jueves, 7 de enero de 2016

Slavoj Zizek y la sustracción religiosa: Un análisis del fracaso de los progresismos

Debemos aceptar la catástrofe como inevitable y, a continuación, actuar para deshacer de forma retroactiva el destino que está “dictado por los astros”

La destrucción de las codificaciones básicas que ordenan la vida en común, característica principal de toda crisis civilizatoria, abre la pregunta fundamental por el sentido de la existencia humana. Toda época marcada por lo que se ha llamado la orfandad de mundo obliga al ser humano a cuestionarse acerca de  ¿Quién es?  ¿Qué puede esperar? ¿Qué puede hacer? El pensamiento que pregunta es un pensamiento fecundo que interroga cuando nada está dicho, cuando las certezas del mundo van desapareciendo, cuando los horizontes epistemológicos se diluyen en su gastada facticidad.


Es en este miserable y viscoso escenario capitalista -donde la realidad colapsa en la hiperrealidad del capital financiero, donde el deseo es devorado por la consumación perversa del placer mercantil, donde la ética se dispersa en egos infinitesimales de consumidores obsesivos, donde el sentido es tragado por una pesada significosidad   mediática- en el cual y por el cual el filósofo eslovenio Slavoj Zizek logra una sustracción cognitiva con la cual abre el vacío previo al acontecimiento del pensar crítico. Así, en este texto se intenta exponer las tesis con la cuales el filósofo llega a la sustracción cognitiva y consigue provocar la mínima diferencia desde donde pensar críticamente el resto de mundo en el que nos ha tocado vivir. Es importante aclarar que, en razón de la no inscripción de la autora de este texto en la idea de la verdad como presupuesto óntico, el mismo es una interpretación crítica del pensamiento del filósofo, lo que indica  su necesaria historización y localización desde un particular locus interpretativo.

Con la aclaración hecha, el desarrollo del texto que se presenta se articula en torno a la siguiente idea del autor pretexto de este diálogo:

En realidad, la paradoja radica en que, hoy en día, la ciencia proporciona la seguridad ofrecida antaño por la religión y, en una curiosa inversión, la religión es uno de los posibles lugares desde donde se puede plantear dudas críticas acerca de la sociedad contemporánea ( es uno de los “lugares de resistencia”, por decirlo, así). (Zizek; 2011:460

¿Sustraerse de qué?

No se trata de sustraerse de las certezas del pensamiento moderno, ya que este no cuenta con certezas y, en poco tiempo, no habrá siquiera pensamiento sin ellas. Quizá la única certeza del resto de mundo que nos queda es la facticidad mercantil que engulle todo pensamiento que intente pensarla. Si “…la sustracción es la “negación de la negación” (o la ‘negación determinada’); dicho de otro modo, en lugar de negar-destruir directamente el poder imperante, permaneciendo dentro de su ámbito, socava su propio terreno y crea un nuevo espacio positivo.” (Zizek; 2011:419), de lo que hay que sustraerse es de la hiperrealidad fáctica mercantil capitalista. Es necesario negar la negación de la ideología capitalista materializada en el imperio del mercado, lo cual supone socavar las coordenadas básicas de un sistema que se formó en la objetivación-cosificación de la ley del valor, que, como sabiamente lo anotó Marx, explica la negación de la humanidad concreta. Sustraerse del mercado capitalista supone golpear al sistema en el “punto de su torsión sintomática”, en otra palabras retirarse de la lógica mercantil, tanto como producción cuanto como consumo. De no hacer esta retirada, el automatismo de la hiperrealidad financiera abortará, como ya lo hace, cualquier intento de pensamiento, aún  más el crítico. 

Desde otra perspectiva analítica, es pertinente decir que a la respuesta a la orfandad de mundo no puede ser sumergirse en el resto mercantil que el sistema ofrece a los huérfanos y náufragos. Todo lo contrario, es necesario asumir la orfandad de forma absoluta, esto es,  desarraigarse totalmente del sistema. En el ámbito particular del pensamiento, hay que adoptar  la ausencia de respuestas dadas y realizadas, hay que agarrar como única posibilidad la pregunta, ella misma expresión única de la sustracción. La pregunta que indaga sobre lo que no se indaga (los a priori materializados y desvanecidos), es la pregunta que anota y golpea el punto de la “torsión sintomática” del sistema. ¿Por qué creo en lo que creo?, ¿por qué estoy haciendo lo que hago?, ¿por qué estoy produciendo lo que produzco?, ¿por qué estoy consumiendo lo que consumo?.  La simple pregunta en estos tiempos de crisis y de nulas certezas profundiza nuestra orfandad de mundo y permite sustraernos del resto mercantil en el que se nos ha sumergido.  La simple pregunta despoja al mercado de su viscosa consistencia y abre un espacio vacío que es su propia “torsión sintomática”, es decir nos ubica en el núcleo duro del capitalismo, en el puro y descarnado valor,  desde el cual podemos pensar más allá de él.

La pregunta logra un efecto de retroversión inverso. Al contrario de construir el argumento que sostiene la realidad dada, digamos el a priori, destruye el argumento y nos sitúa en el punto exacto del acontecimiento de la “sustracción” capitalista (enajenación), por la cual el trabajo humano y con él la humanidad misma fue convertida en mercancía. Este salto al pasado, allí donde tuvo lugar el acontecimiento capitalista, nos coloca cara-a-cara con la modernidad en su fundamental inconsistencia, inherente a su ideología económica. En otras palabras, nos encontramos enfrentados a nuestra propia inconsistencia no solo civilizatoria, sino humana, es allí donde, libres de la viscosidad mercantil, la pregunta por quién somos, qué podemos esperar y que se puede hacer, cobra realidad.   

La pregunta fundamental, como sustracción del campo hegemónico no solo del pensamiento sino del resto de realidad, interviene en el mismo campo y lo reduce a su oculta diferencia mínima (Zizek; 2011:421).  La pregunta hiere el sistema al reducirlo a su síntoma, a su vacío estructural. La ley de valor explica la conversión de la fuerza de trabajo en mercancía, el momento exacto en que el ser humano es despojado de su humanidad en tanto productor de mundo y condenado a la negatividad de su existencia, en función de la acumulación de capital. El trabajo muerto sobre el trabajo vivo, éste último convertido en pura energía laboral sustraída del hombre concreto de carne y hueso, quien termina convertido en un resto del proceso de valorización del valor. Un resto condenado a vagar  por el mundo capitalista sin lugar, “la parte sin parte” que se hace presente como retorno de lo reprimido, cuando la pregunta perfora la fantasía mercantil.

¿Quién soy?  Puro vacío, valor puro, negatividad absoluta, proletariado. No existo sino como la sombra ausente del capital y, por lo tanto, en la desaparición del mismo solo tengo posibilidades de existir como presencia. La sola pregunta que indaga sobre la existencia perfora la fantasía capitalista, la misma que se formó para evitar la pregunta previa: ¿por qué tengo que ser lo que el capital quiere que sea, ¿por qué tengo que ser mercancía? ¿por qué tengo que actuar sin pensar?  Cuando esta pregunta insiste en ser pronunciada, el capital se histeriza al descubrirse inconsistente y solo le queda desplomarse. 


La falsa disyuntiva política

La pregunta que perfora la fantasía capitalista y que nos ubica en el vacío previo al nuevo acontecimiento político, puede bien conducirnos a otra falsa contradicción en relación al camino que tendremos que recorrer para formar el otro mundo posible. En los último 50 años el subcontinente experimentó: primero el impulso desarrollista emprendido por las dictaduras militares y segundo la contracción del desarrollo provocada por la aplicación de la política neoliberal, ejecutada por las democracias liberales. Al finalizar este periodo de desarrollo y contracción, funcional a las demandas de la acumulación internacional de capital, muchos países del sub continente, entre ellos el Ecuador, cayó en una profunda crisis política que puso en serio riesgo el estado burgués. Esta crítica situación abrió en América latina  la pregunta: ¿qué se debe esperar?

La respuesta a la pregunta formulada vino con los proyectos progresistas, que llegaron al gobierno con la promesa de transformar la sociedad, restaurando el Estado.  En el caso de Venezuela, Nicaragua, Bolivia y el Ecuador se apuntaló la idea del Socialismo del Siglo XXI, tesis que suponía: primero que el poder del Estado se conquistaría mediante elecciones democráticas y segundo que la transformación de la sociedad pasaba por restaurar y fortalecer el Estado. Sin lugar a dudas, este nuevo socialismo marcó una distancia conceptual con la clásica teoría política marxista-leninista, sobre todo en  aquello de conquistar el Estado por la vía revolucionaria; la idea que la transformación social se hace fortaleciendo al Estado, es más bien cercana al estalinismo o al keynesianismo. Se presentó así una falsa disyuntiva entre una vía democrática (entendida como democracia electoral) y una vía antidemocrática o dictatorial que sería la antigua visión leninista de la revolución. Es falsa porque “La ‘dictadura’ no es lo opuesto de la democracia, sino el modo de funcionamiento subyacente de  la propia democracia. (Zizek; 2011:422). Esta idea se explica por el hecho simple de que la forma del Estado liberal  democrático entraña una lógica burguesa, así como  la contradicción insuperable entre la positividad de la burguesía y la negatividad del proletariado. La verdadera lucha no se da sino en el terreno de la lucha, es la disputa por definir el marco institucional/ marco procedimental, en esa guerra el que asume las coordenadas existentes (forma-estado) es dictatorial, independientemente del contenido de su proyecto político.

“Así, pues, es posible emplear el término ‘dictadura’ en el preciso sentido en que la democracia es también una forma de dictadura, es decir, una determinación puramente formal.”  (Zizek; 2011:422) A lo que esta cita hace referencia con lo puramente formal es al Otro procedimental que regula la democracia burguesa para afirmarse por medio de la reproducción del Estado. Lo que se impone con la democracia burguesa son sus reglas de juego organizadas, legitimadas y garantizadas por los aparatos estatales, incluso, de ser necesario, con los represivos. Cuando los gobiernos progresistas decidieron transformar la sociedad asumiendo la vía democrática, es decir, electoral para conquistar el Estado y fortalecerlo, no solo que no iban a transformar nada, sino que asumían la dictadura como modo subyacente del Otro procedimental de la democracia burguesa.  

La única diferencia entre los gobiernos (democracia o dictaduras) burgueses se encuentra en la manera en que gestionan o administran el capitalismo. “La democracia puede eliminar en mayor o menor medida la violencia constituida pero no puede dejar de apoyarse en la violencia constitutiva.” (Zizek; 2011:422) Los llamados gobiernos democráticos sean éstos los neoliberales o progresistas pueden gestionar la violencia constituida disminuyendo o no su intensidad, sin embargo los dos se apoyan en la violencia  constitutiva, es decir en aquella que expresa el Otro procedimental (todo el aparato jurídico-normativo) y en aquella que expresa los aparatos represivos del Estado (Fuerzas Armadas y Policía). Las dictaduras (civiles o militares) simplemente gobiernan elevando la intensidad de la violencia constitutiva del estado capitalista.

Responder la pregunta ¿qué debemos esperar?, desde la teoría de la sustracción, exige justamente sustraerse del Estado. El camino a recorrer para construir el otro mundo posible tiene que intentar ir más allá de las coordenadas del sistema capitalista, de su  marco formal, de su Estado. Pensar más allá del Estado nos coloca ante el hiato que nos separa, de manera radical de la democracia burguesa y su dictadura  procedimental que se presentan como incuestionable. La dimensión dictatorial de la democracia política “…se vuelve palpable cuando la lucha se convierte en el terreno de la propia lucha”. (Zizek; 2011:423) Dicho de otra manera, cuando la lucha es por la configuración de las coordenadas básicas de lo político y la política, se abre la real  contradicción, la brecha insalvable entre la positividad de la burguesía y la negatividad del proletariado, la misma que pone en evidencia la contradicción fundamental del capitalismo. En base a esta argumentación que sostiene la teoría de la sustracción, Zizek plantea que el proletariado en la medida en que “…designa la ‘parte de ninguna parte’ que representa a la universalidad, la ‘dictadura del proletariado’ es el poder de la universalidad en el que aquellos que son la ‘parte sin ninguna parte’ marcan la pauta.” (Zizek; 2011:424) Siendo el proletariado resultado del proceso de sustracción del valor (conversión del trabajo en mercancía) no poseen características positivas, su cualidad es ser pura negatividad –vacío, universalidad-, razón por la que son la parte sin ninguna parte. “Lo que da derecho a que el proletariado ocupe esa posición es, en último término, una característica negativa: todas las demás clases son (potencialmente) capaces de convertirse en ‘clase dirigente’, pero el proletariado solo puede lograrlo aboliéndose como clase.” (Zizek; 2011:424), aboliendo el capitalismo.

El proletariado dentro del marco del capitalista no puede representar los intereses de su clase, como si lo hacen la burguesía o la pequeña burguesía tecnocrática, pues no tiene características positivas que representar, a no ser su no ser, no ser que no es representable. El proletariado en tanto negatividad, parte sin ninguna parte, si representa la posibilidad de, en su abolición,  configurar otro marco político, un Otro procedimental, que no es en absoluto conjugable con el vigente. Esto explica el hecho de que el proletariado para abolirse tiene que sustraerse del Estado burgués y su democracia representativa; movimiento en el que, al destruirse como clase, destruye a la clase burguesa y sus instituciones. Al contrario el pueblo, amalgama de distintos grupos, clase y subclases, en tanto tiene existencia positiva dentro del capitalismo, políticamente no  puede sustraerse del Estado. Así, cuando el pueblo se asigna para sí mismo una “tarea histórica” de transformación, lo que hace es tomar el Estado para afirmarse; al estar  compuesto de una amalgama de grupos, clase y subclases es una de éstas, por lo general una fracción de una burguesía incipiente o emergente, la que se separa y destaca del resto de grupos que conforman el pueblo, gracias a un crecimiento acelerado  que le permite organizarse como clase dirigente. Ejemplo del mecanismo expuesto, en las líneas precedentes, fueron los movimientos de liberación nacional y actualmente los autodenominados gobiernos progresistas. Los últimos llegaron al Estado como resultado de un proceso popular y, sin embargo, hoy son dirigidos por una nueva clase de una burguesía que antes de su llegada al gobierno era embrionaria. Es posible también que la dirección del proceso gubernamental la asuma un núcleo político-ideológico-tecnocrático, que se auto-designa gobierno tutelar de todo el pueblo, incluido los obreros, campesinos e indígenas (como también es el caso de los gobierno progresistas que han gobernado con una élite tecnocrática, lógica  bien descrita por Marx como bonapartismo). (Cfr. Zizek; 2011:424) Estos gobierno tutelares “…indefectiblemente, acaban dando lugar a un imperio (como sucedió con los jacobinos y los bolcheviques).” (Somay cit. Por Zizek; 2011:424), o a gobiernos autoritarios como los progresismos.

A este respecto, es crucial la posición del proletariado y el “pueblo”: para decirlo al modo hegeliano, su oposición es la oposición misma de la universalidad “verdadera” y la universalidad “falsa”. El pueblo es inclusivo y el proletariado es exclusivo; el pueblo combate a los intrusos, a los parásitos, a quienes son un parásito para su plena afirmación, mientras que el proletariado lleva a cabo una lucha que divide al pueblo en su propio núcleo. El pueblo quiere afirmarse mientras que el proletariado quiere abolirse. (Zizek; 2011:425)   

Después de las gestas prerrevolucionarias que prácticamente echaron abajo, no gobiernos sino el mismo Estado, en el punto preciso en que América latina debía asumir la tarea histórica de transformación social, el proletariado dio un paso al costado para dejar en manos del pueblo la misión. El pueblo reunido, en el caso de Ecuador en el movimiento Alianza País, incluyó a todos los que de una u otra manera encontraban en el Estado una forma de su afirmación, sea ésta en lo político, ideológico, económico, social o cultural. De lo que se trataba, entonces, no era de destruir el Estado, menos autodestruirse como clase para así destruir a la clase de la burguesía y con ella al capitalismo. Todo lo contrario, se emprendió la reconstrucción y fortalecimiento del Estado y con él, el fortalecimiento de la fracción de la burguesía que iba a asumir la dirección del proceso, junto con la pequeña burguesía tecnocrática auto-designada como gobierno tutelar. La afirmación del Estado y de su institucionalidad, sobre todo la referente a la vigencia de la democracia representativa (de ahí tantas elecciones ganadas en estos 9 años) es al mismo tiempo la afirmación de todos los grupo y las fracciones de clase congregadas en Alianza País. Sin embrago, la afirmación de los grupos en el gobierno y de la incipiente burguesía que rápidamente creció en estos 9 años y se erigió como la nueva clase dirigente, es también la afirmación del pueblo que quiere afirmarse en la promesa de la modernidad, del progreso y del crecimiento económico, y que combate a todo “intruso” o a quienes son un peligro para su afirmación, que es la afirmación del sistema capitalista.                

Aquella idea fecunda de los momentos de insurgencia de los años 90s de mudar hacia más allá de las coordenadas capitalista, fue abortada por la inclusión del pueblo al marco mercantil y su afirmación como consumidores. La sustracción del capitalismo que exige la sustracción del Estado y su desmonte no fue posible por la sumatoria de todo el pueblo a la promesa capitalista.

Al contrario, la sustracción proletaria es en sí misma la intrusión de la negatividad en el orden positivo de la política liberal, es decir la desviación en el marco del juego electoral provocada por la parte que no tiene parte en el mismo. La presencia del ausente exige que los presentes en presencia, es decir, los que tienen lugar en la compleja red de representaciones políticas, sean obligados a escuchar la voz del “más allá”, la voz del fantasma. Una voz que por ser “más allá”, es la voz universal, pues no se enuncia desde ningún lugar en la red de las representaciones, sino desde el no lugar que exige cambiar el marco de coordenadas vigentes para tener lugar. “Nosotros la ‘nada’ con la que no se  cuenta en el orden – somos la humanidad, Todos, frente a quienes solo representan sus privilegios e intereses particulares.” (Zizek; 2011:425) La sustracción-intrusión del proletariado reduce todo el orden democrático burgués a la mínima diferencia, a su verdadera contradicción entre el cuerpo social estructurado por el Otro procedimental del juego electoral, donde cada parte tiene su parte (partidos políticos, movimientos políticos de las más distintas posiciones políticas pero unidos en la creencia de la democracia representativa) y la parte de ninguna parte que no tiene lugar, no solo en el juego electoral sino en el marco social dominante. Es esta parte sin parte sustraída del Estado la que, al incursionar en el campo político del que fue excluida antes de ser incluida,  provoca su herida/desviación, a causa del principio vacío de universalidad, es decir, en la medida en que no representa ningún interés particular dentro del cuerpo social. Esta no representación se explica en razón de que la parte sin parte no tiene propiedad ni pertenencia, no tiene espacio de afirmación posible, porque ella misma es pura negatividad, es el resto que quedo después del proceso de simbolización moderno capitalista, y que circula como un fantasma por el Gran Otro, hoy seriamente desgastado.    

El campo social organizado por la democracia representativa, democracia liberal, dice del mecanismo  por el cual la sociedad pierde el su poder en el momento mismo en que lo ejerce a través del sufragio universal. Cada elección  legitima la enajenación del poder político de la sociedad, misma que por medio del voto lo entrega a un grupo (representante), que durante un periodo asignado de tiempo será el administrador del Estado. Dicho de otro modo, las elecciones burguesas no permiten modificar las coordenadas básicas del poder, sino elegir que grupo gobernará dentro de ellas. Así, cuando se elige uno u otro partido o movimiento electoral se elige por quien administrará el Estado burgués, nunca por si se quiere o no el Estado y el orden de dominación que éste expresa (régimen de propiedad capitalista). En definitiva, la democracia representativa es la liquidación de la política o su conversión antidemocrática, que por definición supone la despolitización de la sociedad, para que ésta vuelva a la normalidad del trabajo y, así, se garantice la reproducción del sistema.  

La sustracción política radical es aquella que al retirarse logra establecer la no sustancialidad del campo social hegemónico, es decir su anclaje a un determinado interés de grupo (burguesía) y, por lo tanto, descubra su particularismo escondido detrás de la falsa universalidad del Estado Nacional. En base al argumento expuesto, la sustracción nada tiene que ver con la retirada hippie de la nueva era para suministrar mundos sin sacudir los fundamentos del sistema dominante. La sustracción política es el acontecimiento que  se retira de juego de la democracia liberal burguesa, se niega irrevocablemente a participar en procesos electorales, sea como elegible o electores.  La parte sin parte, que recorre el campo social hegemónico sin lugar donde asentarse y poder devenir positividad, no tiene nada que ofrecer como proyecto político dentro de las coordenadas dominantes, tampoco tiene nada que recibir, a no ser la profundización de su no-ser como humanidad despojada. Es posible que este debate permita entender porque los movimientos de izquierda que llegaron al poder del Estado, en el proceso marcado por los denominados gobiernos progresistas, no pudieron sino ajustarse dentro de los límites impuestos por los ejes de la actual acumulación de capital. La participación en los procesos electorales no hace sino confirmar el orden dominante.

Otra posibilidad de sustracción podría ser participar en el proceso electoral e intentar llegar al poder del Estado para desde allí destruirlo, tesis leninista. Sin embargo, los procesos del llamado Socialismo Real mostraron que, al contrario de destruir el estado capitalista, el partido comunista se afirmó como la nueva casta dirigente de los proceso de acumulación de capital organizados desde el Estado. Actualmente, el caso emblemático de esta lógica es la China “comunista”, con esta experiencia histórica se puede pensar que la tesis de la toma del Estado, sea por vía revolucionaria, mucho más si es  electoral, es una trampa que nos encierra en la “jaula de oro”. La sustracción política es un proceso definitivamente violento, no por el uso de armas, sino porque supone violentar los fundamentos del sistema, dejando de creer en ellos, es algo así como dejar de creer en Dios, para poder encontrar su núcleo vacío. La sustracción es una verdadera explosión democrática pues, en la disolución de las certezas políticas, la humanidad no puede sino asumir su libertad y, para escapar del terror que esto implica, emprender la construcción de un nuevo orden político y/o civilizatorio.  Tratando de interpretar el pensamiento político del Slavoj Zizek, voy a decir que el movimiento de la sustracción es otro nombre de la “dictadura del proletariado” que a su vez

…es otra expresión para referirse a la violencia de la propia explosión democrática. Por tanto, la dictadura del proletariado es el nivel cero en que la diferencia entre el poder estatal legítimo e ilegítimo queda en suspenso, o, dicho de otro modo, en que el poder del Estado es ilegítimo.” (Zizek; 2011:425).        

La idea de que la sustracción no se haga con la toma del poder del Estado, sino con la retirada “violenta” de su ámbito de influencia, ante todo aquel que tiene que ver con los procesos electorales, conduce a establecer la necesidad de repetir el acto ético del niño del cuento del Rey Desnudo, que desde su terrorífica inocencia (propia de quienes no han asumido los códigos dominantes, debido a su expulsión o no integración social) se atrevió a decir:  “¡Pero si va desnudo!”. La idea de la dictadura del proletariado puede ser leída en estos tiempos como el terror provocado por el inocente. Así como el niño hizo evidente la desnudez del Rey, acto por el cual puso en duda la autoridad real, así mismo la parte sin parte puede hacer evidente la insubstancialidad del Estado Nacional y del Capital, simplemente negándose activamente a asumir que estas “realidades” existen por fuera de nuestra creencia en ellas. Qué es la democracia representativa sin representados? Qué es el Estado si ciudadanía abstracta? Qué es el capital sin trabajadores asalariados? Qué es el mercado capitalista sin consumidores mercantiles? ¿Qué es el Estado sin ciudadanía? Qué es Dios sin sus criaturas?  En ese preciso momento es cuando se abre un paréntesis a-histórico que reduce la democracia burguesa a su constitutiva contradicción, no se está aludiendo a la  democracia vs la dictadura como dos realidades puestas en orillas distintas, sino la democracia en su fundamento como dictadura burguesa, donde el Estado Nación expresa su particular e histórica institución de dominación. Así, democracia burguesa es un oxímoron, democracia burguesa es una dictadura de clase. (Cfr. Zizek; 2011:426)      

Quiénes son la parte sin parte o el proletariado

Absolutamente nadie que se sienta que tiene un lugar en el orden existente, sea éste físico, psíquico, cultural, económico, político o ideológico, nadie que sienta que puede afirmar su existencia dentro del marco mercantil capitalista. “…los desplazados que vagan libremente de un lugar a otro, sin un trabajo o un hogar, pero también sin una idea cultural y sexual, al margen del estado.” (Zizek; 2011:426)  Yo aumentaría los que no tienen partido, ni movimiento, los que no tienen privilegios, ni funciones, los que no tienen trabajo porque nadie les compra, los que no producen ni consumen mercantilmente, los que simplemente no quieren incluirse en el campo social vigente o rechazan el lugar subordinado que se les quiere asignar.  Son los sin lugar, los sin tierra, o los que van a ser despojados de ella, los que se identifican con lo universal, es decir con la necesidad/deseo de mudar hacia otro mundo. Los sin lugar están en el tiempo sin tiempo, umbral previo al acontecimiento político radical. Es la disidencia que no se sustrae a un rincón donde deja intacto el orden existente, sino que lo tensa, lo mancha, lo enturbia, lo desvanece reduciéndole a su negatividad constitutiva, allí donde no es posible la síntesis del progreso, del desarrollo, del crecimiento económico, del Estado nacional.

La humanidad que se han quedado sin partido porque ha sido purgada; que se ha quedado sin nación porque ha sido desterrada; la que se ha quedado sin  Estado porque ha sido criminalizada; la que se ha quedado sin patrón porque ha sido despedida; la que se ha quedado sin mundo porque ha sido expulsada; la que se ha quedado sin Dios porque ha sido excomulgada, o la que simplemente decidió sustraerse de este resto mercantil de mundo putrefacto y mostrar el crucial antagonismo entre los Incluidos y los Excluidos (Cfr. Zizek; 2011:426). Lo huérfanos materiales y/o simbólicos, las damnificadas, los náufragos de la historia moderna, los que, por lo mismo, han sido enfrentados a su sinthome, al abismo de su libertad y obligados a ejercerla. La humanidad puesta en la frontera de su propia posibilidad, de  lo ¿qué puede hacer?

El grupo social de los privilegiados que, a causa de la falta de un lugar determinado en el orden ‘privado’ de la jerarquía social –o, dicho de otro modo, como una ‘parte de ninguna parte’ del cuerpo social- , representa directamente a la universalidad; solo la referencia a los Excluidos, a los que moran en los huecos del espacio estatal, permite alcanzar la auténtica universalidad. (Zizek; 2011:441)     

Solo la humanidad que experimenta su fundamental negatividad, en razón de su no  inclusión, su expulsión o debido a que decidido retirarse del resto de mundo que naufraga, es la que se pregunta ¿quién es? (debate sobre su ser a inventar) ¿qué puede esperar? (debate acerca del horizonte ético que trazará) ¿qué puede hacer? (debate por el ejercicio de su libertad). La humanidad tiene que enfrentar la auténtica pregunta: “cómo nos obligan estas nuevas condiciones a transformar y reinventar las propias nociones de libertad, autonomía y responsabilidad ética.”  (Zizek; 2011, 448)

Cuando la humanidad acepte y asuma como único destino la catástrofe civilizatoria, que comprende lo social y lo “natural”, podrá proyectarse en esa imagen y adoptar su punto de vista, sus inevitables consecuencias, e insertarlas retroactivamente en su pasado -en el pasado donde emergieron las condiciones de posibilidad que en su desarrollo condujeron a la historia humana al umbral de su destrucción-  de sus condiciones contrafácticas (“si se hubiese hecho esto y aquello ¡la catástrofe que ahora padecemos no hubiera sucedido!”) para realizarlas en el presente  (Cfr. Zizek; 2011: 473) Esta actitud que supone cambiar la percepción del tiempo lineal e irreversible, que ha acompañado el progreso moderno, a una concepción circular y reversible del tiempo es un imperativo para la parte de la humanidad hundida en el paradigma moderno. Para la parte de la humanidad que siempre permaneció en los márgenes de la historia moderna, la exigencia es negarse a entrar en la vorágine del tiempo del progreso.

Tanto la humanidad que tiene que salir del tiempo moderno, cuanto aquella que tiene que negarse a entrar en él saben que nada es seguro cuando el mundo se desvanece, la historia amenaza con desaparecer  y la naturaleza (Dios) nos abandona, lo único cierto es el terror que el espíritu humano experimenta ante su soledad cósmica y ante el “abismo de nuestra libertad” que la orfandad abre. La humanidad enfrentada al abismo de la posibilidad, de las posibilidades, de lo que “puedo hacer” (Cfr. Zizek; 206:135) muda hacia su ser exterior en busca de un territorio finito, un rincón del universo donde hospedarse. Cuando encuentra el resguardo, si acaso lo encuentra, ya ha empezado su labor de tejer mundo y estructurar su deseo para que la catástrofe sea real.

Bibliografía
Zizek, Slavoj (2011), En Defensa de las Causas Perdidas, Ed. Akal Cuestiones de Antagonismo, España.

Zizek, Salvoj (2006), Visión de Paralaje, Ed. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, Argentina.

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