El profundo daño ético que
provoca la corrupción
La violación a los derechos
humanos tiene como articulador básico el menosprecio a la persona o pueblo violentado.
La única posibilidad de lesionar en cualquier forma a otro ser humano es menospreciarlo, es
suponer que ese otro ser humano u otro pueblo son menos humanamente, culturalmente,
políticamente, socialmente, ideológicamente. Suponer que esa persona no merece ser
reconocida en su propia identidad y su legítima diferencia, y por lo mismo
apreciado y valorado socialmente.
Los últimos acontecimientos de la
política oficial, parte de una larga cadena de detestables actos de corrupción económica,
política, jurídica e ideológica que caracterizaron la década del correato,
muestran con absoluta claridad que las élites que gobiernan este país
menosprecian a la sociedad a la que dicen representar. Las delaciones y
acusaciones hechas púbicas entre dos altos funcionarios del Estado (José
Serrano y Carlos Baca), en la que
interviene como entronque el prófugo ex Contralor Carlos Pólit, muestran el
nivel extremo de menosprecio que las élites gobernante tienen a la sociedad, a
la cual supuestamente se deben.
No fue suficiente haber hecho
acuerdos ilícitos e ilegítimos en contra de los intereses sociales, en favor de
sus pequeños grupos de poder y de su propio beneficio personal. En un acto
total de menosprecio a la sociedad, cuando por sus propias peleas intestinas
ellos solos descubren su descomposición, salen a lanzar su inmundicia a la sociedad
utilizando el poder de su función pública y los canales del Estado. Esta falta total de reconocimiento y respeto a
la sociedad dificulta que las personas, que en sus múltiples relaciones la
forman, se aprecien y se reconozcan en aquellas cualidades y valores éticos que
posibilitan la humanización y democratización de su vida en común. Esta dificultad tiene que ver con el complejo
y simple hecho de que estos sujetos oficialmente fungen de representantes políticos
de la sociedad, lo que implica que la esfera política menosprecia a la esfera
social. En otras palabras, el Estado menospreciando y violentando a la
sociedad.
Se podría decir que ellos no nos
representan, quizá ese sea el sentimiento mayoritario de las y los ecuatorianos,
pero lamentablemente lo que determina nuestra vida política real no es lo que sentimos
en nuestro fuero interno, sino la relaciones políticas efectivas que están hechas
Estado. No es nuestro fuero interno el que maneja los asuntos públicos, los
recursos comunes, el que hace y deshace leyes a conveniencia de las élites
corruptas.
Este desprecio sistemático de las
élites, que han gobernado y gobiernan el país, debilitan, también sistemáticamente,
la lucha de las personas y los pueblos en busca de reconocimiento, es decir de una
valoración humana gradualmente creciente que tienen de sí mismos. El
reconocimiento en niveles crecientes abre espacio a nuevas dimensiones de
humanización y democratización de la vida. El desprecio de las élites gobernantes
a la sociedad que formalmente representan, por efecto del sufragio universal, es
sin lugar a dudas la primera violación de los derechos humanos que la sociedad
sufre por parte del Estado, que estas élites administran.
Este ataque sistemático a
nuestros derechos humanos conspira en contra de la posibilidad de organizar
acuerdos sociales y de ellos normas de convivencia que garanticen formar seres
humanos comprometidos con su vida en
común, libres para exigir justicia, libres para luchar por su dignidad. El daño
que estas élites corruptas han ocasionado a la sociedad ecuatoriana no tiene
que ver únicamente con el desfalco hecho a nuestros recursos económicos, ni con
el daño que han hecho a los acuerdos jurídicos y normativos de la Constitución,
sino y sobre todo el daño que han hecho a nuestra capacidad de luchar por reconocimiento,
que en definitiva es luchar por nuestra dignidad. En palabras de Honneth, nos
han hecho un inmenso daño ético.
El desafío que enfrentamos como
sociedad es recuperarnos en nuestras luchas por reconocimiento, por dignidad,
en nuestra ética común.
Mi querida Nati, creo que es una necesidad imperante, creo que hay que ir avanzando desde nuestro quehacer, pero también al mismo tiempo es necesario romper con la corrupción que esta institucionalizada, y cuyas raíces están en lo profundo de las relaciones publico-privadas y ¿cómo hacer eso? Son relaciones que nos sobrepasan a los ciudadanos de a pie!, y con la "justicia light" que nos domina es como caminar cuesta arriba.
ResponderEliminar