lunes, 21 de marzo de 2016

Aclaraciones necesarias ante la relatividad ética del momento político



En el momento en que los proyectos progresistas entran en crisis - principalmente debido a sus propias contradicciones internas y a la lógica de su programa político que fue paulatinamente virando hacia las demandas del capital- y la vieja derecha vuelve a ocupar la escena política de la región se hace visible la confusión ideológica y ética provocada por el progresismo del siglo XXI.


Frente a los últimos escándalos de corrupción que involucran ya no solo  al gobierno de  Venezuela en el periodo de Chávez y aún más Maduro, al gobierno de los Kirchner en Argentina, a Ortega en Nicaragua, a Correa en Ecuador, a Evo en Venezuela, a Bachelet en Chile,  sino al más legítimo representante del progresismo latinoamericano Inácio  Lula da Silva, la vieja derecha remozada y la izquierda confundida buscan posicionarse.  

La vieja derecha de repente se ha convertido en la defensora número uno de la honestidad  política y denunciante de la corrupción del progresismo, cosa que sorprende si recordamos su papel cuando fue gobierno, sobre todo en el periodo neoliberal.  En aquella época no muy lejana fuimos testigos  de fraudes fiscales, especulación y tráfico de influencias, manipulación de información privilegiada, etc. El Estado, desmantelado,  se convirtió en una máquina de corrupción manejada por empresarios y políticos, que lo utilizaban para hacer sus negocios en detrimento del funcionamiento democrático de la institucionalidad estatal. Una trama al mejor estilo de la mafia se tejió en el neoliberalismo, la misma que incluía políticos, empresarios, banqueros, etc. El Estado débil para regular la economía y atender las demandas sociales era eficaz para servir, con su servidumbre tecnocrática y militar, a una poderosa minoría socioeconómica nacional y transnacional  dedicada a los negocios financieros, extractivos y  comerciales.

La vieja derecha, que ahora se rasgan las vestiduras a nombre de la honestidad, cuando administró el Estado neoliberal traspasó empresas públicas, sobre todo del área social, al sector privado; cerró negocios millonarios en beneficio de grupos de poder a los cuales servía. Todo este entramado de corrupción institucionalizada en el neoliberalismo  provocó la profunda crisis del sistema político estatal y las revueltas populares que defenestraron gobiernos en todo el subcontinente, en los años 90. Este fue el escenario político que permitió la llegada del progresismo.

Es difícil por decir lo menos creer que la vieja derecha en una década  se haya transformado de saqueadora de la riqueza social en justiciera de los desposeídos del continente, más aún cuando muchos de sus representantes han participado activamente en los gobiernos progresistas y se han beneficiado de los mismos.

Por su parte, la izquierda que integra los gobiernos progresistas y algunos grupos de izquierda opositora, en estos momentos de crisis del progresismo  salen a defenderlo a nombre de parar la avanzada reaccionaria de la vieja derecha, llamada restauración conservadora. Ciertamente que la vieja derecha tienen el proyecto continental de recupera el espacio de  poder político perdido en esta década y por lo tanto sacará todo el beneficio de la crisis de los progresismo, sin embargo no por ello hay que salir a defender y menos  justificar la corrupción de los gobiernos de la izquierda progresista y su sometimiento al capital. La ética de la política emancipadora no admite que los pueblos y las izquierdas coherentes se alineen con la vieja derecha en contra de los progresismos, pero tampoco admite de ninguna manera justificar la corrupción de la izquierda progresista en el gobierno.  

Tampoco es posible decir que el progresismo no es izquierda, pues en Brasil, Nicaragua y Bolivia son guerrilleros (Daniel Ortega y Dilma Rousseff) y dirigentes sindicales (Evo y Lula)  los principales representantes del gobierno que han estado involucrados directamente en los escándalos de corrupción, en la complicidad con el gran capital y en contra de las organizaciones populares. Es innegable que en todos los gobiernos progresistas han participado activamente grupos de izquierda como sindicatos, organizaciones sociales, partidos y fracciones políticas como  el MIR, los socialistas, los comunistas, organizaciones guerrilleras como AVC en Ecuador, etc.  Es decir,  es la izquierda, aunque no toda, parte activa y responsable de este proceso, esto es, partícipe y cómplice de la corrupción y la sumisión a las demandas perversas de la acumulación capitalista. Negar esto a nombre de defender la izquierda es caer en la corrupción ética que toda persona comprometida con la transformación social debe asumir de forma incondicional.

La izquierda, como dice un gran amigo mío, no es un continente (una positividad objetivada en personas, partidos, organizaciones, movimientos o gobiernos con los que haya que tener lealtad incondicional independientemente de lo que hagan) es una intención ética que busca la emancipación humana de todo aquello que inhumaniza lo humano. Así, la lealtad es con esta intención emancipadora, es esta actitud y compromiso con la humanización creciente la que hay que defender  y proteger, en tal motivo ser de izquierda es exigir justicia, exigir que se sancione a todo individuo o grupo que atenten contra la humanidad, a todo individuo o grupo que hayan depredado la riqueza común  y provocado más miseria material y simbólica de la sociedad. Ser de izquierda es exigir que se juzgue y sancione a los corruptos que despojan a los pueblos de su  riqueza social y depredan la naturaleza  sean de derecha o de izquierda. Ser de izquierda es exigir que se juzgue y encarcele a los corruptos neoliberales y a los corruptos progresistas que han utilizado el Estado y la esperanza de los pueblos para obtener prebendas y privilegios de clase.  Al fin de cuentas no hay diferencia entre el neoliberalismo (la derecha) y el progresismo (la izquierda) cuando se trata de lucrar de los bienes comunes y de institucionalizar la corrupción para beneficiarse y beneficiar al capital.

Si las izquierdas no son capaces de abandonar los vicios de la burguesía y combatirlos no solo en la burguesía sino en sus propias organizaciones, no tienen razón de ser. Si las izquierdas no tenemos la suficiente dignidad de hacernos cargo de nuestros errores históricos, abandonar las recetas   cómodas, los eufemismos beneficiosos, los dogmas  lucrativos y las prácticas privilegiadas es mejor  que dejemos que los pueblos reinvente su utopía sin las taras ideológicas de una izquierda momificada.        
         


  

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