lunes, 19 de febrero de 2018


Pobre país atracado




El año 1999, año del feriado bancario, en el que tuvo lugar uno de los atracos más  indignantes de nuestra historia, en el que literalmente  varios banqueros metieron las manos a las cuentas de los depositantes y robaron su dinero. Sin mínima vergüenza, sin ningún sentimiento de pudor, o de culpa, mucho peor que cualquier delincuente callejero, asaltaron los ahorros de los ecuatorianos. No les importó la catástrofe que su detestable acto delictivo provocaría en la vida de sus víctimas. No les importó que familias completas quedaran en la miseria, que personas que trabajaron toda su vida perdieran los ahorros que tenía para cubrir su vejez, no se inmutaron por las personas que frente a semejante atraco decidieran quitarse la vida. No, no les importó nada en absoluto, excepto su voracidad por acumular capital, por ganar de la forma que sea.


Lo más indignante de este atraco, ya de si indignante, fue sin duda la complicidad de los gobiernos de aquella época, no solo el de Mahuad, sino los anteriores y posteriores. Los primeros porque liberalizaron el manejo financiero y pusieron así las condiciones para el atraco, y los segundos porque permitieron la impunidad. Como casi siempre en nuestra triste historia las élites gobernantes gobernaron con los grupos políticos a beneficio de sus intereses y no de los de la sociedad en su conjunto.

La sociedad harta de tanto abuso, atraco, violencia y represión de los gobiernos neoliberales, que cubría todos los actos delincuenciales del capital nacional e internacional, en detrimento de los intereses del pueblo ecuatoriano, decidió parar esta infamia del poder político derrocando gobiernos serviles y cómplices de los desfalcos a la riqueza nacional.

En el 2006 equivocadamente la mayoría de la población pensó que el gobierno de Alianza País podía responder a las demanda de la sociedad por justicia y reparación. Esta confianza hizo que las organizaciones y los movimientos sociales arriesguen toda su lucha acumulada y sedimentada en sus organizaciones en este proyecto político. Se creyó que al fin era posible un gobierno que no gobierne para los grupos económicos, sino para las demandas de la sociedad y que pueda hacer un poco de justicia a tanto abuso y atraco. Que enorme equivocación histórica!!  

El gobierno de la esperanza resulto ser un gobierno que juntó a los atracadores profesionales del capitalismo nacional e internacional, con los aprendices de atracadores que entraron al Estado a ver como resuelven sus ambiciones de vivir con los privilegios de la burguesía, con los escandalosos encantos de la burguesía. Así, el gobierno de la revolución ciudadana convirtió al Estado, que supuestamente tenía que regular y controlar que los grupos económicos no desvalijen la riqueza de la sociedad, en la posibilidad de robar a gusto con un marco institucional manejable a los requerimientos de la corrupción pública.

Esta vez no fue el feriado bancario, sino el feriado estatal el que saqueó la riqueza de los ecuatorianos. A través del Estado, maestro y aprendices de ladrones de los bienes comunes, hicieron su agosto. Los robos fueron en todos los niveles de las funciones del Estado, desde los grandes negocios de los recursos estratégicos, pasando por la construcción sobre preciada de infraestructura, hasta los dobles y triples  sueldos, escandalosos viáticos y recursos para los altos funcionarios.
Otra vez fuimos engañados, robados y  violentados y, como siempre, otra vez estamos poniendo las esperanzas en otro gobierno que ofrece hacer justicia y acabar con la corrupción y el robo a mansalva. Y otra vez seremos engañados, sino aprendemos a confiar en nuestras propia y autónomas posibilidades organizativas. Solo basta observar de lejos como  la justicia se realiza con criterios de amigos, enemigos, familia no familia, compadres no compadres, cómplices, aliados, traidores. Es decir una justicia hecha con beneficio de inventario. No hay justicia. El que es investigado, juzgado y condenado no es porque se ha hecho justicia, sino porque pertenece al otro bando, al que perdió poder y ya no maneja el aparto judicial. Los que aún mantienen el poder se cubre, se protegen y protegen sus redes de negocios, de complicidades. No hay justicia. Lo que nos hacen ver como justicia más se parece a las típicas vendettas de grupos mafiosos.

Solo hay que ver cuando los caídos en desgracia, porque dejaron de pertenecer al grupo en el poder, deciden hablar y botar su basura compartida con ventilador regulado. Capaya y ahora Polit.
Cómo se puede confiar en que “ahora si vamos a combatir la corrupción”, cuando los actuales justicieros gobernaron junto con los delincuentes y, peor aún, cuando los delincuentes acusan a los justicieros. No hay como diferenciarles cuando son del mismo costal, cuando han compartido tanto secreto que revelan cuando se ven perdidos, o cuando quieren mandar advertencias y chantajes a sus antiguos amigos.

Todo este show solo indigna hasta la náusea.



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