¿Plan Cóndor o Conflictos de Capitales?
Como parte de
los aportes del presidente Rafael Correa a la retórica del Socialismo del Siglo
XXI, éste planteó la existencia de un nuevo
Plan Cóndor en contra de los “gobiernos
progresistas” de América Latina. Aseveró
de manera textual: “Estamos
viviendo un nuevo Plan Cóndor, como cuando se unieron dictaduras para aplastar
justicias sociales. Se trata de golpes parlamentarios, de la judicialización de
la política, caso Brasil y Argentina. Es un boicot a la integración regional,
una arremetida feroz para destruir los movimientos progresistas”.
Inmediatamente
la ex mandataria argentina Cristina Fernandez asumió el aporte de Correa y expresó:
“Si antes fueron los grupos armados
dentro de las instituciones militares latinoamericanas, ahora es con aparatos
judiciales y mediáticos” como, según ella, se implementa el nuevo Plan
Cóndor. De esta manera, la observación
política del presidente Correa gana espacio.
Si no se hace
un análisis histórico y político serio, este discurso de retórica antiimperialista puede tener mucho
impacto en la conciencia de la sociedad latinoamericana y particularmente de
sus movimientos sociales y de los sectores de la izquierda. Se podría llegar a
confundir momentos históricos distintos, proyectos político distintos, sujetos
histórico-políticos diferentes. Lo que es más preocupante, hacer creer a los
pueblos del subcontinente que los progresismos fueron ciertamente un proyecto
de transformación social para América Latina.
Hagamos una
breve revisión histórica de lo que fue el Plan Cóndor. La operación denominada Plan Cóndor fue una estrategia coordinada entre el poder del
Estado norteamericano y las cúpulas de
los regímenes dictatoriales de Sudamérica
en las décadas de los 70s y 80s, en función de detener el avance de las luchas populares expresadas en los
movimientos políticos de izquierda conocidos como movimientos guerrilleros de Liberación Nacional, cuyo proceso referencial
era la Revolución Cubana. Este acuerdo
para la dominación contemplaba la institucionalización de una política
abiertamente represiva de seguimiento, vigilancia, hostigamiento, amenazas, detención, torturas, desapariciones y
asesinatos extrajudiciales, contra toda organización social o individuos que
era considerada un peligro para el statu quo.
Nominadas las organizaciones de
resistencia y lucha popular como subversivas del orden social establecido y,
por lo tanto, opuestas a la dominación del Estado norteamericano en la región,
que protegían las Dictaduras militares, se convertía en el objetivo del Plan
Cóndor.
Como ya
muchos teóricos de izquierda han propuesto, el Plan Cóndor fue una organización
del poder internacional que, a través de las dictaduras militares, instrumentalizó el asesinato de miles de
militantes de izquierda y de organizaciones populares como forma de detener los
procesos de transformación social en el continente. El Plan Cóndor puede ser considerado sin
equívoco una estrategia de terrorismo de
Estado para combatir la lucha social en la década de los 70 y 80 en América del
Sur. Está claro que este plan era parte de la
estructura de dominación de clases de la burguesía imperialista en complicidad
con los grupos de poder locales, para mantener su poder económico y político en
la Región.
Ahora bien,
la pregunta que surge es: ¿qué tienen que ver este momento histórico, años 70s
y 80s, con el actual periodo histórico?
A nivel
global, el actual momento histórico se caracteriza no por la supremacía
unipolar del poder norteamericano, sino por una clara disputa de la hegemonía mundial del
capitalismo, entre el eje norteatlántico dirigido por el Estado Norteamericano
y el eje asiático dirigido por la China. Esta disputa del poder planetario, a
su vez, es menos una disputa de poderes
centrado en los Estado Nacionales y más una disputa de poderes concentrados en
las corporaciones transaccionales y sus organismos internacionales (FMI, OMC,
OMS, etc.). Más aún, al igual que muchos teóricos críticos, diría que la
disputa actual se da entre el poder del capital con sus distintas banderas e
instrumentos y la humanidad en su diversidad.
A nivel
regional, en el momento actual la más vieja guerrilla del
continente ha firmado un acuerdo de paz con el gobierno de Colombia que cuenta con
la aprobación de la mayoría de la sociedad colombiana y latinoamericana, con lo
cual se cierra un ciclo histórico de luchas guerrilleras en el subcontinente.
La Cuba socialista está por poner fin a más de medio siglo de bloqueo por
efecto del restablecimiento de relaciones con el Estado norteamericano, a
partir de este paso la isla pronto entrará de lleno al mercado global, con todo
lo que ello supone para el proyecto socialista cubano. Lamentablemente, el
proyecto socialista en clave latinoamericana se pone en paréntesis con la
entrada de Cuba a la globalización capitalista.
En el
continente ya no gobiernan dictaduras militares, al menos en el marco de lo que
la teoría liberal entiende por dictadura.
Se supone que para los años 90s del siglo pasado se restableció la democracia en América Latina, la misma
que coincidió con el ciclo de los gobiernos claramente neoliberales que modificaron el patrón de
dominación y generaron nuevos problemas
económicos, político y sociales, que a
su vez dieron paso a otro tipo de demandas sociales y a otro tipo de
organización y resistencia popular. Se
puede decir que la estructura del conflicto de clase sufrió algunas variaciones,
pues se produjo un cambio en las relaciones capital-trabajo-naturaleza que
provocó un cambio en la correlación de
fuerza en tensión, el mismo que se
visibilizó en un rápido desgaste de los gobiernos democráticos, es decir en la estructura del poder político. La rápida
pérdida de la hegemonía neoliberal abrió
otro periodo importante de lucha popular cuya organización ya no era político militar (guerrillas), sino
masivas movilizaciones sociales que defenestraban gobiernos y que ponían en
riesgo la estructura política dominación.
Es en este
nuevo contexto de resistencia y lucha popular anti neoliberal que llegan al
poder del Estado los gobiernos progresistas, los cuales a pesar de que logran
ser gobierno por la lucha social en poco tiempo pactan con los grupos de poder
económico local e internacional que se alineaban principalmente con el eje del capital asiático. Como bien lo
señala Raúl Zibechi, los progresistas
comparten mucho con los criollos que en la época de la independencia se aliaron
al nuevo poder anglosajón en detrimento del poder de la Corona española. En
otras palabras, los progresistas al igual que los criollos simplemente
cambiaron de amo, no hay de ninguna manera un proyecto de transformación social
real. Es verdad que esta disputa
hegemónica, el poder norteamericano tendrá sus planes para detener el avance
del poder asiático en la región y para eso contará con aliados locales, eso es
indiscutible. Esto, sin embargo, nada tiene que ver con los planes del poder
capitalista en contra de la humanidad, para esto los capitales suelen trabajar
juntos. De hecho los gobiernos progresistas han cumplido un importante papel en
la contención de la lucha antineoliberal y antiextractivista en el
continente.
De lo dicho
se desprende que el proyecto de los progresistas
poco o nada tiene que ver con el proyecto político de los movimientos de
liberación nacional de los años 70s y 80s. En primer lugar los progresismos han sido gobierno, han
administrado el poder del Estado capitalista en función de entregar la riqueza
social al capital asiático y lograr con dicha alianza constituirse en nuevos
grupos de poder económico local, en el
marco de los negocios extractivos y la inmensa, y muchas veces innecesaria,
inversión en megas infraestructuras y
servicios, que hoy ellos o los gobiernos de derecha que vendrán entregarán con
beneficio de inventario a manos
privadas. En segundo lugar, los que
implementaron un plan de poder de dominación, basado en la criminalización y
judicializado la lucha social (vigilancia, persecución, amenazas, chantajes,
detención, enjuiciamiento.), en el control de la comunicación y la manipulación
ideológica, en la destrucción de las organizaciones sociales han sido ellos, los gobiernos progresistas. Lo
que falta por averiguar es si este plan de dominación fue concebido con la
China o es de cosecha propia. No hay que olvidar que todos los progresistas
asumieron como propio el discurso del terrorismo para atacar la lucha de los
pueblos por la dignidad, la vida y los territorios.
Los proyectos
progresistas de la última década no pasaron de ser un intento de modernización
conservadora del capitalismo, asentada
en la expansión y profundización de la acumulación de capital en base al
extractivismo. Cómo es conocido el extractivismo es la forma de acumulación por
desposesión, lo que supone despojo de territorios, destrucción de culturas, destrucción
de la naturaleza, expulsión de pueblos, etc.,
lógica que obviamente genera una elevación significativa en la conflictividad
social, frente a la cual hay que implementar un plan de dominación que detenga
la lucha popular. Realmente creo que si hay que hablar de un nuevo Plan Cóndor hay
que hablar del que implementaron los progresismos en contra de los pueblos de Latinoamérica y de las lucha sociales antiextractivas en esta
última década.
Dos
puntualizaciones últimas. 1.) La inversión en infraestructura (carreteras,
puertos, aeropuertos, hospitales, escuelas, etc. no es en sí misma una política
de transformación social, pues sino está acompañada de un cambio en las
estructuras de dominación y de desigualdad, aunque coyunturalmente implique una
mínima reducción de la pobreza social,
no es más que circulación y acumulación de capital vía inversión estatal,
que favorece a las grandes corporaciones, y que al final generara más
desigualdad por desacumulación de la riqueza social. 2) El hecho de que en
varios de los gobiernos progresistas, que no es el caso del Ecuador, los
principales representantes hayan sido parte de los movimientos de izquierda de
los años 70s y 80s no hace de los
proyectos gubernamentales progresistas, proyectos revolucionarios. No son los
individuos los que hacen los procesos revolucionarios, al contrario son éstos
últimos los que determinan el acto individual como un acto revolucionario. Además
una revolución no es un asunto de caudillos, sino de pueblos en lucha.
Por
último, como dice el dicho popular, en
pelea de blancos (capitales, burguesías)
los pueblos no se meten, no es nuestra pelea. Ahora los progresistas
pegan el grito de auxilio por el supuesto nuevo
Plan Cóndor, cuando ellos mismo hace rato que pactaron con el
capitalismo más salvaje, cuando entre sus funcionarios más destacados
estuvieron viejos y conocidos miembros de la vieja oligarquía latinoamericana,
viejos y conocidos teóricos neoliberales dirigiendo la economía progresista, cuando han sido
cómplices de uno de los mayores atracos a la riqueza social de nuestros pueblos,
cuando han sido gestores del peor golpe ideológico a la utopía socialista y a
la izquierda latinoamericana.
Su vanidad no
puede cerrar el abismo que hay entre un proyecto popular de transformación
social y un proyecto de modernización de capital basado en el más depredador
extractivismo. Deben ser juzgados por la
historia y por la lucha social.
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