jueves, 27 de febrero de 2014

El legado del progresismo al pensamiento crítico  latinoamericano


Después de aproximadamente una década del experimento político puesto en marcha por los  llamados gobiernos progresistas en  América Latina, se puede afirmar que éste ha dejado una gran  enseñanza para el pensamiento crítico del subcontinente: Nunca más repetir lo andado, dar  vuelta y caminar para el otro lado, desde otro lado. En base a esta enseñanza histórica,  el pueblo latinoamericana tiene la urgencia de asumir como verdad política y ética dos cosas:
 

1.                  Abandonar definitivamente la promesa del desarrollo y el crecimiento económico, inherentes al paradigma del progreso y a la lógica de la economía capitalista. 

Atrapados en el paradigma del Progreso, los gobiernos progresistas[1] de la América latina han impulsado, una vez más de las tantas veces a lo largo de nuestra historia, las viejas promesas del desarrollo y el crecimiento económico capitalista.  La promesa de salir del subdesarrollo en base a la industrialización se presenta una vez más como la gran promesa que nos conducirá a los niveles de vida del mundo desarrollado. Y nuevamente la fórmula mágica del cambio de matriz productiva es profundizar y extender el extractivismo para salir de la economía primario exportadora, basada principalmente en el extractivismo. Este aparente absurdo a nivel del lenguaje expresa la contradicción de la economía capitalista, especialmente visible en las zonas del llamado tercer mundo debido a la relación asimétrica entre el centro y la periferia provocada por el intercambio desigual que articula el mercado mundial. Simplificando el argumento por motivos del espacio de la exposición, la idea es la siguiente: necesitamos capital para iniciar el cambio de matriz productiva basada en la sustitución de importaciones o industrialización. El problema es que el histórico saqueo que han sufrido nuestros países, tanto por el capitalismo central como de los grupos de poder económico local articulado al primero,  ha impedido la formación de capital nacional  para iniciar el proceso de industrialización. En estas condiciones la intención de iniciar un proceso de industrialización implica conseguir el capital explotando y vendiendo materias primas, es decir más extractivismo. En todas las intentonas desarrollistas, los gobiernos progresistas de las distintas épocas han vendido los bienes naturales de nuestros países  a nombre de la industrialización, hoy del llamado cambio de matriz productiva. El costo que ha significado para nuestros pueblos cada uno de estos intentos modernizadores, ha  sido destrucción social, ambiental y más pobreza, pura hojarasca diría Márquez. Esta larga historia de destrucción me hace pensar que hoy no va a ser distinto, que la necedad de los progresistas nos va a pasar, quizá, la mayor factura de nuestra historia.      

A nombre del progreso y la modernización, tanto en el occidente capitalista como en el capitalismo de Estado del Socialismo Real, el ser humano se ha autoflagelado. Los peores crímenes contra a humanidad, genocidios, etnocidio, comunicidios y ecocidios se han perpetrado a nombre del desarrollo. Esta historia, ya vieja, comenzó con el despojo social y ambiental de la acumulación originaria de capital perpetrado en nuestro continente,  saqueo colonial que destruyó muchas culturas y grandes civilizaciones donde murieron millones de seres humanos, sacrificados en nombre de la civilización y el progreso. La Europa campesina vivió la misma destrucción social y ambiental con el mismo argumento del desarrollo industrial y el crecimiento económico. Millones de seres humanos murieron en el proceso de la revolución industrial, la misma que destruyo gran parte del ecosistema y los tejidos sociales agrarios bajo la hegemonía inglesa. En el siglo XX el crecimiento y desarrollo de Norteamérica como potencia mundial ha significado la destrucción ambiental y social de gran parte del territorio del planeta donde la potencia imperial ha intervenido empresarial y militarmente hasta el día de hoy. El fascismo nazi estuvo muy vinculado al impulso del desarrollo industrial de Alemania, y es conocido el holocausto que provocó. El desarrollo industrial en la Unión Soviética generó destrucción cultural y natural; y lo que no logró la revolución cultural de Mao en China lo está logrando hoy el desarrollo acelerado del capitalismo: convertir al país oriental en la primera potencia industrial a costo de la destrucción social y ambiental de la China actual. Esta ha sido la historia del desarrollo moderno, el costo del bienestar capitalista, para ciertos sectores privilegiados de la población mundial, ha significado la miseria social y ambiental para la mayoría de habitantes del planeta. Un último informe de Oxfam sostiene que “La desigualdad económica crece rápidamente en la mayoría de los países. La riqueza mundial está dividida en dos: casi la mitad está en manos del 1% más rico de la población, y la otra mitad se reparte entre el 99% restante.” (Oxfam 2014)


Con el nuevo milenio los gobiernos progresistas de América latina retoman una vez más el sueño del progreso y el crecimiento  económico vía desarrollo industrial. La modernización capitalista necesaria para hacer el sueño realidad ha implicado en esta última década:   La radicalidad de la actitud instrumental: el asesinato (léase culturicidio, etnocidio, ecocidio, comunicidio)[2] como parte del despiadado intento de alcanzar un objetivo, la reducción de las personas a medios disponibles  (Zizek; 2011: 194), y, obviamente, la reducción de la naturaleza a recurso disponible. “Esta es la sorprendente lección de las últimas décadas, la lección de la tercera vía socialdemócrata occidental europea, pero  también de los comunistas chinos que están al frente del que probablemente es sea el desarrollo más explosivo del capitalismo en toda la historia de la humanidad: nosotros podemos hacerlo mejor.” (Zizek; 2011:196)      


El cumplimiento de la vieja promesa capitalista plantea un intercambio, ahora encubierto  en el discurso de la ecoeficiencia, ciertos sectores de la población alcanzan niveles de vida del mundo desarrollado a cambio de destruir el medio ambiente y muchas formas sociales acogidas en él. Se reactualiza así el colonial intercambio desigual de baratijas por la vida  que empezó con la Conquista. A este intercambio desigual se suma un nuevo intercambio desigual que supone una especie de condicionamiento “novedoso” implementado por los gobiernos progresistas: se ofrece crecimiento económico, desarrollo industrial, bienestar capitalista a cambio o con la condición de debilitar o suprimir muchos de los derechos y libertades humanas, como el derecho a protestar, a pensar distinto, a imaginar otro mundo más allá del progreso de la modernidad capitalista.  Esta “novedad” en el ejercicio del poder es copiada del ejemplo de la China en su era industrial. Bien lo dice Zizek: 

…China es en la actualidad el Estado capitalista ideal: el capital es libre y el Estado se encarga de “trabajo sucio” de controlar a los obreros. Por tanto, China, en cuanto superpotencia en ascenso del siglo XXI, parece materializar un nuevo tipo de capitalismo: indiferencia ante las consecuencias ecológicas, desprecio por los derechos de los trabajadores, todo ello subordinado al impulso de desarrollarse y convertirse en la nueva fuerza mundial.  (Zizek; 2011:197)   

Como testigos presentes del ensayo del progresismo en América latina podemos dar testimonio de la política represiva que se ha implementado en esta última década. La criminalización de la protesta social, la persecución, enjuiciamiento y encarcelamiento de dirigentes sociales, de intelectuales disidentes, de activista ambientales, de estudiantes críticos, de periodistas que investigan y denuncia la corrupción, así como la censura de la opinión y la expresión crítica, el control de la organización social autónoma, la censura a los medios de comunicación, etc., son prácticas del nuevo patrón de poder implementado por los progresismos.  Esta forma de control político de la sociedad se justifica a nombre del progreso y el desarrollo, a nombre de un crecimiento económico que según dicen ha logrado combatir la pobreza vía bonos de la miseria. Un crecimiento económico medido, curiosamente, con los mismos parámetro y fetiches, como el PIB[3], utilizados por los organismo de administración del capital (FMI, Banco Mundial, BID). Se dice a la población que todo esto es necesario para alcanzar el progreso, pero no se dice cuales son las consecuencias sociales y ambientales del mismo, y a quienes quieren denunciar el coste del desarrollo simplemente se los silencia. Tampoco se dice que incluso si conquistaríamos los niveles de vida del mundo desarrollado habremos construido un mundo materialmente rico y espiritual y ecológicamente miserable. Basta mirar hacia el centro del desarrollo EEUU, Europa, China y observar lo que en las sociedades “soñadas” de la hiperproducción y el hiperconsumo acontece.     

Una vez más, con los progresismos, América latina ha caído en la trampa del progreso y desarrollo capitalistas. Las consecuencias de esta necedad, como ya podemos observarlas y vivirlas es la destrucción ambiental y social. Ante esta constatación, que implica una toma de conciencia social y ecológica,  la única posibilidad que le queda el pensamiento crítico de emancipación es decir NO a la promesa capitalista. “Ya es hora de deshacernos de la obsesión de la velocidad y de partir a la reconquista del tiempo, y por lo tanto, de nuestras vidas.”.  (Latouch; 2009:166) 

2.                  Imaginar nuevos sueños, nuevos deseos  y sobre todo nuevas formas de desear y soñar el mundo por venir.

Es sintomático que pensadores de origen europeo, es decir pensadores testigos del bienestar y el progreso del mundo desarrollado, como el economista francés Serge Latouche, entre otros,  “…reclaman la liberación de la sociedad occidental de  la dimensión universal de la economía, criticando, entre otras cosas, el concepto de desarrollo y las nociones de racionalidad y eficiencia económica.” Si desde el centro del  desarrollo capitalista surge la crítica a su promesa, por haber conducido al planeta y a la humanidad al borde de su colapso, no se comprende la necedad del progresismo Latinoamericano. Sorprende que los gobiernos autodenominados de izquierda no sean capaces de detenerse en su obsesión desarrollista y oír las intuiciones y los saberes colectivos que hablan desde la comunidades rurales. Sorprende más la capacidad de estos gobiernos de haber reducido el Buen Vivir a vehículo de las viejas promesas capitalistas.

El pensamiento crítico y emancipador de América latina debe ser ciertamente radical, aún más hoy que debe enfrentar otra vez las ilusiones de la modernidad, tan radical que detenga el frenesí desarrollista y vuelva su mirada a aquellos ensayos vitales que han sobrevivido al desastre modernizador. Volver la mirada a aquellas formas de vida social no sub-desarrolladas, sino fuera del desarrollo, a las comunidades agrarias que siembran y se dedicaban a escuchar como crecen los cultivos, pues una vez sembrados, apenas queda ya más por hacer. A esos territorios fuera del tiempo donde la gente es feliz, todo lo feliz que puede ser un pueblo. (Cfr. Latouch; 2009:159) A esa vida feliz que es propia de las comunidades del buen vivir colectivo, a esas comunidades que saben mantener un sano equilibrio con el medio ambiente y que lamentablemente están siendo paulatinamente destruidas por el subdesarrollo y sometidas a la miseria a nombre del desarrollo. Es ese tiempo otro por fuera del tiempo de la historia moderna el que debe nutrir el pensamiento crítico y emancipador de la América latina, ese tiempo que es despreciado por los progresismo cada vez que persiguen a las comunidades agrarias que resiste y se oponen a su programa desarrollista, sean las del TIPNIS en Bolivia o las de la Amazonía en Ecuador Venezuela y Brasil.     

Es ese tiempo fuera del tiempo donde es posible imaginar otro modo de vivir, otro modo de ser y estar en un mundo otro. Es este tiempo fuera del tiempo, no intoxicado por  la ilusiones del desarrollo y el progreso, el marco, el espacio vacío, donde la imaginación humana puede imaginarse distinta. Es desde ese hilo de tiempo proscrito por el desarrollo capitalista donde es posible pensarse, sentirse más allá de la producción y el consumo mercantil, más allá del bienestar ligado a la riqueza económica. Desde ese más allá quizás estaremos a salvo de la tentación de restaurar el viejo orden y abrirnos a la incertidumbre que genera el ejercicio de nuestra libertad de crear otra forma de existir, por fuera del marco capitalista y sus promesas. Esto, necesariamente, exige una transformación tan radical como radical es desaprender las percepciones, pensamientos, valores y prácticas  aprendidas y convertidas en certezas y verdades universales, como aquello de que la felicidad depende del crecimiento económico y tecnológico. Es decir, desaprender lo aprendido en la colonización y neocolonización occidental, comprender que la civilización y la historia del progreso y el desarrollo son una más entre muchas y de ninguna manera el destino de la humanidad. La descolonización de la conciencia hace posible la distancia crítica necesaria para relativizar y negar los mitos occidentales que fundamentan la pretensión de control racional de la naturaleza y la fe en el progreso, el desarrollo y el crecimiento. (Cfr. Latouch; 2009:162).    

El crecimiento no es sino el apelativo vulgar de lo que Marx analizó como acumulación ilimitada de capital, fuente de todas las contradicciones e injusticia del capitalismo. Puesto que el crecimiento y el desarrollo son respectivamente crecimiento de la acumulación de capital y desarrollo del capitalismo, por lo tanto explotación de la fuerza de trabajo y destrucción ilimitada de la naturaleza. El decrecimiento no puede ser sino un decrecimiento de la acumulación, del capitalismo de la explotación y de la depredación. No se trata tanto de relentizar la acumulación como de cuestionar el concepto mismo para invertir el proceso destructor.  (Latouch; 2009:168).     

El pensamiento crítico y emancipador de la América latina tiene el desafío de imaginar nuevos sueños nuevos deseos, pero sobre todo nuevas maneras de soñar y desear, sobre todo esto último. No basta negar los contenidos del viejo orden, hay que negar sus formas y su forma no es otra que la forma-mercancía. Negada la forma mercancía, se niega el progreso como ideología que la fundamenta y se niega el desarrollo y el crecimiento económico como las prácticas que la reproducen. Esto implica una transformación epistemológica, es decir una transformación de las percepciones y nociones básicas con las cuales el ser humano moderno se mira y se comprende. Esto hace referencia a una transformación cultural de dimensiones radicales. Se puede afirmar con Zizek, entonces, que “…el problema de los intentos revolucionarios habidos hasta ahora no es que hayan sido ‘demasiado radicales’, sino que no lo han sido bastante, que no han cuestionado sus propios presupuestos.”  Uno de los cuales es aquel de considerar que la emancipación humana se asienta en la misma racionalidad económica y tecnológica del capitalismo.  (Zizek; 2011:202)

A lo que el pensamiento crítico se enfrenta no es la construcción de una nueva sociedad, sino a la invención de una nueva vida, lo que implica la reconstrucción o mejor dicho la invención del deseo, no la realización del deseo capitalista. Ese es el gran reto, esa es la urgencia de la tarea. No basta cambiar la realidad para realizar los sueños de la sociedad moderna, hay que cambiar lo sueños. (Cfr. Zizek; 2011:203) Para enfrentar este desafío es necesario ser disidentes ideológicos, disidentes epistemológicos, así como ser disidentes prácticos, lo que supone ir inventando la otra vida aquí y ahora, desde los tejidos más delicados de la vida cotidiana. En ese andar nos iremos inventado como humanos otros, distintos, humanos de otros mundos; en ese andar por fuera del tiempo, tiempo de nuestros ancestros, que no están en el pasado sino en el futuro o que por estar en el pasado están en los mundos por-venir. Los mundos y las vidas por-venir al igual que los mundos y las vidas proscritas de nuestros ancestros son la fuente que fecunda el pensamiento crítico de América latina,  la América Latina que dice NO más promesa capitalista.

Recuperar una relación sana con el tiempo consiste sencillamente en volver a aprender a vivir en el mundo. Conduce, por lo tanto, a liberarse de la adicción al trabajo para volver a disfrutar la lentitud, redescubrir los sabores vitales relacionados con la tierra, la proximidad y el prójimo. No se trata tanto de regresar a un pasado mítico perdido como de inventar una tradición renovada.  

Serge Latouch   


Referencias Bibliográficas

Di Donato, Mónica, Decrecimiento o Barbarie, entrevista a Serge Latouche, Revista Papeles No 107, 2009  
Oxfam, Gobernar para las Elites, secuestro Democrático y desigualdad económica, 2014
Zizek, Slavoj, En defensa de las causas perdidas, Ed. Akal, España, 2011



[1] Es curioso, para esta reflexión, el adjetivo  progresistas que se ha dado a los gobiernos del Socialismo del Siglo XXI. Hay que poner atención en la semántica del término)  

[2] El contenido del paréntesis es de este texto y no del autor citado.
[3] Referencia de Serge Latouche

No hay comentarios:

Publicar un comentario