La tramposa ilusión del papel del Estado en la vorágine económica del capital
Por lo tanto, vuelven la economía clásica y un mar como un plato. Una vez que la tormenta (o la recesión y la depresión) ha pasado y en el océano reina la calma, la sociedad burguesa puede respirar un suspiro de alivio. Keynes el radical se convirtió en Keynes el conservador después del fin de la Gran Depresión. ¿Los radicales keynesianos se convertirán en economistas ‘ortodoxos’ conservadores cuando termine la Larga Depresión?
Michael Roberts
Con la necesaria aclaración de que no procedo del pensamiento de la economía y menos aún de la economía política liberal, creo pertinente contribuir a la discusión social sobre la designación de Richard Martínez como nuevo ministro de Economía del país. Para la opinión, hoy mayoritaria, articulada a la crítica liberal (neoliberal) de la gestión del anterior gobierno, tal designación es un acierto del presidente Moreno, después del papel confuso cumplido por el ministro De La Torre y de la ministra Viteri. Confusión, que valga decir, responde a la propia imprecisión política del proyecto de gobierno de Alianza País en la época de Correa y de Moreno, por no decir caos ideológico.
La idea que particularmente tengo de tal designación se enmarca en la crítica de la economía política marxista, hoy también gracias a los progresismos tan denostada. Con estas necesarias aclaraciones que ubican la discusión en un terreno claro que espero evite altercados emocionales, diré que el nombramiento de Martínez es el resultado necesario y esperado del fin del ciclo progresista en el Ecuador. Esta afirmación de ninguna manera significa que personalmente apoyo tal nombramiento, solo que era lo esperado si atendemos el desarrollo y evolución del progresismo ecuatoriano y su proyecto de fortalecimiento del Estado.
Si algo de social tuvo el progresismo fue su frágil apuesta por las prescripciones políticas keynesianas para corregir los errores del neoliberalismo, a través de fortalecer el Estado regulador. Intención que de entrada caminaba al fracaso, pues la propia política keynesiana, a nivel global, mostró su fracaso en dicha tarea. Basta observar el desmantelamiento del Estado de bienestar en Norteamérica y Europa. Todos los preceptos keynesianos para corregir los errores del capitalismo se basan en la disminución de la desigualdad social, provocada por la economía liberal y neoliberal. Así, el progresismo ecuatoriano asumió algunas políticas de redistribución del alto ingreso de divisas por venta de petróleo, en la época de su mejor precio en el mercado mundial, para disminuir la desigualdad social. El problema es que la desigualdad social no es la cusa de los problemas sino un efecto del problema estructural, que no es otro que la lógica de acumulación del capital, es decir la lógica de valorización del valor siempre a niveles exponenciales.
Desde esta perspectiva, el proyecto progresista en el Ecuador, tanto en el anterior gobierno como en éste en la época del ministro De la Torre, apostaron al gasto estatal, en la primera época en inversión social, básicamente en infraestructura. Como hoy es de conocimiento público esta inversión estatal -en la infraestructura de las universidades fallidas que se inventaron, de las aldeas del milenio abandonadas, del edificio de UNASUR símbolo del absurdo, de las carreteras, las hidroeléctricas, los puentes, más caros de la historia, etc.- está preñada de fallas estructurales y sobre precios escandalosos que ahora se destapa como una trama de corrupción, pocas veces vista en el país, debido a la cantidad de capital que ingresó al Estado en la década anterior, por venta de petróleo.
A pesar de que no tenemos moneda propia, por el flujo de capital que entró a las arcas del Estado, en los primeros años del anterior gobierno, fue posible la ilusión keynesiana de que el dinero es una suerte de maná infinito y que no está atado y limitado a la producción real del país. Esta ilusión provocó el enorme despilfarro de capital de la década anterior, que benefició obviamente a las grandes corporaciones dedicadas a la construcción como ODEBRECHT, apoyado por una población que entró en el delirio del progreso moderno y su mandato de consumo acrecentado, como signo de igualdad y avance social. En esos años de borrachera consumista nunca se pensó en las consecuencias económicas que esta euforia de la inversión irresponsable, pero con beneficio para la acumulación de capital de ciertas corporaciones nacionales, regionales y mundiales, tendría en el futuro económico de nuestro país.
Claro que debido al efecto multiplicador keynesiano los ingresos de las familias crecieron, así como el empleo ligado al Estado y a su ámbito de influencia en la sociedad. Por lo tanto, no importaba en qué se invertía, cómo se invertía, quiénes eran los capitalistas beneficiarios de esa inversión, qué funcionarios estatales se hacían millonarios con esa inversión, no importó nada. Toda esta estrategia impulsó la economía capitalista en el país a desmedro de la economía popular, comunitaria, solidaria y a menoscabo de un posible proyecto económico alternativo al capitalismo. En definitiva, el débil keynesianismo del progresismo ecuatoriano creó la ilusión de que es posible una vida buena en el marco del capitalismo. Esta ilusión es mucho más peligrosa en una época de avanzada salvaje del capital extractivo y mafiosos que destruye la naturaleza, destruye territorios y expulsa pueblos. Es mucho más peligroso cuando es la palanca que impulsa el capitalismo y genera la idea de que no es necesario cambiar el modo de producción con puro fin de lucro y acumulación mientras se pueda consumir, real o ideológicamente, todo funcionará bien.
Esta esperanza keynesiana, de que a través de reformas que corrijan los errores del neoliberalismo es posible un capitalismo social o humano, tienen tiempo breve de caducidad como ya se mostró con el fin del ciclo progresista en América Latina. Cuando los precios del petróleo bajaron, por los efectos de la geopolítica mundial, la ilusión en el maná del dinero y la inversión estatal, que crea empleos y sube el nivel adquisitivo de la población reduciendo no niveles de desigualdad, sino incorporando a más población al mercado, estalló. “Bienvenidos al desierto de lo Real del capital”, podría ser la frase que exponga la salida abrupta de esta ilusión keynesiana fallida.
Ante el fracaso del progresismo ecuatoriano y sus débiles preceptos keynesianos, la visión liberal del capital aparece nuevamente como salvadora de la economía ecuatoriana ante dicho fiasco económico. Obviamente, la población desilusionada de la promesa keynesiana de un posible capitalismo con rostro humano, arrojada una vez más a la amenaza creciente del desempleo y a la baja en su capacidad adquisitiva, vuelve su mirada a la receta liberal que estuvo allí esperando su vuelta de ciclo.
Es más fácil volver a la receta liberal o neoliberal anterior al progresismo (keynesiano) que fracasó, que arriesgarse a dar una paso más allá de las coordenada del capitalismo. De hecho fue el propio progresismo el que cerró esa posibilidad y fue abriendo el camino para la vuelta del liberalismo económico. Después de la fiesta keynesiana de las divisas petroleras, de la inversión estatal y del consumo desaforado, que valga decir engordaron capitales viejos y nuevos que aprovecharon de este ciclo, “obviamente por sentido común” en el marco de la ideología capitalista dominante hay que retornar al libreto liberal de la economía y a sus políticas de austeridad-ajuste en el gasto social. De esta manera se complementa en una fórmula perversa los dos ciclos del movimiento del capital, cerrando toda posibilidad a una salida real y posible de esta lógica de la acumulación de capital y la desposesión natural y humana. Es en atención a este circuito perverso del capitalismo que hay que leer la designación de Martínez como nuevo ministro de economía del país.
Lamentablemente en esta ficción capitalista están también muchos sectores de la izquierda que olvidaron el análisis económico marxista del modo de producción capitalista, el cual revela que “…no hay una ‘tercera vía’ como Keynes y sus seguidores proponen. El capitalismo no puede ofrecer el fin de la desigualdad, la pobreza, la guerra a cambio de un mundo de abundancia y bien común a nivel mundial, y evitar así la catástrofe medioambiental, a largo plazo.” (Michael Roberts) El capitalismo no es civilizado, ni humano, ni social, ni pacífico, es una hidra que destruye toda forma de vida.
“Todos estaremos muertos si no acabamos con el modo de producción capitalista. Y ello requerirá una transformación revolucionaria. Las chapuzas reformistas de los supuestos fallos del capitalismo ‘liberal’ no ‘salvarán’ a la civilización, a menos a largo plazo.” Michael Roberts
Referencia
Michael Roberts es un reconocido economista marxista británico, que ha trabajador 30 años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession.
No hay comentarios:
Publicar un comentario