La herencia
imperdonable del progresismo latinoamericano
Como es de conocimiento público, Iván Duque candidato de la derecha colombiana por el uribista Partido Centro Democrático ganó las últimas
elecciones presidenciales en el vecino país. Más allá de los discursos
demagógicos que todo proceso electoral mercantil promueve, la victoria de Duque
es sin lugar a dudas la victoria de la visión económica más neoliberal, de la
visión política más autoritaria y de la visión ideológica más conservadora de
la sociedad colombiana. Para muchos políticos y analistas, Duque representa una
tendencia fascista que implementaría un régimen
de terror y destrucción en el vecino país.
El triunfo de Duque consolida en el subcontinente una clara tendencia de
la derecha latinoamericana, en clara articulación a los intereses más abyectos
del capitalismo en su época tardía, caracterizado por su criminalidad, mafiosidad
y brutalidad en contra de los pueblos, sus territorios y la naturaleza. Esta rearticulación
de la hegemonía económica, política y sobre todo ideológica de la derecha
latinoamericana abiertamente neoliberal, después de su derrota a fines del
siglo pasado gracias a la alta movilización social, es posible por el fraude
histórico protagonizado por el progresismo. En otras palabras, fueron los gobiernos
progresistas los que prepararon el camino para la vuelta triunfante y legitimada
de la derecha latinoamericana. Fue la
traición del progresismo a las luchas,
resistencias y demandas de los pueblos la que consiguió limpiar la cara de la derecha de sus crímenes
económicos, políticos y jurídicos; de todas las violaciones sistemáticas a los derechos
humanos que cometieron durante sus sucesivos gobiernos. Las prácticas
autoritarias y corruptas que los
progresismos instauraron como política estatal para garantizar los
negocios extractivos del capital, son las que prepararon el camino para el
regreso blanqueado de la derecha. Mucha de la jurisprudencia que el progresismo
produjo será muy útil para los remozados gobiernos de la derecha, quienes
aprovecharan de ella pero no tendrán que asumir su autoría, la misma que será endosada
a la izquierda, hoy nuevamente demonizada como el peor mal para la sociedad.
La herencia del progresismo que los pueblos no pueden olvidar ni
perdonar, es el lavado de cara ideológico a la derecha capitalista más radical,
que la limpia de todos sus crímenes históricos. Este imperdonable legado es el que hoy, entre otras cosas, se
expresa en el triunfo de Duque en Colombia, quien usó al progresismo y su
fraude histórico para asegurar su llegada a la presidencia, en base a la
consigna ideológica de «vencer la
amenaza de la izquierda, y combatir la miseria que trae el socialismo del siglo
XXI a Colombia». Retórica fascista que en el fondo plantea la guerra total en
contra de todo intento de transformación social que busque más equidad, paz con
justicia, libertad, defensa de los territorios, de los pueblos y de la naturaleza.
Gracias al nefasto legado progresista, hoy
la derecha aparece nuevamente como el ángel de la historia latinoamericana,
enviado por la sagrada democracia
liberal, a proteger a la sociedad de “los
socialistas hijos del demonio
comunista”. La historia se repetir nuevamente, ahora, como comedia.
El problema de este discurso fascista es que en la denominación de los socialistas hijos del demonio comunista entran todos los pueblos,
colectivos y personas que se resistan a
la salvaje avanzada de los negocios del capital en la región. De hecho, en todo
América Latina y específicamente en Colombia los asesinatos de dirigentes
campesinos, indígenas, de defensores de los derechos humanos y de la naturaleza
que van en aumento, ahora nuevamente serán justificados a nombre de la
democracia y la guerra en contra del comunismo. El progresismo nos regresó en
la historia más de medio siglo, todo lo
que los pueblos logramos en el terreno ideológico para legitimar nuestras luchas por justicia y libertad nos lo han arrebatado en el juego perverso
de los progresismos y la derecha.
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