En el escenario abierto con el gobierno
de Moreno, en el que se supone se está cambiando la lógica poco o nada
democrática que caracterizó los diez años de correato, es necesario hablar de las cosas que tendrían que cambiar y
que no se están topando, porque quizá no conviene llegar muy a fondo con la
democratización no del Estado, sino de la sociedad.
La democratización del Estado como aparato administrativo
requiere la democratización de la sociedad, pues en ella está el fundamento
democrático de la institucionalidad política que se supone la expresa. Uno de
los principales campos sociales, sino el principal donde se establece el tipo
de relaciones sociales y socialización que caracterizarán a una sociedad como
democrática o no, es el educativo.
Uno de los pilares básicos de la
modernización capitalista que llevó adelante el gobierno anterior, es
definitivamente la reforma educativa y dentro de ella la reforma universitaria.
Fue muy claro que a pretexto de una necesaria revisión de la institución
educativa del país, se dio paso a una reforma educativa claramente conservadora
y funcional al capitalismo en su época tardía.
Se impuso con violencia una
lógica educativa marcada por el principio mercantil de la competitividad más
agresiva, encubierta en la idea retórica de la meritocracia y la calidad. Esta
nueva y mejorada invasión colonial capitalista es como un virus imperceptible que
se introduce en el cuerpo social sin ser identificado y va carcomiendo la
cualidad solidaria, cooperativa, recíproca de las relaciones y del tejido
sociale de nuestras comunidades. Lenta pero sistemáticamente la competencia,
como valor supremo de la sociedad, se introyecta desde la primera socialización
de nuestros niños y niñas. Después de los 18 años de educación saldrán
convertidos en hábiles competidores que moverán la gran maquinaria de la producción,
el consumo y la acumulación capitalista. Obviamente habrán perdido todo sentido
de la solidaridad, el acogimiento, el hospedaje para el otro, pues este se trocará
en el inmediato enemigo a vencer, en la gran guerra de la competencia mercantil.
Si los otros (hermanos,
compañeros, pareja, vecinos etc.) se transforman en enemigos, cómo se puede
establecer el necesario vínculo social para construir no solo una sociedad
democrática sino simplemente una sociedad. Esta perversa relación social de la competencia salvaje destruye
todo tejido social, pues convierte la convivencia en un estado de guerra
permanente que elimina la política, como el espacio del intercambio, el diálogo
y los pactos de la diferencias en función de construir lo común. De esta manera
la disolución de los lazos sociales y el enfrentamiento directo y solapado de
la competencia se expresa con claridad en la política Estatal.
Después de éstos diez años se
puede observar el debilitamiento de la forma democrática, no solo en las instituciones
estatales, sino en la vida cotidiana de los y las ecuatorianas. Es en este
nivel donde se debe intervenir para tratar de revertir lo provocado por la perversa
reforma educativa. Es este nivel el que debe ser profundamente debatido en
función de ampliar la democracia en la sociedad, pues solo desde allí se podrá trabajar
ciertamente la democratización de la institucionalidad política.
En este sentido es inmediato
pedir la revisión de la reforma educativa, empezando por la LOES, ya que es la
Reforma Universitaria la que define todo el sistema educativo del país desde
un enfoque mercantil y elitista.
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