La política pervertida
Dice Alain Badiou:
El siglo
XX fue un gran siglo para la política. El escritor francés André Malraux decía
que en nuestro siglo la política fue lo que reemplazó al destino. Entonces el
destino del siglo es la política, y la tragedia del siglo es la política. Pero
se acabó el siglo. Y ahora ya no sabemos lo que es la política. Somos ignorantes
y estamos ciegos. Y como somos ignorantes y ciegos, nos vemos librados a las
fuerzas materiales más poderosas, entonces hoy somos todos esclavos, esclavos
del mercado y de la Bolsa. Porque el poder actualmente es el poder de las
Finanzas y el poder del mercado., Y como no sabemos lo que es la política,
somos esclavos del poder. Inclusive los propios gobiernos son esclavos de la
Bolsa y del mercado. Entonces, cuando votamos sabemos que estamos reemplazando
a un esclavo del capital por otro esclavo del capital.
Como
pocas veces se ha visto, en este proceso electoral, la política -concebida como
el espacio que los seres humanos abren para discutir sus asuntes comunes- se encuentra literalmente arrinconada por el
marketing electoral más perverso. La sociedad ecuatoriana vive plenamente la devastación
de la razón comunicativa como ejercicio histórico
de construcción de lo social.
Lo
que muchos llaman la campaña sucia, no es más que la expresión acabada de la
perversión mercantil del ejercicio de la política. Ninguna de las dos tiendas electorales
que compiten para la presidencia de la República intenta ni de lejos exponer
sus programas de gobierno y, menos aún, defenderlos con argumentos. Cada uno de
los candidatos, sin hacer ningún caso de la formalidad electoral de la democracia
representativa, tal cual mercaderes de votos intenta desesperadamente vender a
los votantes sus baratijas de campaña. Sin que su rostro se ruborice, pues ya
perdieron todo rasgo de pudor y vergüenza, ofrecen hasta lo inverosímil, poco
les falta, sino lo han hecho, ofrecer la pócima de la felicidad.
En
medio de tanta oferta fatua acompañada de una tormenta de insultos,
descalificaciones de lado y lado, la sociedad se sume en la ignorancia, en el
estricto sentido de que ignora la verdad de lo que cada candidato representa como
administrador temporal del Estado. Ni siquiera podemos saber con cierta claridad
cómo van a resolver la vida económica en las circunstancias actuales, en
atención claro está a las demandas del capital nacional e internacional, imposible
pensar que se pueda poner en debate la vigencia de las estructura de desigualdad y depredación
económica que domina el mundo actual.
Ofrecen
diálogo y no dialogan ni entre ellos menos con la sociedad, ofrecen respeto a
los derechos políticos y no hacen la
necesaria articulación entre éstos y los derechos económicos de la sociedad.
Habría que preguntarles ¿qué va a suceder cuando sus políticas económicas de servidumbre
con los intereses del capital despojen, destruyan, expulsen y la sociedad en su
legítima defensa se levante y proteste suspendiendo una gobernabilidad
antidemocrática? ¿Dialogarán? ¿Aceptarán que la sociedad exija que cambien sus
planes de gobierno si esto la lesiona? Estarán
dispuestos a servir a la sociedad ecuatoriana y sobre todo a los sectores más
empobrecidos y dejar de ser siervos del
capital?
No, no lo harán, utilizarán como buenos
administradores-capataces los aparatos de represión del Estado para que
repriman a la sociedad, que se supone representan y a la que tienen que
responder. A diferencia de la ausencia de argumentos de la campaña, cuando sean
gobierno se rebuscarán los argumentos
más absurdos y antipopulares, leerán las
leyes que ellos mismo escriben a conveniencia del poder.
Elegir
entre un directo representante del capital financiero y un servidor suyo - recordemos
que en la década correísta el grupo económico más beneficiado ha sido el
financiero -, no representa diferencia. El contraste es el que existe entre el banquero
y los empleados del banco. A veces, cuando la alienación ideológica ha hecho su
trabajo, los trabajadores defienden con
más ahínco los intereses del capitalista.
Las
elecciones, y más en su época mercantilista, no son una opción. Lamentablemente
la sociedad y dentro de ella la izquierda se niega a aceptarlo, y siempre le
hace el juego al mercado electoral. Parece más fácil creer que las cosas van a
cambiar con un nuevo administrador del Estado que empezar, por fuera él, a construir
desde las grietas del sistema otra
manera de ser y estar en común.
Con
el voto no decidimos casi nada, a no ser los nuevos empleados del Estado capitalista
y sus nuevas o viejas formas de control
social. Lo que si logra el voto es legitimar al Estado en todo lo que éste
sirve en la reproducción del capital, obsérvese como en esta década a través del Estado, una vez más, se han
fortalecido los grupos económicos más poderosos a nivel nacional, regional e
internacional. El voto, con absoluta razón dice Badiou, es un acto estatal y no
político que comprueba que la política sigue secuestrada en sus aparatos y que
todo sigue su curso normal.
Lo
que si decidimos es cuándo y dónde empezamos a construir otro mundo; cuándo
resistimos, dónde luchamos, por qué luchamos, con quién luchamos. Es el momento
de abrir el tiempo y el espacio para decir NO,
no cedemos más al poder y sus demandas. Es el tiempo de recuperar la
política.
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