El país, dice la opinión pública, vive una época preelectoral, yo diría
que en estos 10 años no se han
suspendido las elecciones, pues éstas han sido el fundamento de la gobernanza correísta. Sin embargo, de hecho nos aproximamos a una
nueva-vieja jornada electoral para decidir que grupos van a gobernar el país
hasta el 21. Así, una vez más volvemos a
experimentar el espectáculo de la campaña electoral en el cual se hace más que
evidente la degradación de la vida
pública.
Hay una tradición en la política latinoamericana y particularmente
ecuatoriana caracterizada por la degradación
sistemática de la escena pública en el
periodo electoral. La contienda
electoral está repleta de discursos con un nivel propositivo elemental,
altamente agresivos que lo único que buscan
es hacer la mayor bulla posible y así intentar captar más número de votos. Este proceso está impreso
de actitudes machistas, sexistas, racistas, pedestres, obscenamente expuestas
por los contrincantes políticos, con las cuales lo que intentan es ganar votos
en la masa votante.
Nuestra historia reciente (desde el retorno a la democracia), que además
tiene una línea de continuidad con la historia política del país, se
caracteriza por lo que podría llamarse una inmoralidad política que humilla la escena
pública. Insultos, vulgaridades machistas y sexistas, malos tratos personales a
los adversarios políticos, agresiones físicas, agresiones psicológicas, etc.
son el espectáculo que se ofrece a la sociedad en épocas electorales y que,
según el partido o movimiento que gane, se mantienen como práctica de gobierno.
Esta distracción electoral tiene la capacidad de debilitar los procesos de formación de
conciencia política de la sociedad que
se construyen en los espacios inter-electorales. Así, la ciudadanía en general
y particularmente la población articulada a organizaciones políticas y
movimientos sociales termina convertida en masa de votantes. Una masa que se
pronuncia en las encuestas y que parece inclinarse por el mejor producto del
marketing electoral, y como la masa votante es una masa expectante se inclina
por el que hace el mejor espectáculo público, y el mejor siempre es el más escabroso.
Es importante recordar que los máximos caudillos de estos últimos cuarenta
años han sido el mejor ejemplo de esta inmoralidad política expresada en sus
discursos electorales. Como no recordar a Febres Cordero cuando en su debate con
Rodrigo Borja previo a las elecciones presidenciales de 1984 le decía: Usted solo sabe de la seca, la meca y la
turtuleca, por eso no contesta, por eso es vago en sus respuestas (….). O a
Abdalá Bucaram acusándole a Sixto Durán Ballén “de tener el semen aguado”, y
a Rodrigo Borja decirle "nariz de tiza de sastre", "lechuza
peinada". Más aún, como no recordar
la obscena pelea de Jaime Nebot en su época de diputado profiriendo a otro
diputado la detestable frase “ven
para patearte insecto hijueputa”, “mamarracho”, “rata”, violador de criaturas” “maricón”,
“cobarde mamarracho…..”. En estos últimos 10 años no hemos descansado de oír
cada semana los improperios de Rafael Correa contra todos y todas las personas
que él considera opositores.
Se podría decir que estos ejemplos son hechos aislados de ciertos políticos,
sin embargo considero que es lo que determina el carácter de la democracia
electoral en el país, no solo porque es
una práctica política de los populismos latinoamericanos y hoy mundiales, sino
porque es parte de la lógica política del capital en su época depredadora
neoliberal y neocolonial. Esta forma electoral no es casual, pues mientras se
desarrolla el circo para la masa votante en
la escena pública, tras tienda en la escena privada del capital se
acuerdan los negocios, donde los mismo “enemigos políticos” hacen las alianzas
económicas.
Zizek refiriéndose al candidato Republicano Donald Trump dice: “La
función de sus provocaciones y arranques de vulgaridad es precisamente enmascarar
lo normal y corriente que es su programa”. Aquí se puede decir que el espectáculo
de mal gusto, que siempre caracteriza los procesos electorales en el país,
busca enmascarar el sometimiento de todo programa de gobierno al gran capital,
o su incapacidad de llevar adelante un proyecto de transformación social demandado por la sociedad políticamente
organizada. En este sentido, la vigencia
de una substancia ética en la política, no es un asunto del libro de los buenos
modales, sino de subvertir la lógica perversa y obscena de la política del
capital, con la cual éste garantiza su permanencia y expansión. La desintegración
ética en la esfera pública en general y de la política en particular es parte
fundamental de la desintegración social que garantiza la subsistencia del capital más depredador.
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