El nuevo año
Qué es un nuevo año? un nuevo ciclo, una nueva posibilidad o
simplemente el transcurrir eterno del tiempo que el ser humano lo segmenta según
sus necesidades. Lo cierto es que gran parte de los humanos que habitamos este planeta
mantenemos esta segmentación del tiempo de los 365 días con el ritual de paso
de año. Creemos que quizá el cambio del año no es lo mismo que el paso del día
ni del mes, sino que tiene una mayor importancia en nuestras vidas para mejorarlas,
cambiarlas, etc. Parece que se cierra un ciclo y empieza otro que deseamos nos
traiga mejores días a nuestra vida individual, familiar y colectiva, siempre con mayor énfasis en el
nivel individual que en el familiar y más aún que en el colectivo.
El nivel colectivo, en una sociedad marcada por el individualismo y en
la cual la familia en su forma tradicional se ha encerrado en sí misma hasta
casi implosionar, cada vez cuenta menos en los propósitos del cambio de ciclo. El espectáculo mediático de los programas de telerrealidad
(reality show) que han inundado la conciencia de los humanos masificados nos hace
creer que el destino es un asunto privado-individual, que la buena o mala
suerte es: sino una metafísica religiosa, algo relativo a la fortaleza o
debilidad individual. Así también, el uso mercantil de las redes sociales afirma
el individualismo narcisista de las autofotos, los autorelatos, la vida personal
expuesta en su nivel más precario y a veces obsceno. En muchos casos la
perversión informativa de los medios tradicionales de masas que exponen los
problemas sociales de una manera fragmentada en imágenes huecas que terminan
quitando a los hechos su dimensión histórica, política y humana se ha extendido
a las redes digitales. Estamos inundados y casi ahogados en un océano de
imágenes huecas que al contrario de informarnos nos desinforman y
desensibilizan frente al dolor humano y al dolor de las otras especies
naturales.
Esto explica porque cada vez más personas son indiferentes a los
problemas compartidos como humanidad y se encierren en una especie de negación egoísta
en su pequeño mundo de ficción mediática y digital. Desde ese minúsculo espacio vital no se puede
sino transferir el destino de nuestra vida a la metafísica religiosa o a la de
la suerte individual del ganador. De esta forma, o nos sentamos a esperar la ayuda
divina o nos ponemos a competir de manera salvaje para asegurar la prosperidad. Como es obvio, la lotería no la ganan todos los que
compraron el boleto, pues la suerte no
es para todos sino para uno, el resto, que es la mayoría, seguirá esperando
hasta que se acaben los ciclos de su vida. Así mismo, en la competencia
mercantil capitalista no hay ganadores sino el
ganador, el resto tendrán que dejar sus vidas, sus amigos, sus familias en
la competencia despiadada que no les hará ganadores hasta que termine su ciclo de
vida.
De esta forma trascurren los años dejando cada vez más decepcionados,
más frustrados, más infelices, pues con la fórmula del ganador capitalista la
riqueza del mundo en toda su diversidad (económica, cultural, natural,
política, cognitiva, estética) se
concentra en los ganadores, que como
es de esperar cada vez son menos.
Si algo hay que esperar de este último cambio de ciclo temporal es poder realmente comprender
que la transformaciones individual y
familiar a mejores días no es posible ni rezando a la metafísica religiosa ni
apostando por la metafísica mercantil, y que su escenario no es la soledad egoísta
del narcisismo digital, sino el encuentro de los otros, la recuperación del
nos-otros (yo y otros) construyendo el destino común
para poder acogernos en tiempo de deterioro civilizatorio, entendiendo
ciertamente que vivimos en una época muy difícil para la humanidad y que sus
problemas deben asumirse con responsabilidad y no como espectáculo de
distracción del consumidor del siglo XXI.
Si no nos hacemos responsables de nuestra vida común no habrá salvación individual.
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