidios, etnocidio, comunicidios y ecocidios se han perpetrado a nombre del
desarrollo. Esta historia, ya vieja, comenzó con el despojo social y ambiental
de la acumulación originaria de capital perpetrado en nuestro continente, saqueo colonial que destruyó muchas culturas y
grandes civilizaciones donde murieron millones de seres humanos, sacrificados
en nombre de la civilización y el progreso. La Europa campesina vivió la misma
destrucción social y ambiental con el mismo argumento del desarrollo industrial
y el crecimiento económico. Millones de seres humanos murieron en el proceso de
la revolución industrial, la misma que destruyo gran parte del ecosistema y los
tejidos sociales agrarios bajo la hegemonía inglesa. En el siglo XX el
crecimiento y desarrollo de Norteamérica como potencia mundial ha significado
la destrucción ambiental y social de gran parte del territorio del planeta
donde la potencia imperial ha intervenido empresarial y militarmente hasta el
día de hoy. El fascismo nazi estuvo muy vinculado al impulso del desarrollo
industrial de Alemania, y es conocido el holocausto que provocó. El desarrollo
industrial en la Unión Soviética generó destrucción cultural y natural; y lo
que no logró la revolución cultural de Mao en China lo está logrando hoy el
desarrollo acelerado del capitalismo: convertir al país oriental en la primera
potencia industrial a costo de la destrucción social y ambiental de la China
actual. Esta ha sido la historia del desarrollo moderno, el costo del bienestar
capitalista, para ciertos sectores privilegiados de la población mundial, ha
significado la miseria social y ambiental para la mayoría de habitantes del
planeta. Un último informe de Oxfam sostiene que “La desigualdad económica crece rápidamente en la mayoría de los países.
La riqueza mundial está dividida en dos: casi la mitad está en manos del 1% más
rico de la población, y la otra mitad se reparte entre el 99% restante.”
(Oxfam 2014)
Con el nuevo milenio los gobiernos progresistas de
América latina retoman una vez más el sueño del progreso y el crecimiento económico vía desarrollo industrial. La
modernización capitalista necesaria para hacer el sueño realidad ha implicado
en esta última década: La radicalidad de la actitud instrumental:
el asesinato (léase culturicidio, etnocidio, ecocidio, comunicidio)[2]
como parte del despiadado intento de alcanzar un objetivo, la reducción de las
personas a medios disponibles (Zizek;
2011: 194), y, obviamente, la reducción de la naturaleza a recurso
disponible. “Esta es la sorprendente
lección de las últimas décadas, la lección de la tercera vía socialdemócrata
occidental europea, pero también de los
comunistas chinos que están al frente del que probablemente es sea el
desarrollo más explosivo del capitalismo en toda la historia de la humanidad:
nosotros podemos hacerlo mejor.” (Zizek; 2011:196)
El cumplimiento de la vieja promesa capitalista plantea
un intercambio, ahora encubierto en el
discurso de la ecoeficiencia, ciertos sectores de la población alcanzan niveles
de vida del mundo desarrollado a cambio de destruir el medio ambiente y muchas
formas sociales acogidas en él. Se reactualiza así el colonial intercambio desigual
de baratijas por la vida que empezó con
la Conquista. A este intercambio desigual se suma un nuevo intercambio desigual
que supone una especie de condicionamiento “novedoso” implementado por los
gobiernos progresistas: se ofrece crecimiento económico, desarrollo industrial,
bienestar capitalista a cambio o con la condición de debilitar o suprimir
muchos de los derechos y libertades humanas, como el derecho a protestar, a
pensar distinto, a imaginar otro mundo más allá del progreso de la modernidad
capitalista. Esta “novedad” en el ejercicio
del poder es copiada del ejemplo de la China en su era industrial. Bien lo dice
Zizek:
…China
es en la actualidad el Estado capitalista ideal: el capital es libre y el Estado
se encarga de “trabajo sucio” de controlar a los obreros. Por tanto, China, en
cuanto superpotencia en ascenso del siglo XXI, parece materializar un nuevo
tipo de capitalismo: indiferencia ante las consecuencias ecológicas, desprecio
por los derechos de los trabajadores, todo ello subordinado al impulso de
desarrollarse y convertirse en la nueva fuerza mundial. (Zizek; 2011:197)
Como testigos presentes del ensayo del progresismo
en América latina podemos dar testimonio de la política represiva que se ha
implementado en esta última década. La criminalización de la protesta social,
la persecución, enjuiciamiento y encarcelamiento de dirigentes sociales, de
intelectuales disidentes, de activista ambientales, de estudiantes críticos, de
periodistas que investigan y denuncia la corrupción, así como la censura de la
opinión y la expresión crítica, el control de la organización social autónoma,
la censura a los medios de comunicación, etc., son prácticas del nuevo patrón
de poder implementado por los progresismos. Esta forma de control político de la sociedad
se justifica a nombre del progreso y el desarrollo, a nombre de un crecimiento
económico que según dicen ha logrado
combatir la pobreza vía bonos de la miseria. Un crecimiento económico medido,
curiosamente, con los mismos parámetro y fetiches, como el PIB[3],
utilizados por los organismo de administración del capital (FMI, Banco Mundial,
BID). Se dice a la población que todo esto es necesario para alcanzar el
progreso, pero no se dice cuales son las consecuencias sociales y ambientales
del mismo, y a quienes quieren denunciar el coste del desarrollo simplemente se
los silencia. Tampoco se dice que incluso si conquistaríamos los niveles de
vida del mundo desarrollado habremos construido un mundo materialmente rico y
espiritual y ecológicamente miserable. Basta mirar hacia el centro del
desarrollo EEUU, Europa, China y observar lo que en las sociedades “soñadas” de
la hiperproducción y el hiperconsumo acontece.
Una vez más, con los progresismos, América latina ha
caído en la trampa del progreso y desarrollo capitalistas. Las consecuencias de
esta necedad, como ya podemos observarlas y vivirlas es la destrucción
ambiental y social. Ante esta constatación, que implica una toma de conciencia
social y ecológica, la única posibilidad
que le queda el pensamiento crítico de emancipación es decir NO a la promesa
capitalista. “Ya es hora de deshacernos
de la obsesión de la velocidad y de partir a la reconquista del tiempo, y por
lo tanto, de nuestras vidas.”.
(Latouch; 2009:166)
2.
Imaginar
nuevos sueños, nuevos deseos y sobre
todo nuevas formas de desear y soñar el mundo por venir.
Es sintomático que pensadores de origen europeo, es
decir pensadores testigos del bienestar y el progreso del mundo desarrollado,
como el economista francés Serge Latouche, entre otros, “…reclaman
la liberación de la sociedad occidental de
la dimensión universal de la economía, criticando, entre otras cosas, el
concepto de desarrollo y las nociones de racionalidad y eficiencia económica.”
Si desde el centro del desarrollo
capitalista surge la crítica a su promesa, por haber conducido al planeta y a
la humanidad al borde de su colapso, no se comprende la necedad del progresismo
Latinoamericano. Sorprende que los gobiernos autodenominados de izquierda no
sean capaces de detenerse en su obsesión desarrollista y oír las intuiciones y
los saberes colectivos que hablan desde la comunidades rurales. Sorprende más
la capacidad de estos gobiernos de haber reducido el Buen Vivir a vehículo de
las viejas promesas capitalistas.
El pensamiento crítico y emancipador de América
latina debe ser ciertamente radical, aún más hoy que debe enfrentar otra vez
las ilusiones de la modernidad, tan radical que detenga el frenesí
desarrollista y vuelva su mirada a aquellos ensayos vitales que han sobrevivido
al desastre modernizador. Volver la mirada a aquellas formas de vida social no
sub-desarrolladas, sino fuera del desarrollo, a las comunidades agrarias que siembran
y se dedicaban a escuchar como crecen los cultivos, pues una vez sembrados, apenas
queda ya más por hacer. A esos territorios fuera del tiempo donde la gente es
feliz, todo lo feliz que puede ser un pueblo. (Cfr. Latouch; 2009:159) A esa vida
feliz que es propia de las comunidades del buen vivir colectivo, a esas
comunidades que saben mantener un sano equilibrio con el medio ambiente y que
lamentablemente están siendo paulatinamente destruidas por el subdesarrollo y
sometidas a la miseria a nombre del desarrollo. Es ese tiempo otro por fuera
del tiempo de la historia moderna el que debe nutrir el pensamiento crítico y
emancipador de la América latina, ese tiempo que es despreciado por los
progresismo cada vez que persiguen a las comunidades agrarias que resiste y se
oponen a su programa desarrollista, sean las del TIPNIS en Bolivia o las de la
Amazonía en Ecuador Venezuela y Brasil.
Es ese tiempo fuera del tiempo donde es posible
imaginar otro modo de vivir, otro modo de ser y estar en un mundo otro. Es este
tiempo fuera del tiempo, no intoxicado por
la ilusiones del desarrollo y el progreso, el marco, el espacio vacío,
donde la imaginación humana puede imaginarse distinta. Es desde ese hilo de
tiempo proscrito por el desarrollo capitalista donde es posible pensarse,
sentirse más allá de la producción y el consumo mercantil, más allá del
bienestar ligado a la riqueza económica. Desde ese más allá quizás estaremos a
salvo de la tentación de restaurar el viejo orden y abrirnos a la incertidumbre
que genera el ejercicio de nuestra libertad de crear otra forma de existir, por
fuera del marco capitalista y sus promesas. Esto, necesariamente, exige una
transformación tan radical como radical es desaprender las percepciones,
pensamientos, valores y prácticas aprendidas y convertidas en certezas y verdades
universales, como aquello de que la felicidad depende del crecimiento económico
y tecnológico. Es decir, desaprender lo aprendido en la colonización y
neocolonización occidental, comprender que la civilización y la historia del
progreso y el desarrollo son una más entre muchas y de ninguna manera el
destino de la humanidad. La descolonización de la conciencia hace posible la
distancia crítica necesaria para relativizar y negar los mitos occidentales que
fundamentan la pretensión de control racional de la naturaleza y la fe en el
progreso, el desarrollo y el crecimiento. (Cfr. Latouch; 2009:162).
El
crecimiento no es sino el apelativo vulgar de lo que Marx analizó como
acumulación ilimitada de capital, fuente de todas las contradicciones e
injusticia del capitalismo. Puesto que el crecimiento y el desarrollo son
respectivamente crecimiento de la acumulación de capital y desarrollo del
capitalismo, por lo tanto explotación de la fuerza de trabajo y destrucción
ilimitada de la naturaleza. El decrecimiento no puede ser sino un decrecimiento
de la acumulación, del capitalismo de la explotación y de la depredación. No se
trata tanto de relentizar la acumulación como de cuestionar el concepto mismo
para invertir el proceso destructor.
(Latouch; 2009:168).
El pensamiento crítico y emancipador de la América
latina tiene el desafío de imaginar nuevos sueños nuevos deseos, pero sobre
todo nuevas maneras de soñar y desear, sobre todo esto último. No basta negar
los contenidos del viejo orden, hay que negar sus formas y su forma no es otra
que la forma-mercancía. Negada la forma mercancía, se niega el progreso como
ideología que la fundamenta y se niega el desarrollo y el crecimiento económico
como las prácticas que la reproducen. Esto implica una transformación
epistemológica, es decir una transformación de las percepciones y nociones
básicas con las cuales el ser humano moderno se mira y se comprende. Esto hace
referencia a una transformación cultural de dimensiones radicales. Se puede
afirmar con Zizek, entonces, que “…el
problema de los intentos revolucionarios habidos hasta ahora no es que hayan
sido ‘demasiado radicales’, sino que no lo han sido bastante, que no han
cuestionado sus propios presupuestos.” Uno
de los cuales es aquel de considerar que la emancipación humana se asienta en
la misma racionalidad económica y tecnológica del capitalismo. (Zizek; 2011:202)
A lo que el pensamiento crítico se enfrenta no es la
construcción de una nueva sociedad, sino a la invención de una nueva vida, lo
que implica la reconstrucción o mejor dicho la invención del deseo, no la
realización del deseo capitalista. Ese es el gran reto, esa es la urgencia de
la tarea. No basta cambiar la realidad para realizar los sueños de la sociedad
moderna, hay que cambiar lo sueños. (Cfr. Zizek; 2011:203) Para enfrentar este
desafío es necesario ser disidentes ideológicos, disidentes epistemológicos,
así como ser disidentes prácticos, lo que supone ir inventando la otra vida
aquí y ahora, desde los tejidos más delicados de la vida cotidiana. En ese
andar nos iremos inventado como humanos otros, distintos, humanos de otros
mundos; en ese andar por fuera del tiempo, tiempo de nuestros ancestros, que no
están en el pasado sino en el futuro o que por estar en el pasado están en los
mundos por-venir. Los mundos y las vidas por-venir al igual que los mundos y
las vidas proscritas de nuestros ancestros son la fuente que fecunda el
pensamiento crítico de América latina,
la América Latina que dice NO más promesa capitalista.
Recuperar una relación sana con
el tiempo consiste sencillamente en volver a aprender a vivir en el mundo.
Conduce, por lo tanto, a liberarse de la adicción al trabajo para volver a
disfrutar la lentitud, redescubrir los sabores vitales relacionados con la
tierra, la proximidad y el prójimo. No se trata tanto de regresar a un pasado
mítico perdido como de inventar una tradición renovada.
Serge Latouch
Referencias Bibliográficas
Di Donato, Mónica, Decrecimiento o Barbarie,
entrevista a Serge Latouche, Revista Papeles No 107, 2009
Oxfam, Gobernar para
las Elites, secuestro Democrático y desigualdad económica, 2014
Zizek, Slavoj, En
defensa de las causas perdidas, Ed. Akal, España, 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario