miércoles, 3 de enero de 2018

El nuevo año



Qué es un nuevo año? un nuevo ciclo, una nueva posibilidad o simplemente el transcurrir eterno del tiempo que el ser humano lo segmenta según sus necesidades. Lo cierto es que gran parte de los humanos que habitamos este planeta mantenemos esta segmentación del tiempo de los 365 días con el ritual de paso de año. Creemos que quizá el cambio del año no es lo mismo que el paso del día ni del mes, sino que tiene una mayor importancia en nuestras vidas para mejorarlas, cambiarlas, etc. Parece que se cierra un ciclo y empieza otro que deseamos nos traiga mejores días a nuestra vida individual, familiar y  colectiva, siempre con mayor énfasis en el nivel individual que en el familiar y más aún que en el colectivo.


El nivel colectivo, en una sociedad marcada por el individualismo y en la cual la familia en su forma tradicional se ha encerrado en sí misma hasta casi implosionar, cada vez cuenta menos en los propósitos del cambio de ciclo.  El espectáculo mediático de los programas de telerrealidad (reality show) que han inundado la conciencia de los humanos masificados nos hace creer que el destino es un asunto privado-individual, que la buena o mala suerte es: sino una metafísica religiosa, algo relativo a la fortaleza o debilidad individual. Así también, el uso mercantil de las redes sociales afirma el individualismo narcisista de las autofotos, los autorelatos, la vida personal expuesta en su nivel más precario y a veces obsceno. En muchos casos la perversión informativa de los medios tradicionales de masas que exponen los problemas sociales de una manera fragmentada en imágenes huecas que terminan quitando a los hechos su dimensión histórica, política y humana se ha extendido a las redes digitales. Estamos inundados y casi ahogados en un océano de imágenes huecas que al contrario de informarnos nos desinforman y desensibilizan frente al dolor humano y al dolor de las otras especies naturales.

Esto explica porque cada vez más personas son indiferentes a los problemas compartidos como humanidad y se encierren en una especie de negación egoísta en su pequeño mundo de ficción mediática y digital.  Desde ese minúsculo espacio vital no se puede sino transferir el destino de nuestra vida a la metafísica religiosa o a la de la suerte individual del ganador. De esta forma, o nos sentamos a esperar la ayuda divina o nos ponemos a competir de manera salvaje para asegurar la prosperidad. Como es obvio, la lotería no la ganan todos los que compraron el boleto, pues la suerte no es para todos sino para uno, el resto, que es la mayoría, seguirá esperando hasta que se acaben los ciclos de su vida. Así mismo, en la competencia mercantil capitalista no hay ganadores sino el ganador, el resto tendrán que dejar sus vidas, sus amigos, sus familias en la competencia despiadada que no les hará ganadores hasta que termine su ciclo de vida.

De esta forma trascurren los años dejando cada vez más decepcionados, más frustrados, más infelices, pues con la fórmula del ganador capitalista la riqueza del mundo en toda su diversidad (económica, cultural, natural, política, cognitiva, estética)  se concentra en los ganadores, que como es de esperar cada vez son menos.


Si algo hay que esperar de este último  cambio de ciclo temporal es poder realmente comprender que la transformaciones  individual y familiar a mejores días no es posible ni rezando a la metafísica religiosa ni apostando por la metafísica mercantil, y que su escenario no es la soledad egoísta del narcisismo digital, sino el encuentro de los otros, la recuperación del nos-otros  (yo y otros) construyendo el destino común para poder acogernos en tiempo de deterioro civilizatorio, entendiendo ciertamente que vivimos en una época muy difícil para la humanidad y que sus problemas deben asumirse con responsabilidad y no como espectáculo de distracción del consumidor del siglo XXI.  

Si no nos hacemos responsables de nuestra vida común no habrá salvación individual.       

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