lunes, 7 de marzo de 2016

Actos canallas que no se puede perdonar




En estos 9 años de gobierno correista hemos sido testigos de la puesta en escena de la prepotencia y el cinismo del poder gubernamental, que ha mostrado la continuidad,  y en muchos casos la radicalización, de  la triste y vergonzosa  historia de dominación política en el país.

La humillación pública que desde el más alto funcionario del Estado se ha ejecutado contra la sociedad en sus distintos sectores –sindicatos, profesores, mujeres, jóvenes estudiantes, pueblos indígenas y campesinos, ecologistas, periodistas, médicos, sacerdotes, militares, policías, funcionarios públicos, jubilados, pueblos montubios, etc.- ha evidenciado la indecencia del actual gobierno. Las sabatinas han sido el escenario para que el poder de Alianza País despliegue sin mínima vergüenza y con todo histrionismo su obsceno desprecio por todos y todas las personas que no se someten a su voluntad de dominio.

El principio básico que permite la proximidad entre las personas y con ella la sociabilidad, única garantía de la supervivencia humana, es saber que no puedo violentar de ninguna manera a los otros, simplemente no puedo  lesionar su integridad humana. Este principio que explica el vínculo humano fundamental y básico tiene que ser principalmente observado por las personas que eventualmente ocupan puestos de poder, pues de no ser así la humillación adquiere ribetes aún más perversos. Sin embargo, los “revolucionarios del Siglo XXI”, al contrario de lo que dice el principio humano elemental, se han dedicado a lesionar los vínculos sociales que garantizan la convivencia social. Se estableció como política de gobierno el escarnio público, siniestra práctica del poder  más irracional que el humanismo combate desde  su emergencia en el Renacimiento y que la lógica más elemental de la supervivencia humana lo sanciona.
A nombre de la transformación  y la justicia social, Alianza País ha impuesto a la sociedad ecuatoriana la práctica de la humillación diaria para combatir no solo la disidencia política, sino cualquier demanda social que cuestione su dominación. El gobierno y principalmente su presidente no han mostrado la más mínima decencia política en su trato con la sociedad, y sobre todo con los sectores críticos de la misma; se han dedicado a maltratar, desvalorizar, deslegitimar la palabra y  las acciones de los sujetos individuales y colectivos que se han atrevido a cuestionar la política gubernamental. De esta manera, lo que han logrado es un retroceso en las relaciones de reconocimiento social de los y las ecuatorianas que lesionan el buen convivir de nuestras comunidades.  

Esta despreciable actitud gubernamental, expuesta protagónicamente por el presidente, ha sido justificada por sus incondicionales servidores públicos y compañeros de movimiento a nombre del temperamento del presidente, de sus errores humanos, de su sensibilidad herida y tantas otros argumentos que ciertamente no resisten ninguna perspectiva ética. Por su parte, la sociedad paulatinamente se ha cansado de la ruindad de los nefastos representantes del gobierno, le ha retirado el apoyo y ha levantado su voz de indignación.      Pese a esta evidente protesta de la sociedad ante este perverso ejercicio de poder, el gobierno atrapado en las consecuencias de sus malos manejos económicos e incapaces de asumirlas con responsabilidad, se lanzan en contra de la sociedad radicalizando la humillación a niveles canallescos.

No puede existir acto más canalla que referirse con obsceno desprecio a una de las más sensibles dolencias de la sociedad como son sus enfermos catastróficos. Se necesita dejar que el poder les arrebate el  último rastro de humanidad para decir que la grave situación económica del SOLCA no es un asunto de interés para el jefe de gobierno.  Cómo no  puede ser un asunto de interés gubernamental  la salud de las personas más todavía de las afectadas por el cáncer. Solo  una persona devastada por la inhumanidad que el ejercicio del poder de dominación, la prepotencia y el narcicismo patológico provocan puede ser arrogante con el dolor humano.  


Este acto canalla no puede ser aceptado, no puede ser perdonado, no puede ser olvidado por una sociedad digna y decente que acoge a todos sus integrantes, más aún a aquellos que más necesitan de su solidaridad, responsabilidad y compromiso. La pregunta que no necesita respuesta es: si un canalla puede  representar a una sociedad decente?  De ninguna manera, pues va  contra todo principio ético y humano.    

1 comentario:

  1. Brillante artículo que recoge con absoluta fidelidad lo que piensa y siente toda persona digna de este país. Muchas gracias.

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