lunes, 30 de junio de 2014

La Revolución Ciudadana: entre el cinismo  económico capitalista y el fetichismo político desarrollista


Ya no es desconocido que la Revolución Ciudadana expresa un violento proceso de modernización capitalista, lo que no queda claro es la razón que explica la desmovilización social ante semejante violencia modernizadora.
Es un hecho ya reconocido que el objetivo del proyecto de la Revolución Ciudadana no es otro que modernizar el capitalismo, en función de las actuales exigencias de la acumulación de capital. En relación a esta constatación se ha investigado y debatido bastante, sin con esto querer decir que tal debate se haya agotado. Sin embargo, considero necesario pensar las razones que explican la aceptación que la mayoría de  ecuatorianos y ecuatorianas, aún, muestran frente al proyecto de la RC, a pesar de vivir y padecer la violencia de la modernización capitalista que el Gobierno lleva adelante.

Sin duda, los procesos modernizadores-racionalizadores, inherentes a la expansión del capitalismo, conllevan un alto nivel de violencia que afecta directamente a los seres humanos, cuyas vidas culturales, simbólica, políticas, económicas e incluso biológicas son sacrificadas en nombre del desarrollo capitalista. Esta violencia se explica en cuanto el capitalismo es una economía que se sostiene en y por la acumulación de capital -posible en la aceleración del proceso productivo y la ampliación del marco mercantil - lo que supone explotación del trabajo humano, destrucción de la naturaleza, pérdida de los tejidos comunitarios, debilitamiento de las alianzas sociales, individualismo narcisista, opresión cultural, exclusión y expulsión social y simbólica, etc.        
Los procesos de racionalización capitalista, que posibilitan el desarrollo y progreso moderno, implican la expansión colonizadora de la razón económica sobre el mundo de la vida. En otras palabras, la lógica económica, articuladora de la totalidad de la estructura social moderna, invaden los mundos de la vida despojándoles de su significado, y oprimiendo su posibilidad humanizante. En sociedades agrarias como la nuestra, en las cuales el mudo de la vida contiene y envuelve las relaciones económicas,  la intervención de los procesos de modernización supone la violenta destrucción de la vida, producto de la invasión de la economía mercantil capitalista. El mudo de vida agrario es, así, despojado de su significación humanizadora, misma que posibilita la experiencia total de la vida, no solo humana, sino también la que la acoge. Lo que la racionalización capitalista destruye son los tejidos comunitarios y sociales que forma el mundo vital, en el cual las relaciones económicas, jurídicas, políticas e ideológicas –sistema social- no son ajenas ni extrañas a la vida cotidiana de los individuos.
Ensayando otra enunciación, se puede decir que la racionalización capitalista –modernización- en su proceso de desmistificación destruye la magia que hace del mundo un rincón donde lo humano se hospeda. De esta manera, el humano moderno, sujeto racionalizado,  se queda huérfano de mundo, expuesto a la violencia de la razón capitalista –en su dimensión económica, política, jurídica e ideológica-. Dicho de otro modo, las estructuras sociales invaden el mundo de la vida y en lugar de alimentarlo y fortalecerlo amenazan con destruirlo, dejando al ser humano sin hogar.   
En América latina los mundos de la vida en las comunidades agraria,  pese a la colonización europea y posteriormente norteamericana, se han mantenido, han resistieron a la embestida del sistema colonial. En el Ecuador, la permanencia de los  mundos de vida agrario-andinos ha sido lo que nos ha permitido guarecernos de la embestida capitalista, al mismo tiempo que poner resistencia a la misma. En las dos década de aplicación del neoliberalismo  (años 80 y 90 del siglo pasado), las políticas económicas y sociales del Consenso de Washington, que amenazaron destruir los mundos de la vida, encontraron su límite en la resistencia social nacida de los tejidos comunitarios. Cuando la población sintió amenazada su existencia social, e incluso biológica, por la devastación neoliberal  (flexibilización laboral, recorte en el gasto social, privatización de los bienes públicos, saqueo de recursos naturales, etc.) experimentó este inminente exterminio como un deja vu que actualizaba el eterno saqueo modernizador y el horror que provoca. Dicho de otra manera, la aplicación de cada política neoliberal se la percibía como el retorno de la muerte cultural (síntoma reprimido) que nuestros pueblos han sufrido  desde su nacimiento como pueblos colonizados. A pesar de los argumentos de los gobiernos neoliberales, que buscaban explicar la devastación como necesaria para la economía nacional, el trauma de ser pueblos colonizados retornaba en el síntoma. La experiencia de enfrentarnos con la muerte (conquista y colonización) una y otra vez en su retorno sintomático fue lo que provoco los estallidos de resistencia y lucha que, en los 90s y en los primeros años del 2000, defenestraron tres presidentes e impidieron la aplicación total del neoliberalismo en el país.  
Voy a arriesgarme a decir que la violencia de la modernización capitalista neoliberal, de las dos últimas década del siglo XX, careció del mecanismo fetichista por el cual la imposición pragmática del capitalismo (extractivismo, modernización colonial, corrupción estructural)  sobre la sociedad y su vida política-cultural no contó con un objeto (fetiche) que encarne la mentira del bienestar moderno, por el cual se puede soportar y sostener la insoportable verdad: la destrucción violenta de los mundo de la vida y su consecuente orfandad humana. El cinismo pos-político y pos-ideológico del neoliberalismo era evidente, lo cual provocó en la población rechazo, el mismo que se expresó en movilizaciones sociales que mostraban claramente la no aceptación de la violencia capitalista.        
Con esta experiencia, el Gobierno de la Revolución Ciudadana, al igual que otros en A.L.,  ha llevado adelante su proyecto modernizador, igual o más violento que el ejecutado por el neoliberalismo, gracia al mecanismo de la fetichización. 
…el fetiche es la encarnación de la mentira que nos permite sostener la insoportable verdad. Tomemos el caso de la muerte de una persona amada: en el caso de un síntoma, “reprimo” esta muerte, trato de no pensar en ella, pero el trauma retorna en el síntoma, por el contrario, en el caso del fetiche, acepto completa y “racionalmente” esa muerte, pero me aferro al fetiche, a cierto elemento que encarna para mí el repudio de esa muerte.   (Zizek; 2011: 304)
Los procesos de modernización capitalistas, y más aún los conservadores, suponen la muerte violenta del mundo de la vida, esto es, la muerte de ese rincón del mundo con-sagrado al recogimiento humano y a su permanente religare colectivo y comunitario.  Lo que va muriendo son los tejidos comunitarios, las relaciones sociales (políticas, económica, jurídicas) y las formas culturales inherente al mundo de la vida agrario, sostenido en y por los pueblos ancestrales. Es este mudo de la vida, que viene muriendo desde la época de la conquista y que no termina de morir pese a todos los  intentos modernizadores que se han ejecutado a lo largo de esta historia, el que una vez más, a nombre, hoy, de la Revolución Ciudadana busca ser liquidado poniendo fin a esta larga agonía,  por medio del mecanismo fetichista. El gobierno de la  Revolución Ciudadana ha mejorado la estrategia fetichista, también observable en la modernización garciana, en base a una estrategia de recolonización ideológica radicalizada por el manejo mass mediático.
Los golpes mortales que el Gobierno actual ha dado en contra del mundo de vida – destrucción del mundo agrario (extractivismo radicalizado, Ley Minera, Ley de Agua, Ley de Tierras), destrucción de las organizaciones y movimientos sociales (Criminalización de la protesta social),  control autoritario estatal (COIP, Ley de Comunicación, Decreto 016), destrucción de la economía nacional, (endeudamiento externo, TLC con la Comunidad Europea, Nuevo Código Laboral, corrupción institucionalizada, eliminación de subsidios –gas, electricidad-), Control y destrucción de la comunidad universitaria (Reforma Universitaria con visión mercantil), etc. – son aceptados completa y “racionalmente” por la mayoría de la población, gracias a que ésta se aferra al fetiche de la modernización, es decir a cierto elemento que encarna la  muerte que dicho proceso supone. El mejor ejemplo de este objeto insignificante y estúpido al cual nos aferramos y a nombre del cual aceptamos la destrucción de nuestros mundos de la vida son  las carreteras, signo del progreso moderno.
Entre otros fetiches, han sido las carreteras el primer fetiche construido y posicionado por el mismo Gobierno. Guardando las distancias necesarias, en el caso de las carreteras como fetiche se puede decir lo que Marx  dice sobre el fetichismo de la mercancía:  “A  primera vista una mercancía parece algo tremendamente obvio y trivial, pero su análisis pone de manifiesto que es una cosa muy extraña, llena de sutilizas metafísicas y filigranas teológicas.”  (Cit. Zizek; 2011: 306) Como acertadamente pudo observar una editorialista del país: “El mensaje (fetichista) a la gente es claro: Mirar a otro lado, para no tener problemas y solo exclamar: ¡Ya tenemos carreteras!” Mientras la mayoría de los ecuatorianos estemos aferrados a las carreteras-fetiche aceptaremos que destruyan nuestros mundos de la vida conociendo la realidad de lo que se está haciendo.               
Lo complejo de este mecanismo de dominación es que: 
El fetichismo no actúa en el nivel de la mistificación y el conocimiento distorsionado: lo que en el fetiche se encuentra literalmente desfasado, transferido a él, no es el conocimiento, sino la ilusión misma, la creencia amenazada por el conocimiento. Lejos de impedir este conocimiento “realista”  de cómo son las cosas, el fetiche es, por el contrario, el medio que permite al sujeto aceptar ese conocimiento sin pagar por él el elevado precio que exige.  (Zizek; 2011: 308)   
En atención a lo citado, el gran problema que afrontamos es el hecho  de que la población que apoya al gobierno de la “Revolución Ciudadana” conoce las implicaciones destructivas que el proyecto gubernamental tiene sobre su vida individual y sobre la vida social,  y peso a ello las acepta sin remordimiento, sin sufrimiento, sin criticidad, gracias a que se encuentran aferrados a las carretera, donde se materializa la ilusión del progreso y desarrollo moderno. Lo complejo del mecanismo fetichista de dominación es que configura una población cínica, en el sentido extramoral del término, en la medida  en que las carreteras, además de materializar  la ilusión, son la encarnación  del repudio que tenemos al conocimiento sobre la destrucción de nuestros mundos vitales, del rechazo a aceptar lo que subjetivamente se sabe. (Cfr. Zizek; 2011: 306)  Lo que se intenta decir es que fetichismo expresa el mecanismo por el cual evitamos las consecuencias que tiene conocer que nos están destruyendo la vida, asumiendo una posición cínica frente al mismo.  Acaso no es esta actitud cínica la respuesta de la mayoría de los ecuatorianos frente a decisiones gubernamentales como la de explotar del Yasuiní, la de empeñar la mitad de la reserva nacional a la codicia de un vulgar chulquero norteamericano, de entregar los bienes naturales a la voracidad de las empresas Chinas, de firmar un TLC con claras desventajas para la economía nacional, etc.  Al pragmatismo cínico de la política de gobierno la población responde con el cándido cinismo del fetiche.   
Es ciertamente difícil enfrentar este mecanismo de dominación, sin embargo la lucha por la defensa del Yasuní, la lucha por la defensa del Agua, la lucha por la defensa de los territorios, la lucha por la defensa del libre pensamiento y su expresión, la lucha por la autonomía universitaria, la lucha por una educación liberadora, en definitiva la lucha por la defensa de nuestros mundos de la vida, de nuestra vida que llevan adelante muchos ecuatorianos me hace pensar que se puede evadir y combatir el fetiche modernizador aunque esto suponga enfrentarnos con la muerte y frente a ella defender la vida.   

Referencias

Zizek, Slavoj; 2011, En defensa de las causas perdidas, Ed. Akal, España.

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