martes, 12 de junio de 2018


Poder, bendito y maldito poder:  el destino de sus encarnaciones individuales

 


Sin lugar a dudas el poder en general y el político en particular se encarna temporalmente en ciertas personas, que hacen uso y muchas veces abuso de él para beneficio propio y de su círculo de amigos, con los cuales comparten las delicias circunstanciales del mismo. Privilegio, este, que lo pagarán muy caro.

El poder es, creo, autocomplaciente, se explica en sí y para sí mismo, tiende a su acumulación,   en razón de lo cual se transforma en poder de dominación. Así,  el poder se posa violentamente sobre la humanidad y la naturaleza, es acción de dominar, domar, reprimir, destruir. En realidad el poder no pertenece a nadie, se pertenece a sí mismo, igual que el capital que, al final, no responde a ningún individuo particular, sino a sí mismo como lógica de acumulación sin fin. Los individuos particulares en los cuales se encarna solo son su posibilidad de mantenerse, reproducirse y acumularse al infinito, extendiendo cada  vez más su dominio.  Se trata de la mayor expresión del extrañamiento humano respecto de sí mismo.

El desconocimiento que los individuos o grupos particulares que temporalmente lo encarnan, es lo que permite que el poder crezca en su dominio por acumulación, por lo cual estos individuos deben creer que ellos tienen el poder y no que es el poder el que los tiene a ellos. Esta extrema enajenación  que sufren los individuos que personifican circunstancialmente el poder es absolutamente necesaria para su reproducción. Esto explica los estados delirantes de estos individuos colonizados por el poder, como por ejemplo los caudillos, los reyes, los gobernantes, los directores, los jefes, etc., que creen que lo son por alguna predestinación metafísica de sus cualidades personales. Es, obviamente, muy funcional a la reproducción del poder el delirio de sus encarnaciones individuales, pues mientras más delirantes más mueven la lógica de dominación que afirma el poder por el poder. Mientras más enajenados más violentos, mas autoritarios, más represivos, más amos  dominadores y por lo mismo más y mejores siervos del poder en su voracidad por acumularse.   

Mientras mayor servidumbre de las personificaciones del poder a su mandato (¡domina!) mayor su destrucción humana, pierden toda voluntad de humanización, en la voluntad de poder, del Poder. Cuando el  delirio de esta servidumbre del poder llega al límite de su posibilidad, ya no son útiles para los planes de reproducción del poder, necesitan ser eliminados, sacrificados en la plaza pública. Esto significa que de un momento al otro, sin proceso que suavice el impacto, son expulsados de los dominios del poder y devueltos a su terrena humanidad, pero totalmente destruidos en esa misma humanidad. Se convierten en la víctima a sacrificar para que el poder se recomponga del desgaste de su propia acción de dominio, la destrucción de la persona que encarnó el poder es el alimento del propio poder para seguir expandiéndose.

Solo para ejemplificar lo dicho, obsérvese el destino trazado anticipadamente para uno de gobernantes más serviciales  del poder, que ha tenido el país. Pasó, en un año, de ser el ungido todo poderoso a un vulgar delincuente y secuestrador.  Será real o simbólicamente sacrificado en la plaza pública, porque su cuerpo físico o simbólico inmolado  es requerido por el poder para empezar su nuevo ciclo de acumulación.   





          
    


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