lunes, 11 de julio de 2016

¿Elecciones?



El país, dice la opinión pública, vive una época preelectoral, yo diría que en estos 10 años  no se han suspendido las elecciones, pues éstas han sido el  fundamento de la gobernanza correísta.  Sin embargo, de hecho nos aproximamos a una nueva-vieja jornada electoral para decidir que grupos van a gobernar el país hasta el 21.  Así, una vez más volvemos a experimentar el espectáculo de la campaña electoral en el cual se hace más que evidente  la degradación de la vida pública.

Hay una tradición en la política latinoamericana y particularmente ecuatoriana caracterizada  por la degradación sistemática de  la escena pública en el periodo electoral.  La contienda electoral está repleta de discursos con un nivel propositivo elemental, altamente  agresivos que lo único que buscan es hacer la mayor bulla posible y así intentar captar  más número de votos. Este proceso está impreso de actitudes machistas, sexistas, racistas, pedestres, obscenamente expuestas por los contrincantes políticos, con las cuales lo que intentan es ganar votos en la masa votante.   

Nuestra historia reciente (desde el retorno a la democracia), que además tiene una línea de continuidad con la historia política del país, se caracteriza por lo que podría llamarse una inmoralidad política que humilla la escena pública. Insultos, vulgaridades machistas y sexistas, malos tratos personales a los adversarios políticos, agresiones físicas, agresiones psicológicas, etc. son el espectáculo que se ofrece a la sociedad en épocas electorales y que, según el partido o movimiento que gane, se mantienen como práctica de gobierno. Esta distracción electoral tiene la capacidad de  debilitar los procesos de formación de conciencia política  de la sociedad que se construyen en los espacios inter-electorales. Así, la ciudadanía en general y particularmente la población articulada a organizaciones políticas y movimientos sociales termina convertida en masa de votantes. Una masa que se pronuncia en las encuestas y que parece inclinarse por el mejor producto del marketing electoral, y como la masa votante es una masa expectante se inclina por el que hace el mejor espectáculo público, y el mejor siempre es  el más escabroso.

Es importante recordar que los máximos caudillos de estos últimos cuarenta años han sido el mejor ejemplo de esta inmoralidad política expresada en sus discursos electorales. Como no recordar a Febres Cordero cuando en su debate con Rodrigo Borja previo a las elecciones presidenciales de 1984 le decía: Usted solo sabe de la seca, la meca y la turtuleca, por eso no contesta, por eso es vago en sus respuestas (….). O a Abdalá Bucaram acusándole a Sixto Durán Ballén “de tener el semen aguado”,  y a Rodrigo Borja decirle  "nariz de tiza de sastre", "lechuza peinada".  Más aún, como no recordar la obscena pelea de Jaime Nebot en su época de diputado profiriendo a otro diputado la detestable frase  ven para patearte insecto hijueputa”, “mamarracho”, “rata”, violador de criaturas” “maricón”, “cobarde mamarracho…..”. En estos últimos 10 años no hemos descansado de oír cada semana los improperios de Rafael Correa contra todos y todas las personas que él considera opositores.

Se podría decir que estos ejemplos son hechos aislados de ciertos políticos, sin embargo considero que es lo que determina el carácter de la democracia electoral en el país,  no solo porque es una práctica política de los populismos latinoamericanos y hoy mundiales, sino porque es parte de la lógica política del capital en su época depredadora neoliberal y neocolonial. Esta forma electoral no es casual, pues mientras se desarrolla el circo para la masa votante en  la escena pública, tras tienda en la escena privada del capital se acuerdan los negocios, donde los mismo “enemigos políticos” hacen las alianzas económicas.

Zizek refiriéndose al candidato Republicano Donald Trump dice: “La función de sus provocaciones y arranques de vulgaridad es precisamente enmascarar lo normal y corriente que es su programa”. Aquí se puede decir que el espectáculo de mal gusto, que siempre caracteriza los procesos electorales en el país, busca enmascarar el sometimiento de todo programa de gobierno al gran capital, o su incapacidad de llevar adelante un proyecto de transformación social  demandado por la sociedad políticamente organizada.  En este sentido, la vigencia de una substancia ética en la política, no es un asunto del libro de los buenos modales, sino de subvertir la lógica perversa y obscena de la política del capital, con la cual éste garantiza su permanencia y expansión. La desintegración ética en la esfera pública en general y de la política en particular es parte fundamental de la desintegración social que garantiza  la subsistencia del capital más depredador.




  

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