La sociedad más allá
del Estado, la única alternativa
Después del retorno a la
democracia en 1979, el ejercicio político estatal en sus distintas administraciones
ha mostrado no solo que estos gobiernos atienden
a claros intereses de grupos económicos nacionales e internacionales en perjuicio
de los pueblos y organizaciones sociales que hacen el Ecuador, sino que el
mismo Estado, atrapado en las exigencias económicas, es una institución y un propósito
que existe a espaldas de la sociedad. Más aún cuando el actual orden mundial está
dominado por las ciegas potencias económicas y específicamente por el capital financiero.
Es la política liberal (en su
versión estatista o mercantil), núcleo duro del Estado, adoptada por todos los
gobiernos de turno, la que ha conducido
violentamente a la sociedad ecuatoriana a la fauces de la globalización
financiera y extractivista. Todos los movimientos o partidos políticos que han
estado en la oposición, como es el caso del movimiento PAIS, al momento de llegar
al poder del Estado “ejecutan la misma
política liberal que la mayoría anterior”. (Badiou: 1999) De
hecho, en este nuevo contexto electoral, es seguro que cualquiera de las
oposiciones al correísmo que lleguen al Estado dentro del orden procedimental burgués
y que mantengan el Estado, aplicarán la misma política liberal de sometimiento
al capitalismo.
Los movimientos y partidos
políticos electorales representan directamente o indirectamente la ideología
del mercado. Si los procesos electorales se han convertido en un verdadero
mercado de votos, cualquier movimiento o partido que se involucre en el mismo
está obligado a atender este comercio político, y por lo tanto no representa la ideología de los sectores
sociales que dice representar, sino la ideología inscrita en la democracia
representativa mercantilizada. En este
sentido no hay una real diferencia entre las distintas fuerzas políticas
institucionalizadas, su conflicto es obtener el poder del Estado y utilizarlo
para sus objetivos que no son otros que garantizar su existencia política a
través de la reproducción del Estado (pues éste se constituye en el mecanismo
electoral) que, a su vez, se encuentra al servicio del mercado; el poder que
garantizar el poder. Así: “La articulación entre el pueblo, las organizaciones y el Estado pasa
por la idea de representación.” (Badiou: 1999) en otras palabra por el mercado de los votos.
Hace mucho que la política
liberal dejó de ser, si algún día lo fue, la posibilidad de que los partidos y movimientos
políticos electorales sean representantes reales de las tendencias políticas presentes
en la sociedad. El partido político electoral ya no es de ninguna manera el
lazo representativo entre la sociedad y el Estado, pues no es más que un
aparato del mercado del voto. Si no hay representación de la sociedad en los
partidos y movimientos electorales, no hay representación de la sociedad en el
Estado. La representación de los partidos y
movimientos electorales en el Estado es una especie de autoreferencialidad
del Estado. Esta realidad de la política actual revela de manera nítida y descarnada
que el Estado no es la expresión de
ningún consenso social, sino de intereses muy particulares de grupos económicos
al servicio del capital.
En este contexto de la política
formal, las movilizaciones de la sociedad organizada de manera autónoma
ejerciendo de forma directa el poder es la única posibilidad de democracia. La idea
de representación es hoy absolutamente conservadora y reaccionaria, ya que es la
manera de empeñar la política, es decir el espacio de la sociedad para tratar
su destino común en relaciones horizontales, a la autoridad vertical del
Estado. En este sentido, el proceso
electoral es el espacio para “…trataba de tomar el Estado y de
actuar sobre la sociedad de modo autoritario con los medios del Estado.” (Badiou: 1999)
Lo que hay que hacer para salir de esta
seudodemocracia es impulsar la organización de los pueblos y de todos los
sectores sociales y garantizar su
independencia política respecto al Estado, y así ir construyendo la democracia
radical, de los consensos reales y no
formales. Es urgente romper los límites políticos e ideológicos de la
representación, pues ésta supone una estructura vertical de delegación del
poder que termina arrancando el poder de la sociedad y negando su capacidad de
pensarse en común y decidir su destino común. La autoridad legítima es de la
sociedad en su diversidad organizada horizontalmente y no en una unicidad
opresiva como es el Estado. La sociedad no necesita del Estado para existir,
puede reinventar otro tipo de instituciones que no liquiden su poder, sino que
lo animen.
La utopía otra de unas otras izquierdas
reinventadas tienen que estar del lado de la organización autónoma de los
pueblos y no apuntalar la perspectiva de ocupación o toma del Estado. No es
ético ni sensato empeñar el acumulado de la lucha y la resistencia de los pueblos invirtiendo en
el mercado electoral. “Se trata de
producir y organizar rupturas subjetivas en el pueblo, y de tal modo encaminar,
aquí y ahora, la extinción progresiva del Estado.”(Badiou: 1999) La organización
política de la sociedad no es el partido ni el movimiento electoral, pues estos
están determinados por el Estado para garantizar su reproducción, no solo a
espaldas de la sociedad sino en su contra. La otra política tiene que estar
fecundada y determinada por los pueblos y los sectores sociales organizados de
forma autónoma, en autogobiernos asamblearios que gestionen soberanamente su
salud, su educación, su movilidad, su justicia, su ocio, su deporte, su labor, su
sexualidad, etc. Solo esta organización desde abajo y para abajo garantiza que
la política sea al mismo tiempo ética, pues “…en las
políticas de representación no puede haber ética, pues, para un sujeto, la
acción ética es justamente aquella que no puede ser delegada ni representada.
En la ética, el sujeto se presenta él mismo, decide él mismo, declara lo que él
quiere en su propio nombre.” (Badiou)
En estos tiempos electorales de negociaciones
bajo mesa, de candidatos según la conveniencia de los grupos de poder económico
y político, de deshonestidades ideológicas evidentes, de acuerdos poco claros,
de oportunismos, de marketing, de clientelismo y conteo de votos, la sociedad
en sus diversos pueblos, sectores y organizaciones esta obliga a asumir su
poder de manera directa y sin delegaciones tramposas. La sociedad no necesita representantes, se presenta
de manera directa en su propio ser organizada, no busca ser Estado quiere ser
en común sin perder su universalidad, solo posible en sus singularidades no
encubiertas ni negadas. La sociedad ecuatoriana
tiene que hacerse presente en este
contexto electoral y tomar sus decisiones autónomas para enfrentar la crisis y
decidir su futuro común.
Referencia
Badiou, Alain.
(1999) Ética y Política, en Reflexiones
sobre nuestro tiempo, Ediciones del Cifrado, Buenos Aires.
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