lunes, 20 de marzo de 2017

La política pervertida


Dice Alain Badiou:

El siglo XX fue un gran siglo para la política. El escritor francés André Malraux decía que en nuestro siglo la política fue lo que reemplazó al destino. Entonces el destino del siglo es la política, y la tragedia del siglo es la política. Pero se acabó el siglo. Y ahora ya no sabemos lo que es la política. Somos ignorantes y estamos ciegos. Y como somos ignorantes y ciegos, nos vemos librados a las fuerzas materiales más poderosas, entonces hoy somos todos esclavos, esclavos del mercado y de la Bolsa. Porque el poder actualmente es el poder de las Finanzas y el poder del mercado., Y como no sabemos lo que es la política, somos esclavos del poder. Inclusive los propios gobiernos son esclavos de la Bolsa y del mercado. Entonces, cuando votamos sabemos que estamos reemplazando a un esclavo del capital por otro esclavo del capital.



Como pocas veces se ha visto, en este proceso electoral, la política -concebida como el espacio que los seres humanos abren para discutir sus asuntes comunes-  se encuentra literalmente arrinconada por el marketing electoral más perverso. La sociedad ecuatoriana vive plenamente la devastación de la razón  comunicativa como ejercicio histórico de construcción de lo social.  

Lo que muchos llaman la campaña sucia, no es más que la expresión acabada de la perversión mercantil del ejercicio de la política. Ninguna de las dos tiendas electorales que compiten para la presidencia de la República intenta ni de lejos exponer sus programas de gobierno y, menos aún, defenderlos con argumentos. Cada uno de los candidatos, sin hacer ningún caso de la formalidad electoral de la democracia representativa, tal cual mercaderes de votos intenta desesperadamente vender a los votantes sus baratijas de campaña. Sin que su rostro se ruborice, pues ya perdieron todo rasgo de pudor y vergüenza, ofrecen hasta lo inverosímil, poco les falta, sino lo han hecho, ofrecer la pócima de la felicidad.   

En medio de tanta oferta fatua acompañada de una tormenta de insultos, descalificaciones de lado y lado, la sociedad se sume en la ignorancia, en el estricto sentido de que ignora la verdad de lo que cada candidato representa como administrador temporal del Estado. Ni siquiera podemos saber con cierta claridad cómo van a resolver la vida económica en las circunstancias actuales, en atención claro está a las demandas del capital nacional e internacional, imposible pensar que se pueda poner en debate la vigencia de las  estructura de desigualdad y depredación económica que domina el mundo actual.

Ofrecen diálogo y no dialogan ni entre ellos menos con la sociedad, ofrecen respeto a los derechos políticos  y no hacen la necesaria articulación entre éstos y los derechos económicos de la sociedad. Habría que preguntarles ¿qué va a suceder cuando sus políticas económicas de servidumbre con los intereses del capital despojen, destruyan, expulsen y la sociedad en su legítima defensa se levante y proteste suspendiendo una gobernabilidad antidemocrática?  ¿Dialogarán?  ¿Aceptarán que la sociedad exija que cambien sus planes de gobierno si esto la lesiona?  Estarán dispuestos a servir a la sociedad ecuatoriana y sobre todo a los sectores más empobrecidos  y dejar de ser siervos del capital?  
No, no lo harán, utilizarán como buenos administradores-capataces los aparatos de represión del Estado para que repriman a la sociedad, que se supone representan y a la que tienen que responder. A diferencia de la ausencia de argumentos de la campaña, cuando sean gobierno se rebuscarán los argumentos más absurdos y antipopulares, leerán  las leyes que ellos mismo escriben a conveniencia del poder.  

Elegir entre un directo representante del capital financiero y un servidor suyo - recordemos que en la década correísta el grupo económico más beneficiado ha sido el financiero -, no representa diferencia. El contraste es el que existe entre el banquero y los empleados del banco. A veces, cuando la alienación ideológica ha hecho su trabajo, los trabajadores  defienden con más ahínco los intereses del capitalista.

Las elecciones, y más en su época mercantilista, no son una opción. Lamentablemente la sociedad y dentro de ella la izquierda se niega a aceptarlo, y siempre le hace el juego al mercado electoral. Parece más fácil creer que las cosas van a cambiar con un nuevo administrador del Estado que empezar, por fuera él, a construir desde las grietas del sistema  otra manera de ser y estar en común.  

Con el voto no decidimos casi nada, a no ser los nuevos empleados del Estado capitalista  y sus nuevas o viejas formas de control social. Lo que si logra el voto es legitimar al Estado en todo lo que éste sirve en la reproducción del capital, obsérvese como en esta década a  través del Estado, una vez más, se han fortalecido los grupos económicos más poderosos a nivel nacional, regional e internacional. El voto, con absoluta razón dice Badiou, es un acto estatal y no político que comprueba que la política sigue secuestrada en sus aparatos y que todo sigue su curso normal.  

Lo que si decidimos es cuándo y dónde empezamos a construir otro mundo; cuándo resistimos, dónde luchamos, por qué luchamos, con quién luchamos. Es el momento de abrir el tiempo y el espacio para decir NO, no cedemos más al poder y sus demandas. Es el tiempo de recuperar la política.


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