El show electoral
El voto, entonces, no es un acto
político. Es un acto importante, pero es un acto estatal. Y entonces hay que
diferenciar al acto político del acto estatal. (Badiou)
Como toda creación humana, la democracia liberal y su proceso electoral
ha perdido casi por completo el brillo de lo que algún día quiso ser: el
ejercicio del poder político por el
pueblo. Lo que alguna vez fue, al menos
en su apariencia procedimental, el debate y la contienda de proyectos políticos
que se suponía expresaban los intereses
de los distintos grupos y sectores sociales, hoy no es más que un show mediático
donde se exhiben las mejores ofertas del mercado electoral. Y aquellos sectores
que aún creen que el proceso electoral es un debate de proyectos políticos, no
saben dónde están y a qué juegan.
La contienda electoral de lo que va, bien podría ser un mercado “de
pulgas”, pues ni siquiera se ofertan promesas nuevas que conseguirían interesar
a los electores dependiendo de sus demandas sociales, sino que son las misma
promesas de siempre, que al parecer los candidatos han sacado del baúl empolvado
del desván de la historia política del país. Cada candidato como en cualquier
mercado ofrece más y mejor que el otro. Más trabajo, más salud, más educación, más, más y más. Casi ningún
candidato habla por fuera de la lógica cuantitativa de la oferta electoral. No hay debates serios sobre el tipo de economía
que proponen para el país, el tipo de régimen político, el tipo de justicia; la cualidad de la educación, la salud, el
trabajo, etc. Todo se reduce a números
de votos, desde allí se calcula y planifica toda la oferta y la campaña
electoral.
Los candidatos, por su parte, buscan afirmarse más que como sujetos
políticos, como marcas electorales, cuya imagen publicitaria puedan venderse
mejor. Quizá su conversión en mercancías políticas les garantice conquistar más
votos, pero de seguro no garantiza, en absoluto, el fortalecimiento de la
democracia. Dentro de esta lógica
mercantil no solo que los candidatos están obligados a convertirse en signos
publicitarios, sino que signos publicitarios ya construidos por la mass media son escogidos como candidatos,
así se ahorran el tiempo que les lleva convertir a un político en “estrella” de
la televisión. Casi todas las listas para asambleístas están estratégicamente
compuestas por cantantes, futbolistas, cómicos, participantes de realitys, etc.
personajes que podrán hacer bien su trabajo en la escena de la industria cultural,
pero que de seguro no son representantes políticos de ningún sector social. Estas
“estrellas” del espectáculo nacional han
sido escogidas simplemente porque son “populares” en la pantalla chica, porque
ya son conocidos por las masas de votantes que consumen ese tipo de programas y
que son las mismas que en el proceso electoral consumirán sus “estrellas
políticas”.
La presencia de este extraño candidato,
no hace sino develar el carácter de show mediático que ha adquirido el proceso
electoral y, que a su vez, muestra la conversión de la política en
mercadopolítica. Los partidos y movimientos políticos no saben cómo justificar
la presencia de estos híbridos, y no creo que les interese justificar, saben
que les necesitan porque garantizan los votos obligatorios para ganar. Esa al
parecer es la pragmática electoral de la Real Política, un asunto de suma y resta.
En medio de este reality electoral la pregunta obvia es: ¿Qué realmente
se escoge cuando optamos por uno u otro candidato? Realmente qué estamos cambiando cuando
elegimos un nuevo gobierno?
Estas preguntas me hacen pensar en el ritual de cada semana cuando
acudimos al mercado a comprar los productos de consumo cotidiano y de repente nos encontramos frente
a una percha de decenas de marcas de jabones o pastas dentales o papel higiénico
y todas ellas diciéndote “yo soy la mejor” “cómprame”. La decisión depende de:
1. Cuál fue la publicidad que mejor vendió su producto y convenció de que es el
mejor. 2. La inercia que nos ha acostumbrado a una determinada marca que se
basa en la máxima mejor malo conocido que bueno por conocer. 3. Queremos hacer un “cambio”
y después de una tediosa elección entre decenas de marcas nos decidimos por una
que siempre nos dejará la sensación de
que podíamos haber escogido mejor. Al final y en rigor entre tantas marcas no
hay casi nada de diferencia, realmente no hay elección, pues todas terminan
siendo lo mismo, pero nos hicieron creer que escogimos.
En el mercado electoral el ritual es cada cuatro años, pero el
comportamiento del votante es muy parecido
al comportamiento del consumidor cotidiano. Una lista de candidatos que parecen
diferentes pero que realmente no difieren en mucho, sin embargo votamos y en el
fondo sabemos que las cosas van a seguir siendo como son. Bien dice Alain Badiou:
No hay un solo ejemplo en todo
el mundo de verdadero cambio político producido por el voto. Y siempre se
reemplaza a un esclavo del capital con otro esclavo del capital. Hoy, el
esclavo de la izquierda está algo triste y el de derecha está contento (o al
revés). Esa es la gran diferencia.
La sociedad tiene que reconstruir la verdadera
democracia, rehacer el acto político, para lo cual tenemos urgentemente que
desmercantilizar la política, abrir el tiempo y espacio para ciertamente transformar el curso de nuestra
historia.
De todas maneras, como el voto es obligatorio
y aún no decidimos no ir a votar, que sería lo mejor, al menos cambiemos de
marca.
Referencia Badiou, Alain.
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